La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Inauguraciones
Nunca fui mucho del comercio electrónico. Antepuse siempre el espacio físico de una tienda, la cercanía con los dependientes y el poder comprobar con el tacto la calidad de las prendas. Pero he de reconocer que en estos tiempos de consumismo feroz no soporto las colas de espera para pagos, devoluciones o para pillar libre un probador. Padecer tales situaciones convierten las compras en una actividad insufrible. Razón suficiente para lanzarse a los brazos de internet, donde hasta los negocios minoristas empiezan a hacerse hueco, y en el que la comodidad y el ahorro de tiempo son máximas a aplicar.
Tales razonamientos los ha tenido muy en cuenta el grupo Inditex cuando ha dado un paso al concentrar las tiendas de Zara en Sevilla y desarrollar un concepto de establecimiento (reconozco mi apatía por los anglicismos): flagship store, lo que hablando en castellano significa algo así como tienda emblema, que es lo que la firma de Amancio Ortega pretende con este tipo de comercio, en el que el cliente no sólo compra, sino que además se lleva ese complemento premium que se ha puesto tan de moda en cualquier discurso promocional: "vivir una experiencia" (expresión fagocitada por su reiterado uso).
Quienes a partir de este jueves (a las 10:00) pongan un pie en el flagship de Zara en la Plaza del Duque sólo podrán reconocer visualmente la firma de moda por las letras que reproducen su nombre (y por su género, claro está). Tecnología, diseño y trato exclusivo se dan la mano en un espacio de más de 3.000 metros cuadrados comerciales, distribuidos en cuatro plantas (incluido el sótano).
A éste que les escribe lo primero que le llama la atención es la disposición de los artículos. Nada que ver con la presentación habitual en Zara. Prendas y complementos suficientemente espaciados, con una disposición que recuerda a la de las grandes firmas de alta costura. Alfombras y mobiliario para cada sección, con los que se crean ambientes distintos.
En la planta sótano se encuentra la ropa para niños (desde recién nacidos hasta 14 años) y en la primera, la de mujer adulta, con una sala para colecciones temporales. Ahora tiene cabida en ella el vestuario para las próximas fiestas. Ya saben, prendas sofisticadas para comerse el pavo con la familia propia y ajena (llámese política) y tomarse las uvas en la noche más hortera del año. Sin olvidar otra área dedicada a la estética (maquillaje y crema) y el cuidado del cabello, siguiendo las líneas del estilista Guido Palau.
La segunda planta está dedicada a la moda juvenil. Aquí se abandonan las maderas y adquiere protagonismo el metal, con el acompañamiento de grandes pantallas. También existen espacios propios para la lencería, sección que incorpora un probador de tales dimensiones que, dada la situación actual del mercado inmobiliario, daría para dúplex con ático y terraza. Comodidades propias de una boutique que se observan, de igual modo, en el espacio reservado al calzado y complementos, que contará con dependientes y almacén propios.
Pero, sin duda, con una de las múltiples ventajas de las que me quedo de la megatienda del Duque es con la posibilidad de reservar uno de los 34 probadores habilitados en la última planta (los de niños están en su sección del sótano). Se evita, así, tener que ir mirando por los bajos si queda alguno libre o encontrarse en la violenta situación de que le descorran la cortina mientras se halla en paños menores. En caso de que no reserve, una pantalla le indicará el que está disponible. Se ahorran colas y esperas innecesarias. Factor a tener en cuenta en la era de las prisas.
La tecnología es una de las señas de identidad de la megatienda. En todas sus plantas y con asistencia de personal para los menos versados en TIC (como un servidor). En la primera hay disponibles varios customer point (puntos de información) con los servicios al cliente. En la primera y cuarta se puede efectuar la compra mediante autocobro, con tarjeta y dinero efectivo. En la segunda hay un punto de recogida para compras on line. Para ello se cuenta con dos hilos (canales de almacenamiento) con capacidad para 2.800 pedidos. En la última planta, además de autocobro y caja tradicional para los pagos, se dispone de un punto de devolución para los pedidos por internet. Todo robotizado y con un toque futurista que le hará dudar de si se encuentra en una tienda o en uno de esos laboratorios de I+D+i de la Cartuja con científicos de batas blancas.
Este flagship store -como advierte Juan del Val, "el inglés hasta el absurdo"- se ampliará en primavera, cuando la tienda de Zara en la Plaza de la Campana (que cierra este jueves) reabra con dedicación a la ropa masculina. Estará conectada con el nuevo negocio a través del pasaje existente. Se completará entonces esta "experiencia" comercial en los dominios de Amancio Ortega. El paraíso del glamour de la clase media (y del que hace gala hasta la Reina).
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