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“No hay profesión más idiota que la de futurólogo”

Calle Rioja

Curso. Un filósofo y economista y un historiador imparten a universitarios el Proyecto Divergentes para que sean dueños de su atención y no esclavos de su ‘smartphone’

Jose María González-Alorda y David Cerdá, ponentes de la Fundación Madariaga / D.S.

25 de noviembre 2024 - 06:59

Sobre gustos no hay nada escrito. “Hay mucho escrito, pero tú no te lo has leído”. David Cerdá (Sevilla, 1972) es economista, filósofo y traductor. Pero por encima de todas esas disciplinas es un martillo no de herejes, sino de arúspices de la nueva mediocridad, tan antigua como la rueda y el fuego. Con José María González-Alorda (Sevilla, 1970), un historiador experto en ecosistemas y plataformas, se encerraron con medio centenar de jóvenes participantes en el Proyecto Divergentes. Una cita a ciegas para abrirles los ojos.

Un encuentro en el que su auditorio, la mayoría procedentes de colegios mayores, escuchaban cosas como éstas: “Sé el amo de tu atención, haz del smartphone tu esclavo” o “averigua qué te alimenta y te mueve. Conoce tu dieta sentimental y cognitiva”. “Divergentes nace de la necesidad de atender las dificultades a las que se enfrentan los jóvenes que no se tratan en las facultades, como los problemas de ansiedad, frustración o compromiso, o la soledad interconectada”, dice González-Alorda.

Quien firma esta crónica vio por primera vez en persona a Rafael Alberti, recién llegado del exilio en 1977, en un colegio mayor de Madrid. En el legendario Johnny (San Juan Evangelista), coincidieron José Luis Ortiz Nuevo, que después crearía la Bienal de Flamenco, y Rafael Álvarez El Brujo, aventajado discípulo de Valle-Inclán y su esperpento en los teatros de España. Hoy sería impensable esa energía colegial. “Los colegios mayores se han convertido en hoteles adaptados”, dice David Cerdá, autor de Ética para valientes.

Estudió primero Empresariales, la facultad que en Sevilla puso en marcha Manuel Olivencia. Ha sido su modus vivendi. Después hizo y terminó Filosofía con una tesis doctoral sobre La amistad trascendental. Habituado a impartir cursos en empresas y corporaciones, utiliza su bagaje filosófico para decir en una reunión de empresarios que el fin de una empresa “no es ganar dinero, sino hacer un mundo mejor”. “Les pongo siempre el ejemplo de la sangre y el oxígeno. Sin ellos, te mueres, no puedes respirar, pero yo creo que no hemos venido al mundo para respirar”. Se topan con una situación educativa en la que cada Gobierno, incluso cada ministro, se trae su propia ley de educación. “Cualquiera que sea la ley, la palabra principal es: circulen. No quieren hablar de deterioro educativo por corporativismo y por miedo a reconocer un fracaso. Pero incluso la izquierda, que ha usado la educación como banderín de enganche, empieza a reconocer que algo no funciona, algo no va”.

Cerdá y González-Alorda crecieron en la espuma del mayo francés que de rebote les llegaría a sus padres. “Hay dos palabras mágicas en el tótem educativo: empleabilidad y digitalización”. De la primera dice David Cerdá que “es una idea de esclavos, una idea muy pequeña, formarte para trabajar al servicio de un señor o una señora. Es un ente abstracto”. Vivimos en la era digital. “La digitalización, tal como se vende, es un mundo hecho para idiotas. En inglés tiene sus palabras, User Friendly, sé amable con el usuario. Hemos hecho la revolución digital para que un mono aprenda a manejar un móvil”. Ni empleados ni usuarios. “La ética es centrífuga, mira hacia afuera, como la Filosofía, hacia el prójimo”.

David Cerdá ha traducido una biografía de Dostoievski y por Fernando Savater descubrió la Vida de Samuel Johnson de James Boswell, como otros descubrimos por el filósofo donostiarra a Cioran o el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce, el Gringo Viejo de la novela de Carlos Fuentes que en el cine interpretó en uno de sus últimos papeles Gregory Peck. David tiene ganas de leer las Memorias de Ultratumba de Chateabriand y aconseja a quien quiera encontrar el fuera desde muy dentro que se suba a la torre de Montaigne y lea sus Ensayos.

Cuando estudiaba Empresariales fundó con otros alumnos un periódico subversivo titulado El Especulador. Ha sido coleccionista de críticas corrosivas de cine y está empeñado en iluminar el guion de muchos jóvenes sin brújula. En el mundo anglosajón, las disciplinas de Economía y Filosofía están hermanadas en una carrera común. En España somos esclavos de la dicotomía entre Letras y Ciencias. Hasta hay un concurso televisivo que se llama Cifras y Letras. Si alguien tendió un puente entre Economía y Filosofía fue Carlos Marx, que tiene una avenida con su nombre en Amate. “La Economía”, dice David Cerdá, “es un subconjunto de la Ética”. Del “es la economía, estúpidos” podríamos pasar al “es la Ética, imbéciles”. 

Cree que el libro es la herramienta más revolucionaria, “la tecnología con más éxito de la historia”. Es el poso impreso de “una vida buena, una vida profunda” asaeteada por las prisas, “por esta cultura del zasca, del espectáculo, de dímelo en quince segundos, del me aburro. Primero fue la imagen y volver ahora a ella renegando de los textos es un paso atrás, regresar a un mundo tribal”. Y trivial, que es el nombre de un juego con mucho predicamento. “De todas formas, yo podría vivir sin libros, pero no podría vivir sin música”. Aficionado al baloncesto, publicó un libro sobre fútbol titulado Sangre en la hierba.

David Cerdá y José María González-Alorda son dos de los diez socios de Strategycos, un colectivo donde hay un matemático, un ingeniero agrónomo, un militar, un periodista y otros oficios. Quieren pasar del JASP (Joven Aunque Sobradamente Preparado) al MOPA (Moriremos Pronto. Aprovecha). No es un anhelo cenizo ni un presagio fúnebre, sino un toque de atención contra el nuevo sucedáneo de la inmortalidad, la eterna juventud. “El discurso es siempre serás joven; se idealizan la adolescencia y la juventud y se anulan como un valle para alcanzar la madurez. Es el discurso de la posmodernidad que está en un libro con el que aprendimos mucho, pero ha hecho mucho daño, El existencialismo es un humanismo, de Sartre. Es un adanismo según el cual nada está inventado y por tanto todo se puede inventar: el mundo, tu sexo. Nada es cierto, nada es falso; nada es bueno, nada es malo; nada es bello, nada es feo. “Eso a un joven lo lleva a la felicidad primero y después a la depresión y a la ansiedad”.

Celebran que alguno de los estandartes de la posmodernidad sucumbiera ante el sentido común, como el metaverso. “Una de las muchas cosas de las que se dijo eso de que ha venido para quedarse. No hay profesión más idiota que la de futurólogo, y meto en el saco a Harari, el autor de Sapiens. Estamos en un mundo en el que hay que ser conservador y progresista”. Les dijo a los empresarios que el fin de las empresas no es ganar dinero, pero Cerdá es accionista de un nuevo BBVA: Bien, Belleza, Verdad y Amor. “Esas cuatro cosas tienen que estar en la dieta sentimental y cognitiva de los jóvenes, que deben aprender las claves y técnicas para ser su propio coach”.

Son más de Camus que de Sartre, más del joven Marx que del adulto y mucho más de Groucho que de Carlos. El filósofo y economista le regala al periodista un ejemplar de El arte de ser un buen amigo, de Hugh Black, una de sus últimas traducciones. El proyecto Divergentes ha sido patrocinado por la Real Maestranza de Caballería y la Fundación Cárdenas Rosales. 

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