No había sitio en el cielo para tanto ángel
calle rioja
Impacto. La Diputación muestra en San Luis de los Franceses el patrimonio de los hospitales. Las estadísticas de los niños expósitos. Un lugar para los soldados leprosos.

Aunque el periodo que comprende la exposición Arte y Beneficiencia es de 1500 a 1900, hay visitas o formas de verla que podrían ampliar esa secuencia cronológica hasta el año 2025. La muestra recoge el patrimonio histórico de los hospitales sevillanos durante la Edad Moderna. En esta ocasión hicimos un recorrido que nos lleva hasta la Edad Posmoderna.
Los fondos de la Diputación Provincial son impresionantes por lo que cuentan, también por lo que insinúan. Y es una visita permanente y perfectamente señalizada con números romanos, con unos paneles muy didácticos en los que se ve la mano del comisario, el historiador del Arte Juan Luis Ravé Prieto.
San Luis de los Franceses comprende el antiguo noviciado jesuita y la iglesia pública ya desacralizada y convertida en pinacoteca. Desde todas las azoteas del casco antiguo se aprecia la impresionante cúpula de esta iglesia, su cimborrio, un edificio construido por Leonardo de Figueroa y uno de sus hijos entre 1699 y 1731. El mismo arquitecto nacido en Utiel (Valencia) y enterrado en la iglesia de San Vicente que realiza, entre otras obras, la iglesia de la Magdalena o el Palacio de San Telmo.
El hospital de San Lázaro es el primero que se abre, habilitado por el rey Fernando III cuando conquista la ciudad para los soldados leprosos. Los que perdieron ganando. Es uno de los pocos que siguen funcionando como hospital. Porque quienes visiten la exposición comprobarán que también hubo hospitales en edificios como el actual cine Cervantes, el IES Velázquez o el antiguo Teatro San Fernando, hasta que se racionalizó el servicio.
Hay mucho anónimo y obra menor, dicho con todo el respeto, en el sentido de que no están los nombres estelares del arte sevillano. Con algunas excepciones: hay obras de Roque Balduque, de Duque Cornejo y una Sagrada Familia que por sí sola amortiza la visita, obra de Juan de Roelas, el maestro de quien tanto aprendió Murillo.
En la capilla central, como elementos preexistentes a la exposición, están los doce apóstoles y los cuatro evangelistas junto a escenas de la vida de Cristo. Se rinde tributo a algunos benefactores, como la señora mexicana retratada por Valeriano Domínguez Bécquer, hermano de Gustavo Adolfo, muerto tres meses antes que el poeta.
Impresiona un retrato cardenalicio, el segundo Judas Tadeo que se puede ver aparte del apóstol en San Luis de los Franceses. Judas Tadeo Romo y Gamboa (Cañizar, Guadalajara, 1773-Umbrete, 1855) fue un personaje fundamental en la beneficiencia. Senador, publicista, fue canónigo en Sigüenza, la cuna de don Juan José Asenjo. Fernando VII lo propone para obispo de Canarias, siendo el último investido antes de la ruptura de relaciones diplomáticas del Gobierno isabelino con el Vaticano. Espartero lo mandó al exilio e Isabel II lo nombró arzobispo de Sevilla, donde también sería cardenal.
Cuando estábamos en el antiguo refectorio donde se instaló la capilla ardiente con los restos de Juanito Valderrama, un vigilante nos indicó que se acercaba la hora del final de la visita. Salimos a la calle San Luis con el objetivo de cruzarla dirección Macarena para comprar algunas cosas en Mercadona. Atrás dejábamos iglesias de San Luis que siguen en activo: San Marcos, Santa Marina, San Gil. No es que San Luis sea de los Afrancesados. Es un dato objetivo.
El Arco de la Macarena que con tanto detalle ha descrito en su libro el periodista y pregonero (hasta la mañana del 6 de abril está vigente su pregón) Juan Miguel Vega es como si abriera las puertas a una sala anexa, casi prohibida de la muestra Arte y Beneficiencia. El Arco y la Resolana unen San Luis con la calle Don Fadrique. De éste se habla en la exposición porque es hijo de Catalina de Ribera, la aristócrata que patrocina la apertura de un hospital Extramuros. El que sería conocido como Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas y que actualmente es la sede del Parlamento de Andalucía. Como la realidad imita al arte (Oscar Wilde) y a la beneficiencia, el Parlamento lo preside un médico, Jesús Aguirre, como si no hubiera perdido del todo su función hospitalaria.
Este don Fadrique, pues, no es el don Fadrique hermano de Pedro el Cruel que aparece en el libro de leyendas de José María de Mena ni el don Fadrique hermano de Alfonso X el Sabio, que ordenó su muerte, y que da nombre a la torre italiana que con sus gárgolas está en la calle Becas esquina con Lumbreras.
Hemos hecho un recorrido por esa población de parias, marginados, apartados por los mil embates de la Historia. También las escalofriantes estadísticas de los Niños Expósitos, que por miles llegaban a estas instituciones y hasta 1910 conocían una mortalidad cercana al noventa por ciento. En la analogía mortuoria, en el cielo no habría sitio para tanto ángel.
La calle Don Fadrique, una de las más hermosas de la ciudad, con los muros del antiguo hospital a un lado y el caserío humilde pero proporcionado de las viviendas que dan a los callejones de la Macarena al otro (Esperanza, Monedero, Torrigiano, Adelantado) ofrece un espectáculo dantesco al transeúnte. Afortunadamente, ya no hay niños expósitos, pero en cada esquina, en cada puerta de bazar, en cada contenedor se encuentran desgarros de la droga, del alcohol, de la cárcel, de disfunciones familiares o laborales. Un paseo de los espectros para el que ya no hay murillos ni zurbaranes, sólo el caballete de la indiferencia o el desdén.
Personas reales a las que nadie les pregunta su nombre se han escapado de los cuadros de una pinacoteca del desamparo, de un museo carente de horizontes donde el mañana es una quimera y el ayer un tiempo perdido. Ya no hay niños expósitos, pero estos hombres y mujeres que no se meten con nadie serían en su tiempo niños y niñas felices, cuando el futuro estaba en su sitio (préstamo de García Montero) y los abuelos también. Días de cines, meriendas y comuniones, de recreos y escondites.
Estos cuadros no están quietos. Están en continuo movimiento. Son la vergüenza del progreso, las trampas de la modernidad. Las obras de arte de la Edad Posmoderna. Gentes sin oficio ni beneficio cuyos rostros encuentra uno en uno de los cuadros de un artista flamenco discípulo de Murillo que pinta la agonía de Cristo camino del Calvario.
Don Fadrique y San Luis son la misma calle con nombres diferentes. Son perpendiculares a la muralla almohade y están en los dominios de la Macarena, que tiene ojos para todos ellos con la bolsa de Caridad de la cofradía que fue de esos gigantes con diminutivo: Joselito el Gallo y Juanita Reina. Esos cuadros andantes, fantasmagóricos, son como el retrato de Dorian Gray. Ocupan sus palcos de una ópera de los menesterosos, comparten colillas y litronas, aparcan algún coche y hay quien junto a sus muletas tiene un aparato de radio del que sale una música pegadiza.
Teoría y Realidad de la Semana Santa. Así tituló su libro Antonio Núñez de Herrera. Teoría y Realidad de la Beneficiencia, podríamos titular este viaje desde el patrimonio artístico de los hospitales mostrado por la Diputación Provincial hasta este parque temático de la orfandad urbana. Un grupo que no deja de crecer a dos pasos de donde reside la soberanía popular. El Parlamento de Andalucía ya no es hospital, pero las Cinco Llagas siguen activas. Los cuadros se enmarcan en los márgenes. Estos retratos vivos, lacerantes, viven con los márgenes a cuestas. Y dirán que es un marco incomparable.
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