El navegante que ganó la gloria con el precio de su vida
Historia
El 27 de abril de 1521 el capitán de la flota de la primera vuelta al mundo murió en Filipinas.
Estaba al mando de las cinco naves de las que tres años después sólo regresó una al mando de Elcano
¿Cuál es el portugués más famoso de siempre?”, se pregunta el periodista Luís Almeida Martins en el reportaje “Magallanes. La gran aventura del navegador ‘maldito”, que publicó la revista Visao (15 a 21 de septiembre de 2019). Ese mes se conmemoraba el quinto centenario de la salida el 20 de septiembre de 1519 de las cinco naves de Sanlúcar de Barrameda. El periodista apunta los nombres de Cristiano Ronaldo, Enrique el Navegante, Vasco de Gama o Fernando Pessoa. Pero ninguno alcanza la leyenda de Fernando de Magallanes, con el que fueron bautizados una nebulosa, una sonda espacial, un estrecho entre dos océanos, una bahía, un sistema de GPS, un gran cráter de Marte, un modelo de computador…
No tenía intención de dar la vuelta al mundo, pretendía navegar hasta Oriente buscando un pasaje entre dos océanos. No se entendió con el rey Manuel I de Portugal y ofreció sus servicios a España, su gran competidor en la época de las exploraciones marítimas. En 1494 estos rivales peninsulares habían suscrito el Tratado de Tordesillas, que dividía el mundo en dos esferas de influencia, según un meridiano trazado a 370 leguas al Oeste de la isla más occidental de Cabo Verde. La ley fue contestada por otros monarcas europeos, como Francisco I de Francia. La incógnita era saber a cuál de los dos países pertenecían las Islas de las Especias (Molucas del Norte).
Una tripulación de 239 hombres de varias nacionalidades (mayoría de españoles, 31 portugueses). En 1513 el rey Manuel I recibe a un navegante con cojera que le había pedido aumento de soldada por combatir en India, Malasia y participar en la conquista de Malaca. Había luchado contra turcos, malayos, indios…
Un cuarto de siglo antes, Cristóbal Colón, portugués consorte, había visto rechazado su proyecto por Juan I, antecesor y primo de Manuel I. De los supervivientes que vuelven con Elcano, dos eran portugueses: Francisco Rodrigues y Vasco Gomes Galego. Faltaba Magallanes.
La expedición hizo escala en países de cuatro continentes. Sólo faltó Oceanía, el continente que lleva en su topónimo la gran hazaña de aquellos hombres, Los héroes del Océano, como los llama en su libro el americanista Pablo Emilio Pérez-Mallaína.
Hoy es 25 de abril y el martes 27 se cumplen quinientos años de la muerte del artífice de la primera gran revolución portuguesa. Hace cinco siglos, España y Portugal rivalizaban por la conquista de los mares, como medio milenio después ocurriría con rusos y norteamericanos en la carrera espacial. Imaginen a un astronauta soviético que ofreciera sus servicios a la Casa Blanca. Una historia propia de John le Carré. Fernando de Magallanes (Sabrosa, Portugal, 1480-Mactán, Filipinas, 1521) quiso presentarle su proyecto a su compatriota el rey Manuel I, que no sólo lo desoyó sino que desatendió su petición de mejora de las condiciones salariales con el pretexto de que había regresado sin permiso de Marruecos y de que su cojera era fingida. Cojera que le acompañaría el resto de sus días.
Murió víctima de una emboscada de un grupo de indígenas filipinos acaudillados por Cilapulapu. Como también peleó contra los turcos, fue un trasunto cervantino del manco de Lepanto que además vivió como un Amadís de Gaula. Su caballería no era andante sino navegante y los molinos que encontró a su paso eran gigantes de verdad. Muere casi cuatro siglos antes del sitio de Baler de los últimos de Filipinas. El tiempo que va de la creación de un imperio a su hundimiento.
Magallanes llega a Sevilla el 20 de octubre de 1517 y es acogido por Diego Barbosa, también portugués, teniente de alcalde de los Reales Alcázares, que se convertiría en su suegro. Están terminando la Catedral y la Torre del Oro estaba a punto de cumplir tres siglos. El historiador Carlos Martínez Shaw considera a Magallanes uno de los cuatro puntales de la primera globalización, junto al genovés Cristóbal Colón por el descubrimiento de América (1492), el portugués Vasco de Gama por la llegada a la India (1498) y el extremeño Vasco Núñez de Balboa por el descubrimiento de la Mar del Sur (1513).
Uno de los momentos estelares de la humanidad del libro de Stefan Zweig, autor de una biografía de Magallanes que algunos consideran una hagiografía. Vasco de Gama muere en la India; Vasco Núñez de Balboa, en Panamá, Castilla del Oro; Magallanes, en Filipinas. El único de los cuatro que muere en tierra firme fue Cristóbal Colón, que rinde cuentas en Valladolid. La ciudad a la que el 20 de enero de 1518 salen desde Sevilla Magallanes, su compatriota Rui Faleiro y Juan de Aranda, personaje de la Casa de la Contratación, para presentarle al joven monarca Carlos I el proyecto que había rechazado el rey de Portugal.
El 12 de octubre de 1919, cuarto centenario de la partida de las naves, se colocó una lápida en una calle que desde un año después, 1920, lleva el nombre de Juan Sebastián Elcano, con una sinopsis de la partida de las cinco embarcaciones (Trinidad, que capitaneaba el propio Magallanes, San Antonio, Concepción, Santiago y Santa María de la Victoria) y el regreso tres años después, 8 de septiembre de 1522, “sola y maltrecha”, de la nao Victoria. “La ciudad de Sevilla les erige este mármol promesa de otro más digno monumento”.
Salieron cinco naves y sólo regresó una; salieron 239 hombres y volvieron 18. “El coste en vidas fue terrible”, dice la americanista Enriqueta Vila. “pero coste económico ninguno. ¿Fracaso? Fue un éxito tremendo. Sólo con el clavo que trajeron se pagó toda la expedición”. “Con Carlos I se pasa de una mentalidad medieval a una mentalidad renacentista”, dice Luis Navarro García. Cuando salen las naves, Carlos I era rey; cuando vuelven ya es también emperador de Alemania.
Magallanes murió en el paso de Ecuador de la expedición, después de haber superado infinidad de vicisitudes. Se perdió la llegada a las islas de la Especiería, las Molucas. El año que muere Magallanes, Hernán Cortés entra en Tenochtitlán.
Un siglo después de aquel mármol, Sevilla todavía mantiene una deuda con Magallanes. Aunque Tolstoi, hablando de Napoleón, desconfía en Guerra y Paz de los héroes para analizar los acontecimientos históricos, es evidente que Magallanes es uno de los grandes personajes de esta ciudad. Situado en un estrado donde figurarían los emperadores Trajano y Adriano, San Isidoro, Fernando III y su hijo Alfonso X, Velázquez, Olavide, tal vez Aníbal González…
¿Y qué sitio tiene Magallanes en Sevilla? En 1968 Franco inauguró el puente llamado entonces del Generalísimo (hoy de Los Remedios). Cinco años después, en 1973, el año del traslado de la Feria del Prado a Los Remedios, se inaugura la estatua a Juan Sebastián Elcano, guipuzcoano de Guetaria. Más que dual, Sevilla es una ciudad demediada, como el vizconde de Italo Calvino. Tiene a Santa Justa sin Rufina; a Daoiz sin Velarde; a Belmonte sin Joselito; y a Elcano sin Magallanes. El resultadismo, esa patología propia del fútbol, llegó a la Historia.
Recientemente bautizaron con Magallanes un nuevo parque. Hay en Sevilla una calle Magallanes que une Alfarería con Castilla, en Triana. Una calle con 12 números tan angosta que podrían haberle puesto Estrecho de Magallanes. De Alfarería a Castilla. Hermoso simbolismo: en Valladolid empieza a nacer el proyecto; y en las cartas náuticas juega un papel esencial el Tratado de Tordesillas mediante el cual con el visto bueno del Papa, españoles y portugueses se habían repartido los mares del mundo. El proyecto ibérico con el que soñara el Nobel Saramago.
A dos pasos del puerto de Mulas colocaron una esfera armilar que recuerda que ahí está el kilómetro Cero de la Tierra. Las letras ya son ilegibles y el hierro está tan roído como el Huevo de Colón que Rusia le regaló a Sevilla por la Expo 92. Magallanes fue el ruso que viajó hasta Cabo Cañaveral para hacer al hombre más grande y al mundo más pequeño. Fue premonitorio que antes de partir y llegar hasta Sanlúcar de Barrameda la marinería rezara ante una imagen de Nuestra Señora de la Victoria, nombre de la única embarcación que regresó con el clavo y la nuez moscada. Con esas piedras preciosas de la naturaleza con las que, según contaba Stefan Zweig, se hicieron palacios en Venecia. La Virgen de la Victoria es también la titular de la hermandad de las Cigarreras que empezó a salir en la calle Juan Sebastián Elcano.
Salieron cinco en 1519, un siglo antes del nacimiento de Murillo. Volvió solo una en 1522, un siglo antes del nacimiento de Valdés Leal. Una profecía de las postrimerías. Elcano, que salvó el pellejo milagrosamente de motines, escorbutos, encerronas y temporales, volvió a embarcarse. En 1526, en una nueva expedición a las Molucas, murió. Sus restos fueron enviados a las aguas del Índico. El océano por el que regresa en 1522 huyendo de los portugueses. El año que se muere Elcano, Carlos I de España y V de Alemania se casa en el Alcázar de Sevilla con su prima Isabel de Portugal. El Tratado de Tordesillas del amor.
El martes se cumplen 500 años de la muerte del navegante que intuyó que había comunicación entre los Mares del Norte y del Sur y que abrió una puerta al océano Pacífico, en el que caben varios continentes.
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