La mutilación del patrimonio
Si el turismo, como actividad económica, quiere sobrevivir a la guerra ideológica sobre sus efectos sociales, no puede abrirse un frente nuevo como destructor del patrimonio material
Recuperan dos óculos de una antigua capilla real de la Catedral de Sevilla
SE quiere llamar la atención sobre la actuación llevada a cabo recientemente en el número 45 de la calle Cuna. Se trata de una casa patio del siglo XIX que conservaba en buen estado sus elementos formales. Entre los mismos cabe destacar, si nos ceñimos a la fachada, la cerrajería y, muy especialmente, la labor de carpintería en planta baja: un revestimiento de madera que ocupaba todo el frente de la planta, habiendo servido como presentación comercial a los sucesivos negocios que, desde la decimonónica Ferretería La Llave, se han ido sucediendo con el paso de las décadas. Desconocemos la fecha de fundación de ese primer comercio, pero en cualquier caso, figura en las Guías de Sevilla que los hermanos Gómez Zarzuela publicaban periódicamente en el último tercio del siglo XIX.
La obra reciente se ha llevado por delante la mitad del revestimiento de madera: pilastras, ménsulas, cornisa…todo ha sido eliminado en la mitad izquierda del inmueble para diferenciar el acceso al nuevo negocio que se ubica en la finca. Esta nueva actividad, como es fácil de suponer, no es otra que el alojamiento turístico.
Desde el punto de vista patrimonial, la actuación ha sido claramente nefasta y obliga a efectuar un análisis de la normativa aplicable: si ésta ampara este tipo de actuaciones, urge su modificación; si no es así, algún sujeto –público o privado– ha actuado de forma, cuando menos, incorrecta.
La norma de referencia en la protección de estos inmuebles es el Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico de Sevilla (Sector 8.3 El Duque-El Salvador). El edificio que nos ocupa se identifica como casa-patio del siglo XIX, según el artículo 48 de las ordenanzas del Plan Especial. La ficha correspondiente se limita a la protección genérica de fachada además de otros elementos interiores. Pero el artículo 49 de las ordenanzas establece que para estas casas-patio del siglo XIX caben las siguientes precisiones respecto a la protección de fachada: “En las casas del siglo XIX, y aunque está englobado dentro de la protección de la fachada,deberá hacerse un mayor hincapié en la conservación en la forma de los huecos, los recercados, la posición y forma de la cornisa y los elementos de carpintería y cerrajería y la recuperación de los colores originales”.
Queda claro que la protección de fachada es integral, dado que todos los elementos son constitutivos de la imagen tradicional del edificio.
Esta situación propicia algunas reflexiones en torno a la dialéctica que en los últimos tiempos mantienen turismo y patrimonio.
En primer lugar, se debe reconocer que la actividad turística es fuente de importantes beneficios para la ciudad: además de la aportación a la actividad económica general, el turismo ha posibilitado un mejor cuidado de muchos bienes de primer orden (la mejora de la conservación de la Catedral o el Alcázar desde el pasado siglo es evidente); otros grandes edificios en manos de particulares, particularmente casas-palacio, han visto como la visita turística ha aliviado la carga que supone para sus propietarios el mantenimiento de los inmuebles: la casas de Alba y Medinaceli o la Hermandad de la Santa Caridad, llevan tiempo apoyándose en este recurso económico y se han añadido recientemente Santa Coloma-Bucarelli o Salinas; y también la actividad turística es la que ha intervenido de forma directa para recuperar importantes edificios que se hallaban francamente abandonados: importantes casas nobiliarias como las del conde de Torrejón, el marqués de Villapanés o la última residencia de la marquesa viuda de Nervión han sido objeto de rehabilitaciones recientes que han sacado a los edificios del abandono para dedicarlos al alojamiento turístico.
Los efectos más conflictivos del auge turístico son conocidos: problemas de convivencia vecinal; escasez y encarecimiento del alquiler residencial; incremento de los precios de venta por la revalorización general de la zona; y como última consecuencia de algunos de estos factores, un cambio demográfico que expulsa a los habitantes con menor renta de las áreas en cuestión.
Como se ha visto, hasta ahora, los principales efectos indeseados han tenido principalmente carácter sociodemográfico. Hasta ahora, el balance de la actividad turística en cuanto a las consecuencias sobre el patrimonio inmueble no ha sido desfavorable. Indudablemente habrá habido desmanes pero no más que los producidos por otros actores; en cambio, los efectos positivos han sido muy importantes, como se ha expuesto.
Carece de lógica, incluso en el plano mercantil, que una intervención de índole turística tenga una incidencia directa tan nefasta sobre el patrimonio material que es, precisamente, la materia prima y sustento de su actividad. A cualquier particular se le debe requerir un mínimo de celo en la protección del patrimonio, sea porque la Ley le obliga o por mero civismo. Pero se quiere llamar aquí la atención al sector turístico, porque se juega el futuro: si el turismo, como actividad económica, quiere sobrevivir a la guerra ideológica sobre sus efectos sociales, no puede abrirse un frente nuevo como destructor del patrimonio material. Ni nosotros debemos permitirlo.
También te puede interesar
Lo último