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El músico, el conquistador y el marqués

Metrópolis: Marqués de la Mina

Parece una película de Peter Greenaway, pero son los oficios de tres de los cinco nombres que recibe una misma calle. La que cruzaba Atín Aya para convertirse en notario gráfico de su intrahistoria. Una visión que es ahora su legado

Plaza Calderón de la Barca en la actualidad y en una foto de Atín Aya de 1987. / Belén Vargas

ONCE años de la muerte de Atín Aya (1955-2007), como los once goles que España tenía que marcarle a Malta el 21 de diciembre de 1983 para jugar la Eurocopa de Francia 1984. Uno de esos once goles se lo marcó Atín, que en la viñeta de Forges deslumbraba con el flash a Bonnello, el halcón maltés. Por eso, antes de llegar a sus dominios, iniciamos este recorrido por la Sevilla de Atín Aya en la plaza de Calderón de la Barca, por aquellos chavales a los que fotografió jugando al fútbol a espaldas del mercado de la Feria, donde entonces estaba cerrado el Palacio de los Marqueses de la Algaba que hoy es un edificio de uso municipal.

La Sevilla de Atín Aya remite a una calle que tiene cinco nombres distintos. Un caso insólito en la trama urbana de una ciudad. Antes de adentrarnos en esa línea recta que va de Jesús del Gran Poder a Torneo, en Casa Joaquín, Javier Castro nos muestra una foto que el fotógrafo regaló al local, una estampa de la estación de Plaza de Armas cuando todavía llegaban los trenes. Forma parte de su libro Sevillanos (Focus Abengoa), que es una guía imprescindible para anotar los cambios de la ciudad y las cosas que nunca cambian.

Una calle con cinco nombres, a saber: Manuel Font de Anta, Hernán Cortés, Alcoy, Marqués de la Mina y Curtidurías. Por la primera pasea, acompañado por su esposa, el que fue delegado del Gobierno Juan José López Garzón. Hoy termina la Vuelta Ciclista a España. El año que murió Atín la ganó el ruso Denis Menchov. Un ciclista, en realidad un mendigo en bicicleta, rebusca en una papelera en la portada del libro Sevillanos.Los Sevillanos de Atín son como el de la canción de Benito Moreno, más introvertidos que jaraneros. Un ciclista entra por Manuel Font de Anta, calle estrecha con usos de mingitorio. Honores para un músico que compuso Amarguras y Soleá dame la mano. Murió demasiado joven en los primeros meses de la guerra civil, el 20 de noviembre de 1936, el mismo día que José Antonio Primo de Rivera y Buenaventura Durruti.

En la esquina con Flandes, la calle pasa a llamarse Hernán Cortés. En unos meses empezará a conmemorarse el quinto centenario de la colosal conquista de México por este extremeño de Medellín que está enterrado en Castilleja de la Cuesta. Ricardo Núñez le puso su nombre a la antigua Casa Ovidio en 1985. Ahora lleva las riendas su hijo. Un local con solera. Dentro está toda la cronología de la Semana Santa. El año que murió Atín el Viacrucis lo hizo la Virgen del Valle, para la que Manuel Salinas, uno de los mejores amigos del fotógrafo, pintó la verónica. El pregón lo dio Enrique Esquivias, que fue hermano mayor del Gran Poder. Un mosaico de Marcelo Spínola con un ejemplar de El Correo de Andalucía, el periódico que fundó en 1899, preside la parte trasera de la iglesia de San Lorenzo. Nadie ha fotografiado tantas veces y en épocas tan distintas la plaza de San Lorenzo como Atín Aya.

Una estampa otoñal está colgada en el interior del bar El Sardinero, donde tantas veces desayunamos juntos. Alejandro, uno de los camareros, baja la fotografía enmarcada. La saca a la plaza Roberto Pardo, colega de Atín, fotógrafo que fue notario gráfico de los doce goles que le marcaron a Bonnello. Roberto estaba en la junta de Esquivias y ahora está con Félix Ríos. Lo acaban de nombrar presidente de la asociación de Vecinos del Arenal.

Entre Santa Clara y Teodosio, el nombre de la calle vuelve a cambiar y ese tramo se llama Alcoy. La moral del Alcoyano se sirve en un bar que hace esquina. EnLa Banqueta hay un cartel de la foto que ilustró la penúltima edición de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. Hay obras en la casa-hermandad de la Bofetá (Dulce Nombre), que cambia de sede. El local pasará a ser el almacén del Eslava, el bar más próximo a la casa de Carlos Telmo, el anticuario de la película El mundo es suyo. La Bofetá tuvo su sede social en Hernán Cortés, pasó a Alcoy y pronto abrirá en Curtidurías, último nombre de la calle.

Por la Abacería de San Lorenzo no pasa el tiempo. Ramón López de Tejada, su propietario, ha convocado la séptima edición del certamen de relatos gastronómicos. Son tantos los originales procedentes de Latinoamérica –el efecto Hernán Cortés– que ha decidido cerrar el plazo de entrega el 12 de octubre. En uno de los salones conserva un almanaque de 1996. Cada mes es una foto extraordinaria de Atín Aya. El de septiembre de ese año corresponde a Casa Paco, una tienda-bar que había en la calle Zaragoza, cerca de la librería de María Fulmen y la galería de Aizpuru. Casi todas las fotos están en el libro Sevillanos, incluida la del estibador con la pata de palo que parece un personaje de Conrad.

Todos los días se le ve en su bicicleta torcer por Cristo del Buen Fin y entrar por esta calle con distintos nombres. Es el arquitecto Antonio Ortiz, vecino de la calle Santa Ana, coautor con Antonio Cruz Villalón de obras como la estación de Santa Justa, que tomó el relevo de la que fotografió Atín, el estadio de la Cartuja o el Wanda Metropolitano.

En 1996, el año que Aznar ganó las elecciones, a La Abacería se entraba por Marqués de la Mina, 2. Ahora tiene la entrada principal en Teodosio, 53. En Marqués de la Mina está Casa Rafita. Rafael Miffut ya conocía a Atín Aya de la época en la que trabajaba de camarero en el Eslava, su escuela profesional antes de independizarse. Amigos de Atín como Diego Carrasco o el fotógrafo Miguel Ángel León son asiduos de Rafita, que parece un personaje del libro Sevillanos de Atín Aya. También suele parar el profesor José María Miura.

El marquesado de la Mina lo concedió el rey Carlos II en 1681. La calle se refiere al segundo marqués, Jaime de Guzmán-Dávalos y Spínola (1690-1767), un noble y militar que nació en Sevilla y murió en Barcelona. Fue embajador en Francia y capitán general de Cataluña. La mina del marquesado hace referencia al nombre de un molino de Alcalá de Guadaíra que producía una harina gracias a las conducciones subterráneas de agua que llegaban a la capital por los llamados caños de Carmona.

La calle Marqués de la Mina desemboca en la plaza de San Antonio, como la iglesia que acoge a la hermandad del Buen Fin. En el bar Rodríguez, clásico de los caracoles, la voz con las comandas de Pedro llega hasta la taberna Ánima que regenta su tocayo austriaco Peter Mair en la calle Miguel Cid. Un bar en el que, como en Rafita, suelen quedar los padres cuando van a recoger al alumnado de las Salesianas y las Mercedarias de San Vicente.

Hay obras en lo que fue La Imperdible. Una factoría fundamental del teatro sevillano de la transición. Allí dirigía José Luis Castro los ensayos del Teatro El Globo antes de que se hiciera cargo del teatro Lope de Vega después de su cierre por obras y del teatro de la Maestranza, escenario estelar del 92. En los locales de la Imperdible, el actor Pepe Rubianes hizo ensayos memorables de sus monólogos múltiples en los que se escindía en un coro de personajes para representar el Prendimiento de Jesús o una pelea de gatos callejeros en La Habana. A partir de la farmacia, la calle pasa a llamarse Curtidurías. Después de tres prohombres, el músico, el conquistador y el aristócrata, y una ciudad alicantina, un gremio, el de los curtidores. Hay un local que ofrece Yoga “de nueva generación”, un bar con el nombre-insignia del Buen Fien, vecino del garaje donde se ubicará la nueva sede de la casa-hermandad del Dulce Nombre, una de las tres vinculadas a la plaza de San Lorenzo.

Treinta y un años después, sería interesante saber qué ha sido de los muchachos que jugaban al fútbol en la plaza Calderón de la Barca. Un viaje por la Sevilla de Atín Aya en la que el lector va de Pilatos al mercadillo de la Alfalfa, ve cómo eran los mercados de Triana y de la Encarnación antes de sus reformas, se pierde por Arfe y va de Castelar a Castellar, a la fábrica de sombreros. Sevillanos anónimos casi todos, salvo uno célebre y adoptivo, Carlos Amigo, y otro, Salvador Dorado El Penitente, mítico capataz que desde el martes tendrá una plaza con su nombre en Triana.

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