Cinco mujeres con habitación propia
Día de la Mujer | El testimonio de las hermanas García Perea
¿Qué une a estas tres hermanas sevillanas o las distancia de su madre y una de sus hijas? Tienen 83, 59, 54, 46 y 28 años y un discurso que ayuda a centrar un debate feminista hoy politizado y en el que se enredan las generaciones más jóvenes
Carmen Medina tiene 28 años y tira del diccionario para definirse como feminista: "Defiendo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres”. Su abuela, Carmen Perea, tiene 83 y probablemente tiraría de su sentido común para definir una misma convicción que seguro no vincula a movimientos sociales ni políticos.
Ausente en la reunión familiar por motivos de salud, es referencia continua para sus tres hijas, María del Carmen (59 años), Rosa (54) y Esperanza García Perea (46), que coinciden en que han crecido en un matriarcado que se remonta incluso una generación atrás, a la de su abuela Gabriela, “una Bernarda Alba en pequeñito”. Ella era quien pagaba a los trabajadores en la finca donde su marido ejercía de capataz porque sabía más de cuentas, tenía más preparación y la autoridad suficiente para retener el jornal al hombre que veía que podía malgastarlo para entregárselo en mano a su mujer. “Y ninguno se atrevía a toserle”, apunta Rosa. “Eso ocurría en un pueblo donde las mujeres se tenían que cambiar de acera cuando pasaban ante un bar”, añade María del Carmen.
Transgresoras ayer y hoy
La escena corresponde a la Marchena de los años 30. Allí crecieron la madre y las tías de estas tres hermanas. Y todas han sido mujeres trabajadoras: en el campo, en fábricas de aceitunas, tiendas... “Mi madre empezó a trabajar con 14 años, era sastre, una profesión transgresora en aquella época”, recuerda María del Carmen, que es abogada. Su hija lleva dos años en Dubái: decidió dar un giro a su carrera profesional, relacionada con las finanzas, pidió una excedencia y ahora trabaja en la Oficina Económica y Comercial de España en el emirato, oportunidad que aprovecha para seguir formándose y sumando experiencias.
Y no hay una vivencia que se repita en las más de veinte mujeres de esta familia, donde ha reinado la igualdad de la manera más natural, sin necesidad de aprenderla en libros de texto, ni mítines. Cuando más, en los sabios consejos de las mayores que han inculcado a sus hijas la necesidad de hacerse y darse a valer por sí mismas. “Yo soy la menor de mis hermanas y he pasado muchas tardes de mi infancia en un negocio de electrodomésticos donde mi madre se incorporó con mucha valentía con 38 años ya y fue una excelente vendedora”, apunta Esperanza, que ha heredado su capacidad comercial. Fue socia junto a Rosa, también escritoras, de la editorial Jirones de Azul y ahora ha vuelto al mundo del seguro.
Más que discriminación, dificultades
Por suerte, ninguna es capaz de relatar una situación de discriminación laboral por el mero hecho de ser mujeres, realidad que no niegan, pero sí muchas situaciones machistas. A Esperanza le han mirado mal por ser joven, no mujer. Su hermana mayor acabó su carrera de Derecho el año en el que un tercio de las estudiantes eran ya mujeres. Se acostumbró, sin otro remedio, a las risitas de abogados veteranos que bromeaban con el largo de las togas de las recién colegiadas y el empeño de algunos clientes en confundirla con una secretaria cuando acudían a su despacho, hándicap que desaparece con la edad, “que suele hacer a la mujer invisible en este aspecto”. “Entonces nosotras trabajábamos y luego nos metíamos en la cocina y los hombres colaboraban, más o menos, y nadie hacía de ello un mundo”, comenta. Hoy ese reparto de las tareas domésticas se tacha de sexista, pero su hija asegura que sólo ha percibido un ambiente de igualdad en su casa, porque si bien no las labores, la carga del trabajo estaba repartida.
La maternidad y otros patrones
Esperanza y también Rosa, que se inició con 15 años en el mundo del comercio antes de dedicarse a las letras, ejercen o han ejercido en mundos complicados para la mujer. “Eso me dijeron en mi primera entrevista de trabajo y luego comprendí que el problema no era el empleo en sí, ni los seguros, el problema estaba en casa”, explica Esperanza, soltera y con dos gatos a su cargo. Cariño felino que comparte también con Rosa que ha descubierto, de una manera distinta, la maternidad de la mano de los hijos de su actual pareja. Si ella no ha sentido la discriminación quizás es porque siguiendo el consejo de su madre se ha comportado como un hombre en el mundo laboral. “Y eso es triste también”, lamenta ahora que ha cruzado una de esas líneas rojas que permiten a las mujeres, a partir de los 50, asumir ciertos sentimientos que antes se habían negado, como el de ser madre.
Muchas de las que en otras generaciones llegaron o se mantuvieron responden al patrón de solteras, divorciadas sin hijos... o se reincorporaron mayores. María del Carmen era una heroína para su hermana Esperanza, que se quedó descolocada cuando ésta dejó de trabajar en el periodo de crianza de sus dos hijos, por un traslado de residencia que la dejó sin red familiar y con muchas dificultades para conciliar en una asesoría jurídica. Ya a los 38 años regresó al mundo laboral. “Si mi madre y mi abuela fueron capaces de hacerlo ¿cómo yo no?”, asegura.
Hoy, a escuchar en la manifestación
Agradecen la reflexión porque pocas veces se han parado a pensar en todo lo que han conquistado y recorrido como mujeres y trabajadoras. Nunca les ha resultado llamativo y quizás por ello no se plantean tampoco participar en manifestaciones, sin que por ello las desprecien. Aunque este 8-M Rosa tiene previsto asistir junto a la hija de su pareja: “Hay que escuchar a las generaciones más jóvenes “.
La suya y la de sus hermanas conquistó la luna, con más o menos trabajo, y se la entregaron a las más jóvenes sin apenas explicación. “Y están muy confundidas y enredadas en micromachismos”, coinciden. Maniobras sutiles para las más jóvenes que, en ocasiones, las mayores ven simplemente como gestos desafortunados sin otra maldad. Sólo Carmen, que destaca la brecha salarial existente, niega tajantemente la radicalización que enciende las alarmas de sus tías y su madre, preocupada por la obsesión por el físico que observa en chicas jóvenes inteligentes y muy preparadas “que compran el primer mensaje”.
La sexualidad es un tema mal resuelto para muchos jóvenes hoy. Relata Rosa que le sorprende ver a chicas que son transgresoras en algunos ámbitos y en otro son "damiselas del XIX, casi victorianas" muchos años después de que la mujer se liberase en este sentido. "El problema es que no saben relacionarse", insiste.
Sin pensar demasiado, las hermanas mayores coinciden también en que hay muchas jóvenes que hacen tabla rasa con todos los hombres muy frecuentemente y se generalizan las situaciones de violencia contra la mujer.
El temor de los varones
Discursos que, aseguran, están muy politizados, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda, y magnificados. “La preocupación que siempre los padres hemos sentido por la protección de las chicas ahora se centra en los chicos, muchos no saben cómo relacionarse por el temor a ser acusados de acoso o algo peor”, asegura María del Carmen. Esperanza relata con inquietud un conversación que presenció en la calle donde un niña molesta amenazó a un adolescente que tonteaba con ella con acusarle intentar violarla.
La lucha por la libertad de decidir
La trampa más perversa. Los mensajes se mezclan y distorsionan y en la lucha contra los estereotipos aparecen otros. Etiquetas que la sociedad necesita para avanzar, pero que frenan la libertad de decisión. Falta pedagogía y eso corresponde a las mujeres, por encima de los partidos y los gobiernos, que tienen otro papel en esta lucha, facilitar el largo camino que todavía queda por recorrer. ¿Qué mujer quieres ser sin que te tachen de esquirol ni tengas que dejar de comportarte como lo que eres? María del Carmen recuerda cómo más allá del ensayo de Virginia Woolf, que hoy sigue sonando muy moderno, ya su madre, sin libros ni diccionarios, les enseñó la mejor lección de feminismo: tenían que tener dinero y una habitación propia para escribir su vida. Estas cinco mujeres han conseguido narrar su historia y alguna, como Rosa, hasta ha editado algún capítulo.
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