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Muere Ramón Montserrat, el arquitecto que diseñó el edificio de la antigua comisaría de la Gavidia en Sevilla

Ha fallecido a los 95 años de edad mientras dormía en su domicilio

Victoriano Sainz Gutiérrez, profesor de la Escuela de Arquitectura de Sevilla, destaca de él "su vivo sentido de la responsabilidad social del arquitecto y su inquebrantable voluntad de mejorar las condiciones de habitabilidad de los edificios que proyectaba"

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El arquitecto Ramón Montserrat (1929-2024) en 2011. / B. Vargas

Ramón Montserrat (1929-2024), el arquitecto que diseñó el edificio de la Plaza de la Gavidia que acogió la antigua comisaría de Policía, ha muerto a los 95 años de edad mientras dormía en su domicilio.

Victoriano Sainz Gutiérrez, profesor de la Escuela de Arquitectura de Sevilla, relata como obituario que Ramón Montserrat nació en Barcelona, donde estudió Arquitectura. Llegó a Sevilla en 1956 para iniciar su carrera profesional. Sus primeros pasos los dio con pequeños encargos, realizados todos ellos en la segunda mitad de los años 50, planteados ya conforme a los principios modernos en los que se había formado: una joyería en la calle Sierpes, una cafetería en la avenida de la Constitución o un supermercado en la calle Francos le sirvieron para darse a conocer en la ciudad, haciendo posible la llegada de otros encargos de los que siempre hablaba con aprecio, como la terminal de pasajeros de Iberia (1959), situada en los bajos del edificio Cristina, o la fábrica de contadores eléctricos Landys & Gyr (1958-60), en el barrio de los Pajaritos, que fue su primera incursión en la arquitectura industrial.

Explica Sainz Gutiérrez, que además, en esos mismos años Ramón Montserrat tuvo ocasión de colaborar con otros arquitectos en dos proyectos para Sevilla de muy diferente naturaleza. El primero de ellos, el edificio de la SEAT (1957-60), de César Ortiz-Echagüe y Rafael Echaide, fue para Montserrat un laboratorio; su participación en la dirección de obra le permitió familiarizarse con cómo integrar una estructura de acero y vidrio con otra de fábrica de ladrillo, algo que él mismo haría en proyectos posteriores. El segundo era un trabajo urbanístico, la primera propuesta de ordenación para el polígono de San Pablo (1958-60), liderado por Luis Gómez Estern; aunque no llegara a ejecutarse –cuando la Obra Sindical del Hogar se hizo cargo del proyecto, eligió otros arquitectos para desarrollarlo–, fue sin duda una experiencia importante para perfilar la fina sensibilidad urbana de Montserrat, manifestada luego en el modo en que sus edificios se insertan la ciudad.

"Este variado conjunto de trabajos le permitió definir un mundo de intereses en el que, sintonizando con los debates arquitectónicos del momento, la innovación tecnológica iba a jugar un relevante papel. La ocasión para ensayar sus propias soluciones le llegó en torno a 1960, con el encargo de dos obras que le servirían para reivindicarse como un sólido valor en la arquitectura sevillana: la Central Lechera (1960-62), construida en la carretera del aeropuerto, y la sede de la Jefatura de Policía (1961-64), en la plaza de la Gavidia. Montserrat las consideró siempre como sus dos primeras obras importantes, resueltas con soluciones netamente modernas tanto en lo espacial como en lo estructural. Con el edificio de la Gavidia, como recordaba a menudo, experimentó el categórico rechazo de la sociedad sevillana a una arquitectura que no entendía y que consideraba del todo inadecuada para el centro histórico de la ciudad", subraya Sainz Gutiérrez.

"Poco después crearía Arquinde, una oficina interdisciplinar de proyectos con sede en Sevilla, constituida como sociedad anónima y en la que trabajaron conjuntamente arquitectos e ingenieros, y desde la que promovió el desarrollo de una arquitectura que intentaba incorporar las innovaciones tecnológicas a los procesos constructivos, en particular en los proyectos de carácter industrial que siempre le interesaron. De hecho, sería en este ámbito donde construyera en los años setenta una de sus obras más emblemáticas, las Bodegas Internacionales de Jerez de la Frontera (1974-76), donde empleó elementos prefabricados para agilizar el proceso constructivo. No obstante, al finalizar la década de los 70, Montserrat dejaría Arquinde para iniciar una nueva andadura profesional con Alberto Donaire y Pablo Canela, dos arquitectos de generaciones diferentes a la suya", destaca Sainz Gutiérrez.

"Fue una etapa en la que trabajaría a fondo en la arquitectura escolar, a la que dedicó buena parte de sus esfuerzos a partir de entonces. A los edificios de varias Facultades universitarias en el entorno de Reina Mercedes, se añadieron numerosos colegios e institutos de enseñanza media construidos en toda Andalucía. En esos años, mientras yo estudiaba Arquitectura en la Escuela de Sevilla, fue cuando lo conocí. Sabedor de que estaba realizando mi proyecto fin de carrera, se ofreció generosamente a discutir conmigo determinadas soluciones que yo estaba ensayando y que no acababan de convencerme. Pude comprobar su capacidad para resolver con solvencia y aparente facilidad las cuestiones proyectuales, pero para mí lo más estimulante fue ver cómo me ayudaba a integrar en el proyecto aspectos que en la Escuela siempre habíamos visto separados –la estructura, la construcción o las instalaciones– y que para él eran una sola cosa", cuenta Sainz Gutiérrez.

El profesor Sainz Gutiérrez relata más vivencias con Montserrat. "Fue entonces cuando le pregunté si nunca había pensado dar clase. Me contó que en los años 60, cuando la Escuela de Arquitectura de Sevilla estaba empezando, Luis Recasens le había propuesto que fuese profesor de Proyectos y más adelante, cuando obtuvo el título de técnico urbanista en el Instituto de Estudios de la Administración Local, Pablo Arias lo había llamado para que enseñase Urbanismo, pero rechazó ambas propuestas porque consideraba que lo suyo no era la docencia. Tengo la impresión de que prefería incorporar jóvenes titulados a su estudio para enseñarles lo que significaba el ejercicio de la profesión; era otro modo, para él probablemente más eficaz, de transmitir lo que había aprendido con el paso de los años. De hecho, en su trayectoria profesional hubo todavía una última etapa, cuando fundó un nuevo estudio al que llamó Imbrice, dedicado a la arquitectura y el diseño de interiores. Allí se rodeó de arquitectos mucho más jóvenes que él y, con ellos, siguió desarrollando proyectos que trataban de mantener los altos estándares de calidad con los que siempre había trabajado".

"Siempre me llamó la atención su vivo sentido de la responsabilidad social del arquitecto y su inquebrantable voluntad de mejorar las condiciones de habitabilidad de los edificios que proyectaba. Tengo la impresión de que el espíritu del Opus Dei, institución católica a la que perteneció desde sus años de estudiante de Arquitectura, le había empujado a desarrollar un hondo espíritu de servicio que, profundizando los valores cívicos en los que se había formado en la Escuela Blanquerna de Barcelona, hizo que nunca se arredrara antes las dificultades y mantuviera hasta el final una sorprendente y poco habitual ilusión por seguir adelante con el trabajo, olvidándose de sí mismo y de las múltiples limitaciones que el paso de los años y los achaques de la salud imponían. Cuando evoco mi última conversación con él de hace unos meses, no puedo sino concluir que, como deseaba, ha muerto con las botas puestas. Descanse en paz el maestro y el amigo".

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