Muere Carlos López Rolán, la última llave de El Portón

Obituario

Tenía diez años cuando su padre abrió el mítico bar de la calle General Polavieja

Carlos López, en uno de los veladores del Don Carlos, en General Polavieja, el ‘pariente’ joven de El Portón que abrió su padre en 1958
Carlos López, en uno de los veladores del Don Carlos, en General Polavieja, el ‘pariente’ joven de El Portón que abrió su padre en 1958 / D. S.

Carlos López Rolán (1948-2024) tenía diez años cuando su padre, antiguo empleado del bar Los Candiles que frecuentaran Belmonte y El Gallo, abrió el bar El Portón en la calle General Polavieja. Aquel niño de la España de la posguerra, de la Sevilla posterior a la visita de Evita Perón, cogió el testigo a la muerte de sus hermanos Manuel y Pepe. En el siglo XIX Sevilla perdió la mayoría de sus puertas, pero a mediados del siglo XX, el cambalache del tango, abrió un Portón. Era la tercera puerta, la oficiosa, del Ayuntamiento, el bar donde concejales y funcionarios municipales hacían el receso de los asuntos de la ciudad.

Cuando Joaquín Arbide publicó ‘Sevilla en los bares’, elegimos El Portón para hablar de esa columna vertebral de la ciudad, esa intrahistoria diezmada por franquicias, gastrobares y monsergas. Carlos era el mejor anfitrión. Combinó la copla y la ópera extendiendo su cartera de negocios al local Don Carlo. En esa calle que es una medianera entre Sierpes y Tetuán por la que callejeaban aquellos jóvenes concejales: Luis Pizarro, José Luis Villar, Alberto Jiménez-Becerril, hasta que una bala asesina de Eta dinamitó a esos tres mosqueteros que simbolizaban una concordia y pluralidad que ahora están en almoneda con las franquicias de la gastropolítica.

Carlos tenía la rara habilidad de convertir a los clientes en amigos. Un anfitrión de primera. “Se me va mi amigo del alma, la mejor persona que me he echado a la cara”, dice consternado José Jesús Galindo, el panadero de San Bruno, en la calle Feria. “Nuestra amistad surgió en el tren que cogíamos en la estación de Córdoba cuando hicimos juntos la mili en Obejo en mayo de 1970”. El año del último Mundial de Pelé. “La final Brasil-Italia la oímos por el transistor en el tren que nos llevaba al campamento”. La amistad se mantuvo aunque el panadero fuera destinado al cuartel de la Puerta de la Carne (actual sede de la Diputación Provincial) y el tabernero al cuartel del Carmen de la calle Baños (actual Conservatorio de Música y Teatro).

Joaquín Arbide eligió a dos primeros espadas para presentar en el Círculo Mercantil su libro sobre los bares, el tránsito de la tiza al ordenador. Uno era Juan Robles; el otro, Carlos López Rolán. Fue un encuentro inolvidable unos meses antes de que el tiempo se paralizara con la dichosa pandemia. Ya están los tres juntos en el mostrador del firmamento de las buenas personas. El Portón abrió sus puertas en 1958. El año del primer Mundial de Pelé. Aquellos reclutas de Obejo se llamaban por sus alias balompédicos: Pepe era Martí Filosía y Carlos, Tonono, como el fino defensa canario.

Quien firma estas líneas vino a hacer prácticas a el Correo de Andalucía en el verano de 1977. Una de mis primeras encomiendas eran las crónicas municipales en un Ayuntamiento que presidía Fernando Parias Merry. El Portón era diván y abrevadero, tertulia y matahambres con compañeros como Tomán Balbontín, José Ángel Bonachera, José María Gómez, Pilar Suriñacs, José Manuel García o el simpar Pepe Guzmán. Carlos era padre de tres hijos: Marta, Vanessa y Carlos. El Portón abrió sus puertas el 6 de diciembre de 1958, justo veinte años antes de la proclamación de la Constitución española. Tenía una excelsa carta magna de especialidades y era uno de los mejores ‘confesionarios’ para esa especialidad del periodismo que es la entrevista. Confidencias en su salsa con la complicidad de Carlos, que tenía la llave de la última puerta de Sevilla.

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