El monumento a San Fernando se pone a punto para su centenario
Patrimonio
Enclavado en la Plaza Nueva, estará cinco meses en restauración
Inaugurado en 1924, es una obra coral de Talavera, Bilbao, Lafita, Sánchez Cid, Pérez Comendador y Adolfo López
Una obra en la Plaza Nueva rescata vestigios vinculados al desaparecido convento de San Francisco
La 'luz restaurada' del Ayuntamiento de Sevilla
Una obra que está próxima a cumplir un siglo y que será sometida a una importante restauración. El monumento a San Fernando situado en la Plaza Nueva es uno de los más reconocibles de la ciudad. Obra colectiva salida del genio de Juan Talavera, Joaquín Bilbao, Enrique Pérez Comendador, Adolfo López, José Lafita y Agustín Sánchez Cid fue inaugurada en 1924 tras un largo proceso en el que se barajaron varias propuestas para completar la recién diseñada Plaza Nueva, convertida tras el derribo del convento de San Francisco en el salón principal de la ciudad. El monumento al Patrón de la ciudad se encuentra en un estado de conservación deficiente. Aunque el deterioro afecta de manera distinta a cada una de sus partes. Las afecciones están ligadas a las características técnicas de los materiales constructivos. En el caso de la escultura de bronce son la lluvia y la contaminación sus problemas más acuciantes. Los trabajos para poner a punto el monumento de cara a su centenario durarán cinco meses y el coste de los mismos asciende a 63.000 euros.
“Su condición como monumento público situado en la vía pública unido a la lógica pérdida de las soluciones conservativas aportadas en la última restauración, realizada en 2011, explican que el monumento a San Fernando se encuentre en un estado de conservación deficiente”, explica el pliego para su restauración elaborado por la Gerencia de Urbanismo y Medio Ambiente. Para analizar el estado en el que se encuentra la obra hay que diferenciar entre el pedestal y la figura de bronce. En el primer elemento, son las esculturas realizadas en piedra arenisca las que están peor. “Presentan zonas de porosidad muy abiertas con macroporos y fisuras, especialmente visibles donde se produce acumulación de humedad, evidenciándose un proceso progresivo de arenización y desprendimientos de volúmenes”. Se constata la presencia de colonias de microflora, en este caso de líquenes, que de forma generalizada proliferan más en las zonas orientadas al norte y este.
Los restantes elementos pétreos no presentan graves alteraciones, salvo la merma en la eficacia de algunos tratamientos dados en intervenciones anteriores, como la pérdida del sellado en varias juntas, la presencia de contaminación ambiental y palomina y algunos daños antropogénicos de carácter superficial. “Lo más llamativo es el lavado diferencial de la superficie por el agua de lluvia que ha creado costras oscuras de carbonatación y sulfatación adheridas a la superficie de la piedra si bien, a falta de comprobación, estimamos que este daño sólo supone una pátina ajena y antiestética”.
En cuanto al bronce, como consecuencia de su exposición a la intemperie, la estatua ecuestre de San Fernando presenta depósitos de suciedad, acumulados de forma especial en algunas zonas y huecos. Se trata principalmente de acumulaciones de polvo asentado y deyecciones de aves. Del análisis realizado se deduce que el bronce no presenta serias patologías: “A la espera de confirmarlo una vez se inicien los trabajos, su pátina original parece que se mantiene coherente y estable. El autor indujo en el bronce una protección de carbonato de cobre (verde malaquita) que permanece perfectamente estable salvo en las zonas donde el bronce ha reaccionado con las deyecciones de las palomas, en cuyo caso el bronce ha formado una pátina rojiza de óxido cuproso, y en los lavados de agua de lluvia con partículas derivadas de la combustión de hidrocarburos, en los que se advierten los tonos propios de la presencia de dióxido de carbono. En estas dos últimas pátinas, creadas por la exposición de la escultura al medio, no se aprecia corrosión de la superficie original del bronce, por lo que se pueden considerar igualmente estables”.
En cuanto a los tratamientos que se aplicarán, en el caso del pedestal se acometerá una limpieza para la eliminación de residuos adheridos en superficie, un tratamiento biocida, una consolidación de los elementos, fundamentalmente de la piedra arenisca y un tratamiento hidrofugante que en la zona inferior del pedestal, más expuesta a actos vandálicos, será especial para materiales porosos con propiedades antimanchas (oleofugante) y antigrafiti basado en nanotecnología.
No se prevé realizar reintegraciones volumétricas, a excepción de aquellas que resultan imprescindibles para sellar oquedades o huecos por los que pueda penetrar agua en el interior del bien.
En cuanto a la estatua ecuestre del rey, se hará un limpieza superficial, una limpieza mecánica, una limpieza química, un tratamiento de eliminación e inhibición de la corrosión, se aplicará una protección a toda la superficie y, finalmente, tanto en el bronce como en las cornisas y las zonas superiores del pedestal se instalarán bandas dobles con elementos antiaves realizadas en policarbonato con púas de acero inoxidable.
Un monumento para una nueva plaza
Fue Balbino Marrón quien culminó, en torno a 1854, el diseño de la Plaza Nueva tras el derribo definitivo del convento Casa Grande de San Francisco. Con la plaza completamente finalizada la Plaza, comenzaron a alzarse las voces de quienes echaban en falta un monumento en su centro que lo decorase, señala el pliego. En 1860 son varias las propuestas que barajaba el Ayuntamiento de Sevilla relativas a este tema. “En un primer momento se pensó que tal monumento debía ser dedicado al pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo. Sin embargo, la opción que tuvo más respaldo fue aquella que defendía la idea de levantar un monumento en honor a la reina Isabel II, quién además daba nombre a la plaza. No obstante, también hubo una proposición que fue presentada el 15 de marzo de 1861 que recomendaba que ‘se levantase en el centro una fuente alegórica a las glorias de esta capital, coronada por la estatua ecuestre de San Fernando”.
En 1862, coincidiendo con la visita de Isabel II a la ciudad, el Ayuntamiento acordó por unanimidad la erección de un monumento en el centro de la plaza en honor a la soberana. El proyecto le fue presentado a Isabel II como obsequio y tributo por parte del pueblo, pero la reina declinó esa propuesta y se mostró partidaria de que se levantase un monumento dedicado al Santo Rey Fernando III, conquistador de Sevilla.
Hubo que esperar hasta 1876, cuando la Real Academia Sevillana de Bellas Artes exigió al Ayuntamiento que cumpliese la promesa de levantar un monumento al Santo Rey. El proyecto de Demetrio de los Ríos fue aprobado por la Academia de Bellas Artes de Sevilla. “Éste fue iniciado solemnemente con la colocación de la primera piedra en una ceremonia presidida por Alfonso XII. Sin embargo, este impulso se vería nuevamente interrumpido, de tal forma que sólo se alcanzó a construir los cimientos que durante años sirvieron como kiosco o platea”.
Así se llega hasta 1884, cuando aparece en escena el diseño que cuatro años antes había realizado Joaquín Guichot, “pero igualmente no causó ningún entusiasmo administrativo”. Este proyecto estaba marcado fundamentalmente por la grandiosidad y suntuosidad, que enfatizaba el carácter glorioso y la importancia que tenía la obra. “Para su ejecución se había pensado incluso extraer las tres columnas romanas conservadas en la calle Mármoles, que situadas sobre una escalinata y un esbelto pedestal hexagonal, sostendría una cornisa y una cúpula coronada con la efigie de San Fernando representado en cualquiera de sus iconografías”. Entre las columnas se situarían las figuras de Julio César, Hércules y Alfonso X El Sabio.
El monumento dedicado a San Fernando caería una vez más en el olvido hasta ya bien entrado el siglo XX.
Fue en 1916 cuando se le asignó el proyecto a Juan Talavera. Tres años después, el 12 de enero de 1919, el escultor Joaquín Bilbao y el arquitecto Pablo Gutiérrez Moreno presentan un diseño que fue aprobado en parte, ya que el 29 de julio de 1919 se acordó dar luz verde a la idea de Joaquín Bilbao variando el pedestal que sería encomendado a Juan Talavera.
“La propuesta de Talavera recogía el diseño anterior de la escultura ecuestre de San Fernando realizada por Joaquín Bilbao, que iría sobre un esbelto pedestal decorado con las figuras de Alfonso X El Sabio, el arzobispo Don Remondo, Garci Pérez de Vargas y el Almirante Bonifaz, personajes vinculados con Fernando III y la conquista de Sevilla”. Siguiendo este proyecto, el 17 de junio de 1920 la comisión responsable de la obra ratificó el encargo de la efigie del Santo a Joaquín Bilbao y se notificó a los escultores escogidos la presentación de un boceto. “Tras la aprobación por parte de un jurado, se procedió a encomendar las esculturas: ‘la de Don Alfonso el Sabio, al señor Pérez Comendador, la del arzobispo Don Remondo, a don Adolfo López; la de Garci Pérez de Vargas, al señor Lafita; y la del Almirante Bonifaz, al señor Sánchez Cid’”.
El gran número de artistas y la disparidad de estilos provocaron serios problemas en el seno de la comisión, puesto que había opiniones en contra de la falta de unidad artística, abunda el estudio histórico recogido en el pliego. “Ante tal agravio, el 4 de marzo de 1922, la comisión opta definitivamente por aprobar los proyectos de Lafita y Sánchez Cid y reunir posteriormente a todos los artistas con el fin de unificar criterios y estilos artísticos”.
Finalmente, y 64 años después, tras el monumento quedó concluido e inaugurado el 15 de agosto de 1924, día de la Asunción de la Virgen con la presencia de la Virgen de los Reyes. Por último, en 1930, para marcar más su presencia en la plaza, el monumento fue enmarcado por una solería de ajedrezado y un conjunto de columnas unidas por cadenas.
La apuesta por Talavera y Bilbao
“En esta obra Joaquín Bilbao intenta innovar en la plástica escultórica, haciendo gala de su aprendizaje adquirido a lo largo de su recorrido por Europa, especialmente por París, donde residió durante años. El tratamiento esbozado de la escultura se debe a su admiración por Auguste Rodin. A pesar de estas innovaciones formales, Bilbao sigue moviéndose en el realismo naturalista propio de Antonio Susillo y la escultura decimonónica, dotando a la figura de multitud de detalles anecdóticos, acordes con la tradición y sensibilidad local”.
La escultura representa al monarca montando a caballo, enfatizando su carácter triunfante. Parece captar la entrada del Rey Santo en la recién conquistada Isbilya. “Para resolver la imagen y atuendo del Santo, recurre a la pintura historicista, como la realizada por Francisco Pacheco hacia 1634, y a distintos elementos de la tradición sevillana”. Entre sus piernas coloca una imagen de la Virgen de las Batallas, copia de la escultura en marfil custodiada en la Catedral de Sevilla, que según la tradición acompañó al Rey Santo en todos sus enfrentamientos con los musulmanes. La estatua estaba prácticamente terminada en 1921, siendo fundida en Madrid por los Hermanos Codina.
Para el pedestal, Talavera ideó una pieza de altura poligonal, cruciforme, sobre una esbelta escalinata.” La sobriedad de la piedra se rompería con la colocación de cuatro esculturas, que irían colocadas en sus cuatro frentes. Para ellas, diseñó unas originales hornacinas típicamente regionalistas”. Estas figuras se rematan con una pequeña cubierta de diseño gótico, aludiendo al estilo artístico de la época fernandina. “Sin embargo, introduce elementos decorativos muy sorprendentes, ya que a modo de crestería aparece representada de forma detallista la muralla almohade que protegía la ciudad”. En sus remates alterna sucesivamente las representaciones de la Giralda y la Torre del Oro, ambas siguiendo su fisonomía originaria. En los frentes delanteros y traseros del pedestal sitúa una estrecha y alta columnilla, cuyo capitel presenta sinuosas formas vegetales propias del estilo gótico. Finalmente, la obra se remata con una doble cornisa con elementos decorativos tomados de la arquitectura medieval.
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