El día en que monseñor Amigo cautivó al mundo en la boda de la infanta Elena
En recuerdo de un cardenal
El arzobispo de Sevilla presidió la ceremonia en la que contrajo matrimonio la primogénita de los Reyes de España
La retransmisión del enlace provocó momentos de tensión con Pilar Miró
Las dos veces que monseñor Amigo recibió al Papa Juan Pablo II en Sevilla
Fue sin duda su gran bautizo ante los medios de comunicación. Hasta el 18 de marzo de 1995 el entonces arzobispo de Sevilla, monseñor Carlos Amigo Vallejo, había acaparado innumerables portadas y titulares a nivel local, provincial y regional. Sus declaraciones, siempre al hilo de la actualidad y en cualquiera de los ámbitos sociales en los que la noticia fuera protagonista, lo habían convertido en uno de los personajes más destacados de Andalucía. Pero faltaba aún -recuérdese que el cardenalato tardaría todavía ocho años en llegarle- por traspasar la frontera mediática de Despeñaperros que lo consagrara como una de las figuras indiscutibles de la Iglesia española en el periodo democrático. La boda de la infanta Elena fue, sin duda, la ocasión propicia para ello.
Tras los fatos de la Expo del 92 y la visita del Papa Juan Pablo II en 1993 la ciudad se había sumido en una especie de vacío, agudizado por la crisis económica que el fin de la muestra universal llevaba aparejada. Fue en otoño de 1994 cuando la Casa Real hizo oficial el compromiso de la primogénita de los entonces Reyes de España con el aristócrata Jaime de Marichalar. Poco después llegaría la noticia que llenó de alegría y expectación la capital andaluza: la Catedral de Sevilla acogería el enlace nupcial, cuyo convite se celebraría en los Reales Alcázar, el palacio en uso más antiguo de Europa.
De nuevo la ciudad se sumergía en una carrera de preparativos. Doña Sofía se encargaba de supervisar todos los detalles. La abuela de la novia, Doña María de las Mercedes (currista y bética confesa), había tenido mucho que ver en que Sevilla fuera la sede de la primera boda real tras el restablecimiento de la monarquía en la figura de su hijo, el hoy rey emérito, don Juan Carlos. La condesa de Barcelona mantuvo el vínculo con la ciudad de su infancia hasta el fin de sus días.
La última vez que unos Reyes se habían casado en Sevilla también fue en marzo. Pero de 1526. Entonces lo hicieron Carlos V y su prima hermana, Isabel de Braganza, cuya belleza quedó inmortalizada en el célebre cuadro de Tiziano. Los casó el arzobispo de Toledo. El banquete tuvo que esperar 20 días a que llegara la Pascua Florida.
Un marzo de 1995 la ciudad que fuera Puerto y Puerta de Indias volvía a acoger una boda real. Monseñor Amigo presidiría ese enlace. Años después confesó a un periodista la llamada que recibió del monarca para solicitarle tal cometido: "No me llamó un rey para que casara a una infanta, sino que un padre me pidió que casara a su hija". La relación del entonces arzobispo con los Borbones se había iniciado mucho antes, en los años en los que fue obispo de Tánger. En aquel entonces, en contra de los dictámenes de Franco, recibió a don Juan de Borbón, abuelo del actual Rey de España, que sufría el exilio impuesto por la dictadura. Juan Carlos I siempre le agradeció aquel gesto y su apoyo fue indiscutible para que el fraile franciscano lograra el cardenalato, que tardó tiempo en llegarle.
El enlace real constituyó otra gran oportunidad para que la Catedral de Santa María de la Sede fuera conocida a nivel mundial. Ya tuvo ocasión de ser admirada por todos los visitantes que acudieron a Sevilla durante la Expo. Y también con la visita del Papa Juan Pablo II en 1993, con motivo de la clausura del Congreso Eucarístico Internacional. Pero ahora podría ser contemplada al detalle y con todo tipo de lujos gracias a los avances tecnológicos en el ámbito audiovisual. Además, en directo.
El desencuentro con la cineasta
Al frente de este cometido se encontraba la más que reconocida Pilar Miró, uno de los nombres de referencia del PSOE de Felipe González al llegar al Gobierno de España. No en vano, durante años fue la principal responsable de RTVE. La relación entre el prelado hispalense y la mítica cineasta se tensó en más de una ocasión aquellos meses. El punto de crispación se originó con el cableado y los focos que se colocaron en la rejería renacentista del altar mayor de la Catedral. El arzobispo la llamó a Palacio. En ese encuentro monseñor Amigo sacó todo su carácter. Miró salió de aquella reunión bastante malhumorada. El que fuera fraile franciscano le dejó claro quien era la autoridad en el templo metropolitano y a qué debía atenerse. Aquella llamada de atención fue la principal anécdota de unas vísperas que la ciudad vivió intensamente.
La Giralda se engalanó con las características banderolas. Aquel 18 de marzo, todo haya que reconocerlo y pese a las tensiones surgidas, Pilar Miró supo mostrar al mundo las maravillas de un templo que fue construido para que a sus artífices los tomaran por locos. La nervadura gótica de las bóvedas y los detalles del fascinante retablo cautivaron a los millones de espectadores que se congregaron delante del televisor para seguir en directo la boda en la que, por cierto, a la novia se le pidió pedir la tradicional venia al Rey.
La ceremonia comenzó a las 12:35 horas, momento en que don Juan Carlos -que tenía el brazo vendado- entraba con su hija por la Puerta de Campanillas. Sonaba el himno real. Cinco minutos después el arzobispo pronunciaba sus primeras palabras. "Nos hemos reunido en el nombre del Señor para celebrar la unión en santo matrimonio de Su Alteza Real la infanta Elena y don Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada". Uno de los secretos mejor guardados hasta que doña Elena salió del Alcázar era el vestido, diseñado por Petro Valverde. La Orquesta Sinfónica de Sevilla se encargó del acompañamiento musical. Se eligió la Misa de Coronación de Mozart. No faltó tampoco el Aleluya de Händel para el final.
Fue una oportunidad para que Carlos Amigo diera a conocer a todos los países en ese momento conectados el arte de su oratoria. En la homilía se refirió a los matrimonios a los que se les enfría el cariño y les recomendó, metafóricamente, beber del vino de las bodas de Caná para "recuperar el vigor y la esperanza perdidos". Palabras que, 14 años después, parecieron proféticas, cuando los duques de Lugo comunicaron el cese de la convivencia marital y en otoño de 2009 formalizaron su separación, la primera en la Casa Real. Luego vendría la de su hermana doña Cristina, mucho más reciente en el tiempo y tras el paso de su marido, Iñaki Urdangarin, por prisión.
Pero volvamos a marzo de 1995, cuando los escándalos en Zarzuela quedaban lejos (e inimaginables). Por aquel entonces ya existían los primeros teléfonos móviles, que permitieron la publicación de la crónica nupcial en horario vespertino. A las 14:10, casi hora y media después, los novios abandonaban la Catedral y se dirigían, en coche de caballos, a otro templo, el del Salvador, donde yacen los restos de los bisabuelos de la infanta Elena. Allí se vivió uno de los momentos más emotivos de la jornada, después de que la novia se emocionara al escuchar una salve del coro de la Hermandad del Rocío de Sevilla que radica en la antigua colegial. Si Pilar Miró logró la perfección en la retransmisión de la boda en la Catedral, en este caso hubo que apuntarle un fallo de gran peso: en ningún momento se pudo contemplar imágenes del portentoso Nazareno de Jesús de la Pasión, obra cumbre del barroco español, tallada nada menos que por Martínez Montañés, el dios de la madera. Los recién casados estuvieron acompañados en este templo por el párroco Manuel Trigo y el alcalde de Sevilla, Alejandro Rojas-Marcos.
De allí se dirigieron a los Alcázares, donde Rafael Juliá sirvió un almuerzo para 1.288 invitados, con la hazaña de que todos pudieron comer a la vez. El menú lo componía perdiz de la Sierra Norte sevillana y lubina del restaurante madrileño La Astorgana. Lo eligió -como tantas otras cosas- la reina Sofía después de cuatro pruebas. Por la tarde, el arzobispo fue entrevistado en directo en un programa especial presentado por María Teresa Campos. Otra oportunidad para demostrar su gran habilidad delante de las cámaras. La veterana periodista siempre recuerda esa entrevista como una de las mejores de su trayectoria profesional.
Aquella boda supuso uno de los saltos mediáticos de monseñor Amigo, que tres años después, en un frío enero de 1998, volvería a demostrar el arte de su oratoria y el poder para conectar y no perder el interés del auditorio en unas circunstancias muy distintas: el funeral del concejal Alberto Jiménez Becerril y de su esposa, la procuradora Ascensión García Ortiz, asesinados por ETA. Las palabras de condena del terrorismo y su enérgico rechazo constituyeron una prueba de valentía frente a la actitud dubitativa y el silencio -hasta cierto punto cómplice- que había mantenido hasta entonces la Iglesia vasca. El cardenal confesó después que aquella homilía lo llevó a estar incluido en los objetivos de la banda criminal. Recibió amenazas por escrito. El precio de no permanecer impasible.
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