De alojar a reyes a criadero de cerdos
El monasterio de San Jerónimo
El cenobio logró su máximo esplendor en el reinado de Felipe II
Los orígenes del monasterio de San Jerónimo hay que buscarlos en Guadalupe (Cáceres). Dos monjes jerónimos de aquella abadía, Juan de Medina y Diego Martínez (éste último de familia sevillana) fueron animados por el arzobispo hispalense a levantar un nuevo cenobio para esta orden. Con tal fin, se les dieron unas tierras de labranza en el pago de Buenavista, actual barrio de San Jerónimo. La construcción del monasterio se inició a principios de 1414.
En el siglo XVI el prestigio del cenobio fue en aumento, hasta tal punto de su prior formaba parte del patronato del Hospital de las Cinco Llagas (actual parlamento andaluz), fundado por Catalina de Ribera. Esta relación se convierte en fundamental a la hora de analizar las semejanzas estilísticas y arquitectónicas entre ambos edificios, donde intervinieron los maestros mayores Martín de Gainza y Hernán Ruiz II.
Durante sus años de esplendor, debido a su situación geográfica –fuera de la ciudad (libre, por tanto, de epidemias y revueltas)y en el camino real– sirvió de residencia de los prelados hispalenses y del emperador Carlos I, que eligió este monasterio para recibir a los representantes de la ciudad que le dieron la bienvenida antes de contraer matrimonio en el Alcázar. Fue Felipe II quien le otorgó el mayor apogeo, al concederle el privilegio de imprimir las bulas de la Santa Cruzada para las Indias. En este periodo (1526/1567) se realizan las mayores ampliaciones del conjunto monacal.
Esta época dorada cambiaría de rumbo a partir del siglo XVII, cuando a Sevilla llegan otras órdenes –como la Compañía de Jesús– y la relación entre los jerónimos y la corona cambia por completo. El último monarca de los Austrias en pernoctar bajo sus bóvedas fue Felipe IV, el 29 de febrero de 1624.
De los más de 150 frailes de aquella época a la docena que se contaba en la centuria decimonónica, cuando el monasterio comenzó a sufrir un severo declive. En 1809 se decretó la incautación de las fincas rústicas de la orden, entre las que se incluía este monasterio. Seis años después se producen los saqueos e incendios. En 1823 se permitió a los jerónimos volver a sus conventos. Un derecho que llegó demasiado tarde. La iglesia había quedado inservible por los daños causados. Los últimos enseres fueron a parar a Santa Paula.
Luego, en pleno apogeo industrial, sus instalaciones servirían para albergar una fábrica de cristales. Previamente también fue utilizado como lazareto (pequeño hospital) y como colegio. Su uso fabril alteró bastante la disposición de la iglesia, la torre y los miradores. El templo alojó el horno y el campanario, el secadero de las piezas. En las huertas monacales se levantó el cementerio protestante que aún se conserva. El deterioro máximo se alcanzaría cuando se empleó como cebadero de cerdos.
Este abandono se frenó cuando el 27 de agosto de 1964 es declarado monumento histórico artístico. Dos años después Carmen Iglesias Zubiada lo adquirió y realizó diversa obras de consolidación. Ya en 1984 pasó a manos municipales, siendo alcalde el socialista Manuel del Valle. Por el antiguo monasterio se pagaron 25 millones de pesetas. Poco después se le añadieron los terrenos que conformaron todo el recinto de los jerónimos.
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