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El monarca que sabía demasiado

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Música de Bach y Haendel en el 759 aniversario de la coronación en la Catedral de Alfonso X el Sabio como rey de Castilla ante la tumba sellada de su padre, Fernando III.

González Jiménez, junto a Alberto Pérez Calero y Pedro R. Bueno.
Francisco Correal

02 de junio 2011 - 05:03

Desde Gaspar Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar, en el siglo XVII, hasta Manuel González Jiménez, en el XXI, los biógrafos de Alfonso X el Sabio (Toledo, 1221; Sevilla, 1284) siempre encuentran motivos para la sorpresa con el rey que fue "asombro del mundo".

Por primera vez desde que el 1 de junio de 1252, sobre la tumba sellada de su padre Fernando III, se coronase a sí mismo rey de Castilla y León, nunca hasta ayer se había conmemorado esa histórica circunstancia. De romper ese maleficio de silencio se encargó en el Ateneo González Jiménez, sevillano de Carmona, biógrafo de Alfonso X y de su padre (el libro sobre Fernando III le valió el premio Antonio Domínguez Ortiz), medievalista y presidente de honor del Cabildo Alfonso X el Sabio. Fue hasta hace poco director de la Academia de Buenas Letras, cuya sucesora, Enriqueta Vila, le acompañó en la mesa.

El Cabildo se fundó en diciembre de 1995 en la sede que el Ateneo tenía en la calle Tetuán. Lo constituyen cien miembros, "ni uno más", matiza Pedro Rodríguez Bueno, abogado y presidente del Cabildo. Ayer honraron la memoria y la trayectoria de Alfonso X el Sabio -poeta, guerrero, legislador, historiador- con música de Bach, Haendel y Albinoni interpretada al piano y al violín por María Cárdenas y María Suárez.

En 1252 no existía el periodismo, pero allí hubo un testigo de excepción. Se trata de Joffré Loaysa, gentilhombre aragonés, ayo de doña Violante, esposa de Alfonso X el Sabio e hija de Jaime I el Conquistador. Loaysa contó los detalles de la ceremonia en carta a este último monarca, suegro del primogénito a quien su padre moribundo hace "señor de toda la tierra del mar acá que los moros arrebataron a don Rodrigo".

Del Alcázar a la mezquita. Del duelo a la alegría. Muchos tránsitos en una ceremonia de contrastes: uno de los más llamativos, la proclamación en Sevilla del rey de Castilla y León. Del entierro, el historiador destaca el pregón de don Remondo, confesor del rey muerto y obispo de Segovia -después lo sería de Sevilla: todos los mitrados bajan, tradición hispalense- y la sencillez del ritual. Los ediles que dan la espalda a la historia de la ciudad cada vez que recuerda a sus reyes igual cambiaban de opinión si supieran, en palabras de González Jiménez, que "alejado de los reinos europeos, la monarquía castellana tenía una fuente de legitimidad y de poder bastante laica".

Alfonso X el Sabio se ciñe a sí mismo la diadema real y se proclama caballero, una investidura que nunca le hizo su padre, Fernando III, pese a que su vástago ya había cruzado la frontera de los treinta años. Le llega la titularidad del reino justo en la raya que divide en dos su biografía, cantigas de equilibrio.

El Cabildo de Alfonso X el Sabio incorpora esta conmemoración a los tres actos que celebra anualmente: festividad de San Ildefonso en la iglesia de Santa Ana, templo alfonsí (enero); solemne acto en el Alcázar, donde falleció el rey Sabio, y donde se entrega un premio al mejor expediente académico en Historia (abril); conmemoración de la conquista de la ciudad en la Catedral (noviembre).

Algunos historiadores mantienen la teoría de que la ceremonia de autoproclamación de Alfonso X el Sabio tuvo lugar en Toledo, su ciudad natal, capital visigoda de la que su hermano Sancho fue arzobispo.

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