Cuando la moda era beber agua de Tomares

El Rastro de la Historia

El Puesto de Agua de Tomares, que cerró en 1820, fue un punto de referencia fundamental para la sociedad sevillana en la transición del siglo XVIII al XIX

El puesto de agua de Tomares, pintado por Jiménez Aranda (detalle).
Silverio

18 de septiembre 2024 - 03:00

Que un quiosquillo tan modesto haya pasado a la historia de la restauración sevillana nos indica la importancia que tuvo en su época. Nos referimos al Puesto de Aguas de Tomares que se ubicó, durante la transición entre los siglos XVIII y XIX, en el arranque del entonces Paseo del Arenal, en lo que hoy sería el inicio de Reyes Católicos.

El 'Puesto de Aguas de Tomares' no era un caso único en Sevilla, que como todas las ciudades contaba con numerosos quioscos y chiringuitos donde se ofrecía por unas monedas el líquido elemento, además de aguardientes, refrescos y otro tipo de chucherías. Eran tiempos en los que no existía la red de agua corriente y el proveerse de agua, para el consumo personal o el hogar, suponía una ardua tarea. Estos negocios han quedado plasmados por no pocos artistas, como es el caso del hermoso grabado realizado, en 1856, por F. J. Parcerisa donde se representa el puestecito del agua que había en la Puerta de la Carne; o las fotografías que E. K. Tenison llegó a hacer a los dos de la Plaza de la Magdalena, que formaron parte de su obra Recuerdos de España. Ya en pleno siglo XX, en su monumental Belmonte. Matador de toros, Chaves Nogales nos recuerda aquel famoso puesto de agua de San Jacinto donde, en 1907, un jovencísimo Pasmo se reunía con maletillas y anarquistas para planear sus expediciones taurinas clandestinas a la Dehesa de Tablada.

El Puesto de Agua de Tomares fue sin duda el más famoso en su género, tanto por su ubicación principalísima (en el arranque del gran paseo aristocrático de la época) como por la calidad y curiosidad de su clientela habitual. Aunque apenas tenemos testimonios gráficos de este negocio, el pintor José Jiménez Aranda hizo una magnífica recreación del mismo en 1878, más de cincuenta años después de que hubiese desaparecido. La tituló El aguador y los murmuradores. Es una de esas pinturas de casacón (se reproduce en la parte superior) que tanto gustaban a finales del siglo XIX y que representaban de forma idealizada y primorosa escenas de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Es decir, en el gozne entre el Antiguo y el Nuevo Régimen. Se desconoce la fecha de fundación de dicho quiosco, pero sí se sabe que su desaparición fue en torno a 1820.

La importancia de este quiosco, cuyo producto estrella era el agua de Tomares (cuyos manantiales eran famosos) la dan los personajes que lo frecuentaban y de los que nos da noticia Manuel Chaves Rey (precisamente el padre del antes citado Chaves Nogales): el poeta Arjona, el torero Pepe-Illo, el Oidor Bruna, el padre Verita... Como afirma Chaves Rey:

"Allí asistían señores de bordadas casacas y empolvadas pelucas, majos de chupetines y sobreros de queso, frailes y curas, militares retirados, comerciantes enriquecidos, y no faltaba, de cuando en cuando, algún estudiante locuaz o algún despreocupado ingenioso que amenizara la tertulia con sus dichos y agudezas".

Como ocurre en la actualidad, las reuniones eran cuando atardecía y el dueño, un gallego con fama de bonachón, regaba la tierra y colocaba los veladores para acoger a la concurrencia. En invierno, "se vendían castañas, frutas secas, y agua templada con sus correspondientes anises", anota Chaves Rey en sus Apuntes sevillanos del natural.

Este ambiente bucólico y costumbrista se oscureció cuando, debido a la invasión napoleónica, el Puesto de Agua de Tomares se convirtió en un centro de reunión de patriotas donde se comentaban las preocupantes noticias que llegaban del resto del reino. No pocos de ellos "alguna vez prestaron estimables servicios a la nación"

Esto hizo que el Duque de Rivas, en el primer acto de Don Álvaro o la fuerza del sino (obra principal del teatro romántico español) se acordase de tan peculiar negocio:

"Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de tomares que con tanta limpieza nos da el Tío Paco, y a ver este Puente de Triana, que es lo mejor del mundo".

No es mala manera de permanecer en la memoria de todos.

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