Metáfora de los cielos y el purgatorio

Calle Rioja

Hospedaje. En lo que fue la Gerencia de Urbanismo, la pesadilla de las multas, tasas y tributos, las arquitectas Nuria Canivell y Verónica Bueno han levantado un hotel de cuatro estrellas

Las arquitectas Nuria Canivell y Verónica Bueno, con Mar Murube en la terraza del hotel Abba.
Las arquitectas Nuria Canivell y Verónica Bueno, con Mar Murube en la terraza del hotel Abba. / José Luis Montero

03 de agosto 2024 - 05:59

ES como una metáfora del purgatorio. El entorno de la Encarnación cuenta con dos nuevos hoteles. El que fue Hotel Ducal, cuyo último director fue un lector impenitente llamado Íñigo Moreno, es ahora Hotel Ocean Drive, que parece una película de Brad Pitt y George Cluny. El hotel Abba no tenía antes un uso hotelero. Estaba en las antípodas de todos esos conceptos de asueto, ocio o esparcimiento. Donde ahora habitan los sueños, tenían asiento las pesadillas y sus diversos nombres: multas, tributos, impuestos, tasas. Dos arquitectas, Nuria Canivell (Sevilla, 1967), en la actualidad decana del Colegio de Arquitectos de Sevilla, y Verónica Bueno (Monterrubio de la Serena, Badajoz, 1990) convirtieron ese espacio de visitas procelosas, a veces esquivas, en un hotel de cuatro estrellas con vistas a los cuatro puntos cardinales y sus respectivos cielos: el de la torre Pelli, el de las Setas de Jürgen Mayer, el de la calle Imagen con sus soportales, y el cielo por antonomasia, el de las dos antiguas mezquitas que delimitan ese firmamento por el sur de Puente y Pellón, la del Salvador y la antigua mezquita aljama donde se construyó la Catedral junto al alminar llamado Giralda. Desde la azotea del hotel, rematado con una coqueta piscina circular que es como una tonsura de cíclope, los cielos dominan lo que antes fue el purgatorio de la Gerencia de Urbanismo.

“Como punto de partida, se propone un cambio de uso que define claramente el proyecto: transformar un edificio de oficinas de recaudación municipal de impuestos en un hotel. Éste fue el primer reto que afrontamos”, dice Nuria Canivell. En estas dependencias, en su anterior uso, tenía su despacho Alberto Jiménez-Becerril, que además de primer teniente de alcalde con Soledad Becerril fue delegado municipal de Hacienda con Alejandro Rojas-Marcos en la alcaldía. Al joven munícipe y a su esposa Ascensión García Ortiz los asesinó la Eta la lluviosa noche del 30 de enero de 1998 en la calle don Remondo, en el corazón de lo que Domínguez Ortiz llamaba “el mejor cahíz de la tierra”.

Verónica Bueno es una joven arquitecto que acaba de leer su tesis doctoral sobre viviendas prefabricadas. Ha estampado su firma en un hotel con casi un centenar de habitaciones con entrada por la Encarnación y un lateral por la calle Puente y Pellón casi hasta Alonso el Sabio, antes Burro. Un ambicioso proyecto cuyas obras empezaron en plena pandemia contraviniendo el dicho de que en tiempo de turbación no hacer mudanza.

Tenían en los planos un edificio, en palabras de Nuria Canivell, “con una ubicación privilegiada y espacios libres en terrazas a diferentes alturas, generados por una volumetría ‘caprichosa’”. La intervención tenía un objetivo claro: “potenciar dichos espacios abiertos, que en el proyecto original se consideraban residuales, y ponerlos en valor como miradores y zonas de disfrute para los usuarios”.

La azotea nunca existió como tal cuando el edificio era Gerencia de Urbanismo. La apuesta más importante del primer Ayuntamiento de la democracia, el que se constituyó en la Feria de 1979 donde cada grupo político tenía su propio arquitecto: Francisco Pavón (UCD), Javier Queraltó (PSOE), Víctor Pérez Escolano (PCA) y Vicente Sanz (PSA). Ese año de Ayuntamientos democráticos Nuria Canivell era una niña de doce años que vivía muy cerca del hotel que ha diseñado, en un lateral de la Encarnación frente al controvertido mercado donde se certificó ese sinónimo que en Sevilla existe entre eternidad y provisionalidad.

La terraza con el bar está muy animada. El hotel es una torre de Babel. La zona con los vestigios más antiguos de la ciudad recibe a turistas procedentes de los más lejanos confines. A las arquitectas las acompaña en la visita una persona muy especial. Mar Murube es Losti para los más de cien mil seguidores que tiene en tik-tok e Instagram. Se doctoró en cielos por su parentesco. Su abuelo paterno, militar, era primo de Joaquín Romero Murube, el palaciego paisano de Fabián y Jesús Navas que además de conservador del Alcázar y pregonero de la Semana Santa fue huésped en el palacio de palacios de la generación del 27. Pero fue el abuelo materno, Evaristo Muñoz, arquitecto de profesión, el que muchos días cogía de la mano a su nieta Mar Murube para mostrarle los secretos de una ciudad llamada Sevilla.

Anota mentalmente las cosas que le cuentan Nuria y Verónica. Se dedica al diseño de servicios internacionales para Inglaterra, Alemania y Suecia. Vivió doce años en Londres, donde visitó la tumba de Chaves Nogales, el periodista sevillano que contó la revolución rusa, el auge del nazismo y la agonía de Francia y murió en el exilio londinense el año del desembarco de Normandía. Mar Murube vive en la calle Santa Clara, la calle donde nació Rafael Montesinos.

La obra de Bueno y Canivell ha modificado esta contrafachada de la Encarnación. “En cuanto a su imagen exterior”, dice Nuria Canivell, “se propone una fachada sencilla, con huecos seriados y monocromáticos”. El único elemento que le otorga singularidad es la silueta en aluminio del centro histórico de la ciudad. “Este gesto busca realzar una época en la que los arquitectos podían tomarse ciertas licencias para incluir elementos artísticos que, con el tiempo, contribuyan a enriquecer la imagen de nuestras calles”.

Una silueta longitudinal de varias alturas junto a Puente y Pellón que cada cual puede interpretar con el clásico: Usted está aquí… El hotel ABBA tiene puerta giratoria, como giraban las ventanillas de la Gerencia de Urbanismo cuando uno entraba en las fauces de Moby Dick. Tiene cuatro estrellas y tiene el nombre que tuvo el hotel que se levantó en Chapina y que ahora está en obras. Un proyecto de Julio Tirado, arquitecto ya fallecido, que era el decano del Colegio de Arquitectos que presidió en el parador de Zafra la reunión del jurado que eligió el proyecto ganador del edificio colegial que se encuentra muy cerca de este nuevo hotel, en la plaza del Cristo de Burgos. Los dos autores que lo diseñaron, Gabriel Ruiz Cabrero y Enrique Perea Cveda, tuvieron en cuenta no mermar la hegemonía espacial de la torre de la iglesia de san Pedro, templo en el que fue bautizado un pintor llamado Diego de Silva y Velázquez.

Verónica Bueno tiene en su currículum viviendas prefabricadas y un hotel de cuatro estrellas. Le hace ilusión llamarse igual que la mujer que cada año pintada por un artista diferente (Salinas, Carmen Laffón…) preside el paño de la Verónica de la Iglesia de la Anunciación. En el sótano del templo está el Panteón de Sevillanos Ilustres al que regresaron los restos de Bécquer. Sus familiares y deudos no quieren que se haga lo propio con los de Antonio Machado y Manuel Chaves Nogales.

Nuria Canivell era una de las 26 personas que aparecía fotografiada en el Alcázar en la comisión organizadora del centenario de la Exposición de 1929. Vive Sevilla inmersa en otra década de centenarios: en 2026, el quinto centenario de la boda de Carlos V en el Alcázar con su prima Isabel de Portugal (Romero Murube se casó con su prima Soledad); en 2027, el de la generación del 27, con este hotel muy próximo a las casas donde nacieron Fernando Villalón y Luis Cernuda; en 2029, el de la Exposición del 29. En este nuevo sky line desde el hotel Abba de la Encarnación la noche rodea con su haz de luces las torres de la plaza de España, el semicírculo de Aníbal González. “A nosotros en la Escuela de Arquitectura nos hablaban más de la Bauhaus y Mies van der Rohe que del regionalismo”, dice Nuria Canivell.

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