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Un mercadillo en las alturas de Sevilla

El turismo ‘low cost’ está muy concienciado del gasto energético, de ahí que seque la ropa interior en la ventana de un hotel de reciente apertura en la calle Rioja

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Las 'delicadas vistas' que ofrecía ayer el nuevo hotel de la calle Rioja. / Redacción Sevilla

Les hago, abusando de su confianza, una confesión: me gusta conocer los mercadillos de las ciudades que visito. Microcosmos que definen muy bien las urbes y pueblos donde estamos de paso. En ellos hay un género que nunca falla, el de la ropa interior. Piezas textiles que se compran a buen precio y que nos socorren ante las malas jugadas del destino. Cierto es que no soportan más de una decena de lavados, pero hacen su avío. Virales se han hecho esas fotos y vídeos de las falsificaciones de prestigiosas marcas de lencería con sus correspondientes faltas ortográficas. Toda esta retahíla se me ha venido a la sesera cuando andando por las entrañas de la vieja Híspalis me ha dado por alzar la vista y ver en el ventanal de un nuevo hotel una hilera de calzoncillos y algún que otro sujetador. Un mercadillo en las alturas

No tiene desperdicio. Conté, al menos, una docena de prendas destinadas a cubrir las partes pudendas de los clientes de este alojamiento, de reciente apertura en la calle Rioja, vía del centro de la ciudad que los últimos años ha visto cómo la actividad hotelera se ha hecho hueco en ella. 

Predomina el color oscuro. Ya saben que con el negro la suciedad se disimula mejor. Abundan entre los turistas –perdonen el comentario escatológico– expertos en darle varios usos a la ropa interior. Es lo que tienen los vuelos low cost, que pierden el calificativo al sobrepasar un mínimo de equipaje. Viajar barato supone (mi olfato lo ha padecido) perderle el cariño a la higiene. 

Sujetadores al sol

Lo de las toallas tendidas en apartamentos turísticos (inmuebles en los que el gobierno local y la oposición no acaban de ponerse de acuerdo para hincarle el diente) ya lo habíamos visto, pero lo de los calzoncillos, bragas y sujetadores en la ventana de un hotel de reciente apertura es algo a lo que no acabo de acostumbrarme. Puede que el servicio de lavandería no esté aún operativo, o que los clientes hayan optado por el máximo ahorro. Nada más barato (y sostenible) que usar las fuentes naturales para el secado de la ropa. El sol abrasador de agosto hace desaparecer cualquier rastro (y olor) de humedad en cuestión de minutos. Se ve que el turismo que nos visita, además de ser muy del género low cost, está también concienciado con el gasto energético. Nuestros munícipes –tan dados todos a repetir tales consignas– han de sentir gran orgullo por ello.

Decíamos antes que la calle Rioja era hasta no hace mucho una vía ajena al sector hotelero. En ella abundaban las oficinas y los comercios. Pero esta virginidad turística no podía mantenerse por demasiado tiempo. El primer establecimiento en abrir fue el Magdalena Plaza, nombre que hace honor al enclave reurbanizado gracias a la morterá pagada por sus dueños. 

A San Expedito

Esta apertura permitió una semitepeatonalización y trajo una música infernal en la azotea los fines de semana. Versiones aflamencadas (usar tal término supone un insulto al género) de clásicos que hacen sangrar los oídos. Contaminación acústica que daña el alma. Se lo pueden preguntar a fray Juan Dobado, prior del Santo Ángel, iglesia conventual que registra uno de los llenos diarios más considerables del Casco Antiguo.

Feligreses incondicionales y otros ocasionales que piden la mediación de San Expedito. Al santo de la calle Rioja habremos de rezarle para que frene la chabacanización turística. Aunque quizás nos deberíamos encomendar a San Judas Tadeo, el de las causas imposibles. De este infierno sólo nos salva un milagro.

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