Sin medicinas, sin animales, sin los complementos del traje de novia
80 familias pasan el día en la calle a la espera de noticias sobre sus pisos
María Navea se casa el sábado 26 de junio en la iglesia del Salvador. El traje de novia no lo tiene en casa de sus padres, pero sí muchos de sus complementos. Todavía no sabe si podrá llevarlos. "Ya casi que he perdido la ilusión de salir de mi casa vestida de novia. Ojalá pueda hacerlo, porque salir de un hotel me parece un poco triste". Su padre, Salvador, se acerca tratando de oír algo de la rueda de prensa del vicerrector de Infraestructuras de la Universidad de Sevilla, Antonio Ramírez de Arellano. "A ver si nos dicen algo, porque el no saber qué va a pasar es lo peor".
Salvador pregunta a los periodistas: "Por favor, decidnos algo". Cuando la prensa le cuenta que los primeros informes hablan de que los pisos no parecen sufrir daños estructurales y que la Universidad ha puesto a disposición de los afectados sus instalaciones y corre con los gastos del desalojo, se relaja e incluso bromea. "Es que estamos tan cerca de la grúa que si se cae lo hace en mi dormitorio", dice.
Su mujer, Manuela Díaz, lamenta que en los hoteles no admitan a las mascotas. Su gato se ha perdido y no sabe si estará en el piso. "El problema es que están derivando los animales al zoosanitario del Ayuntamiento. Yo, por lo menos, no pienso dejar allí a mi perro porque no sé cómo es aquello ni si puede coger alguna enfermedad".
Entre los desalojados hay muchas personas mayores, que necesitan medicinas que se quedaron en las casas. A Miguel, que entró con un bombero a por las medicinas de sus familiares, le recriminaron que también aprovechara la subida para llevarse el cargador de su móvil. Uno de los ancianos fue trasladado al Hospital Macarena y luego será llevado a una residencia de la Junta. Otros permanecían a la espera sentados en las sillas de una cafetería cercana.
María Lallave, de 72 años, habla con su vecina, Juana Gilabert, de 82. Las dos están pendientes de sus teléfonos móviles, de los que tienen sus números escritos en un papel y con los que se comunican con sus familiares. Ambas llevan más de 30 años viviendo en los pisos de la Renfe y residen solas. "Salimos con lo puesto y corriendo; hijo, qué susto hemos pasado".
Todos coinciden en que lo peor es la incertidumbre. En el fondo han tenido suerte al ser la Universidad la responsable de la obra. "Los vecinos deben saber que vamos a responder. Hemos puesto a su disposición el comedor universitario, del que hemos dado vales para que puedan comer de manera gratuita, una oficina de atención social y psicológica, nuestras instalaciones deportivas, los pisos que sigan precintados tendrán vigilancia privada a costa de la Universidad para evitar robos...", decía el vicerrector de Infraestructuras.
Los afectados reconocen que la administración ha respondido ahora como debía de haberlo hecho cuando se denunció la aparición de fisuras, hace casi dos años. Se ha creado una mesa de crisis con participación de vecinos, Universidad, la constructora y el Ayuntamiento. Hasta el miércoles la respuesta fue bien distinta, como apunta uno de los afectados. "Al mediodía del miércoles mi madre fue a hablar con el encargado de la obra para comentarle lo de las grietas. Le dijo que era un mal día para eso, porque jugaba España".
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