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Tres matrimonios, cien pretendientes

El adiós a Cayetana de Alba

Tras un primer amor imposible, la duquesa conoció a Luis Martínez de Irujo, que le dio una gran familia. Tras enviudar, se enamoró del ex jesuíta Jesús Aguirre. En 2011 se casó con el funcionario Alfonso Díez

Tres matrimonios, cien pretendientes
Patricia Godino

20 de noviembre 2014 - 18:30

“Siempre fui una chica alegre y divertida, con bastante éxito con los hombres, y no porque fuera duquesa”. Así se confesaba en la biografía Cayetana de Alba. Pasión andaluza (Plaza & Janes). Razones no le faltaban para presumir de pretendientes, más o menos reconocidos, aunque siempre fue una defensora del matrimonio. “La pareja es muy importante. Yo al menos no me he divorciado nunca; mis hijos, todos”, dejó dicho.

Cayetana conoció a su primer gran amor, el torero Pepe Luis Vázquez, en su puesta de largo y, como suele ocurrir cuando el corazón es inexperto, aquello fue una historia imposible (y sin embargo la familia del torero han sido puntales fundamentales en su círculos de amistad). Para entonces, el duque de Alba guiaba con mano firme la vida de Tana y como era de esperar prohibió que el idilio siguiera adelante.

Sin embargo, el mundo de los toros le depararía un encuentro decisivo, con Luis Martínez de Irujo. Conoció a su primer marido, aristócrata e ingeniero de profesión, una tarde de 1946 en la plaza de Las Ventas. Se casó apenas un año después –el 12 de octubre de 1947– en una fastuosa boda en la Catedral de Sevilla que se convirtió en una de las bodas con más eco en toda Europa. Con 20 millones de pesetas de coste, el periódico Liberation subrayó que era “la boda más cara del mundo”.

Hija única como fue, la duquesa de Montoro cumplió pronto el sueño de formar una gran familia como madre de seis hijos: Carlos, Alfonso, Jacobo, Fernando, Cayetano y Eugenia, la ansiada niña. Además, Jacobo Fitz-James Stuart encontró en su yerno el mejor colaborador para la enorme tarea de reconstruir el Palacio de Liria tras el incendio y los expolios de la Guerra Civil. Formaban, cuentan las crónicas, un matrimonio feliz que se mantuvo unido durante el duro trance de la leucemia que le fue detectada a su marido en 1969. Martínez de Irujo falleció en 1972, a los 53 años, en una clínica de Houston. Cayetana, que desde entonces no ha vuelto a viajar a Estados Unidos, se volcó de lleno en el cuidado de sus hijos, sobre todo de la pequeña de la casa, que tenía sólo cuatro años cuando murió su padre. Las mañanas encerrada en su estudio de pintura y sus hijos fueron bálsamo en aquellos años tristes. Pero la vida le deparaba otro encuentro que marcaría su vida, y que, como las grandes historias, tuvo un enojoso comienzo.

Cumplidos los 50, casi seis años después de enviudar, Cayetana conoció al ex jesuita Jesús Aguirre que Manuel Vicent definió en Aguirre, el magnífico (Alfaguara, 2011) como “un personaje digno de la corte de los milagros de Valle-Inclán”. El primer encuentro fue en casa de los duques de Arión, una primera impresión de la que Aguirre concluyó que Cayetana era “un papel secante”. Dos años después y por su cargo director general de Música, Aguirre acudió a una cena de gala a Liria. Surgió la chispa. El desabrido primer encuentro ya era historia.

La noticia de que Cayetana estaba enamorada de un intelectual progresista y ex religioso cayó como una bomba entre la nobleza. Una vez más, pasó de comentarios y seis meses Aguirre se convirtió en duque consorte, “duque con suerte”, ironizaban algunos . Tras una ceremonia íntima en Liria el 16 de marzo de 1978, Aguirre entró en el palacio, según Vicent, con tres fotografías en la maleta: la de Aranguren, la de Walter Benjamin y la de Enrique Ruano, el estudiante de Derecho al que él adoraba y que murió en 1969 tras ser interrogado por la Brigada Político Social. Se entregó al mantenimiento del patrimonio de los Alba y a colmar de atenciones a su mujer, a la que enviaba poemas y flores con los mayordomos. Murió en 2001 por una embolia pulmonar. Diez años después, el perfil que trazó Vincent molestó especialmente a la duquesa. “Parece mentira que haya tenido la osadía de ridiculizar a mi marido después de su muerte, y ya que no puede contestarle, lo hago yo”, le escribió en una carta a El País.

Pero el listado de hombres escapa a la oficialidad y la aristócrata capeó los rumores que la relacionaban con decenas de pretendientes. Del que más se ha hablado, y escrito, es sobre el romance con Antonio Ruiz, Antonio El Bailarín. Según las propias manifestaciones del artista, llevadas después a un libro contra cuya publicación la duquesa emprendió una cruzada, Antonio era el padre de Fernando, cuarto hijo de Cayetana. La prensa también la vinculó con el príncipe Alí Khan, hijo del célebre Aga Khan, y con dos galanes patrios: Paco Rabal y Arturo Fernández.

Dos veces viuda, muy al margen de la vida de sus hijos y arropada por sus incondicionales, con más de 80 años Cayetana, en 2008 surgió en escena Alfonso Díez, un funcionario del Estado de 58 años y que se convirtió en “un amigo entrañable”. Se conocieron cuatro décadas atrás en Liria, donde Alfonso acudió con su hermano Pedro, que era amigo de Jesús Aguirre. Tras el reencuentro se dispararon los rumores de boda y se hizo patente la oposición de los hijos tanto que, según sus allegados, incluso tuvo que intermediar la Reina. “Alfonso es la persona que me hace feliz”, comentó la duquesa en un comunicado emitido en septiembre de 2011, después de tres años de noviazgo. Un mes después se casaron en una ceremonia íntima con Carmen Tello de madrina en Dueñas, donde la pareja fijó su residencia. Las imágenes de sus viajes por Europa –en abril de 2013 tuvo que ser operada de urgencia en Roma tras una caída– ilustran la crónica de una mujer apasionada.

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