Así es Masaya, un proyecto educativo de dos jóvenes sevillanos en el barrio más pobre de Filipinas
Lucía Ogalla, de 19 años, es la impulsora de esta iniciativa con la que ya se han becado a 25 niños
Uno de los retos es construir un colegio en este distrito donde la pedofilia no se penó hasta 2020
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"Somos unos don nadie con muchas ganas de cambiar el mundo". Es la definición que emplean Lucía Ogalla, Luis Sánchez, Javier Corominas y Rodrigo Ibáñez cuando se presentan como impulsores del proyecto Masaya, un plan educativo puesto en marcha hace dos meses para transformar la dura realidad a la que se enfrentan centenares de niños en Tondo, uno de los distritos más poblados de Manila y también uno de los más empobrecidos de Filipinas. La principal promotora de esta idea es Lucía, una joven sevillana de 19 años que el verano pasado viajó a este país asiático, donde conoció lo que los expertos denominan como cuarto mundo, el que se halla sumido en la más cruel de las miserias y que se encuentra rodeado, a modo de gueto, de zonas muy desarrolladas. El lujo y la pobreza pared con pared.
Lucía es estudiante del grado de Educación Infantil en la Universidad de Sevilla (US). Se encuentra en el segundo curso. La docencia le atrajo desde pequeña. En su casa tiene referentes para ello. Su apego al magisterio y a conocer nuevas realidades le llevó en 2023 a vijar hasta Manila. Lo hizo de la mano de Hakuna, el movimiento juvenil católico creado en 2013, en vísperas de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) celebrada en Río de Janeiro. Una vez allí, se enfrentó a la dura realidad que viven los habitantes de Tondo, el distrito más poblado de la capital filipina, donde la pobreza alcanza uno de los niveles más altos.
Es lo que se conoce como cuarto mundo. Guetos de personas sin recursos en ciudades repletas de riqueza. "Desde allí se ven los rascacielos", recuerda Lucía, que abunda en que cuando se habla de pobreza siempre se piensa en países de África, "pero lo de Tondo va más allá de la falta de comida y agua". "Sus vecinos, especialmente los niños, sufren problemas diarios que atentan contra la dignidad humana", asevera.
Droga, violencia y prostitución
La droga, la violencia y la prostitución infantil campan a sus anchas en este amplio distrito al que las autoridades filipinas dan la espalda. "El principio de esa dictadura es negar lo que no se ve, de ahí que su única política sea emplear la fuerza cuando la situación se va de las manos", aclara esta joven. "El Gobierno, lejos de desarrollar un programa educativo que, a largo plazo, contribuya al progreso social, se dedica directamente a matar a personas vinculadas con la droga o a incendiar el vertedero que rodea el barrio. Así sólo logra aumentar la delincuencia", advierte.
"Muchos sevillanos, cuando piensan en Filipinas, lo hacen como un destino exótico para las vacaciones o la luna de miel. Pero detrás existe una realidad muy cruel", afirma esta universitaria, que pone un ejemplo de tal gravedad: "Hasta 2020 la pedofilia era legal allí". De hecho, sigue siendo "el centro" de la pedofilia on line. "A corta edad, contemplas a niños drogándose y prostituyéndose. Muchas veces son sus propias familias las que los someten a prácticas sexuales con adultos para obtener ingresos económicos con los que comer", asegura Lucía cuando rememora el viaje del verano pasado.
Aquellos días los vivió prestando ayuda, por la mañana, en un hospital de enfermos terminales que cuidan las Misioneras de la Caridad, la orden de Santa Teresa de Calcuta. Por las tardes acudía a los barangayes, nombre que reciben los barrios de Tondo, repletos de chabolas, donde las familias residen hacinadas. "En un cuadrado se apiñan abuelos, hijos, nietos y tíos", detalla. El vertedero cercano sive de surtidor de comida. El principal alimento se llama pag-pag, se trata de una carne cruda en descomposición que refríen y embadurnan con salsa para disimular el mal sabor.
La ayuda salesiana
Adentrarse en la realidad de Tondo provocó en Lucía un "shock" del que le costó tiempo recuperarse. Esos días del verano de 2023 quedaron reflejados en su cuaderno de apuntes, pilar fundamental sobre el que se levanta el proyecto Masaya, nombre que en tagalo (el idioma de Filipinas) significa felicidad. "Sentía miedo de volver a España por no ser capaz de olvidar la miseria que había visto allí. Mi vida no podía seguir igual a partir de entonces", admite. Sus conocimientos docentes le permitieron vislumbrar un proyecto para el que empezó a trazar los primeros esquemas. Para ello, resultó fundamental la colaboración de Father GC, un sacerdote salesiano con muchos años de experiencia en Tondo.
"Fue quien me ayudó a diseñar la idea básica", explica esta joven, que luego comentó el proyecto a sus padres y amigos. Fue en ese momento cuando empezó a participar Luis Sánchez Marín, otro sevillano, experto en Administración y Dirección de Empresas (ADE). A ellos dos se sumaron los otros responsables: Javier Corominas Prados y Rodrigo Ibáñez Armas, ambos madrileños y especialistas en Derecho. Ninguno de los cuatro supera los 22 años, lo que demuestra la implicación de la juventud actual -demasiado denostada por ciertos sectores- en causas sociales.
Se trata de cuatro perfiles profesionales distintos, pero "complementarios". "Yo no sé nada de derecho ni de economía, por lo que necesitaba profesionales en esos ámbios para poner en marcha el proyecto", incide Lucía. Un principio básico es garantizar que todo el dinero que se recaude llegue a su destino, algo nada fácil teniendo en cuenta la enorme corrupción que existe en Filipinas. Por tal motivo, se decidió contar con la asistencia de Bosco Global, la ONG salesiana que lucha por la educación de la juventud y con años de experiencia en aquel país.
Las tres líneas de trabajo
Estos jóvenes consideran que "Masaya no es sólo un proyecto, sino una forma de vida que promueve el servicio y el cambio". Se trata, en suma, de proporcionar una enseñanza de calidad a los menores para reducir al mínimo las importantes diferencias sociales con las que vienen al mundo. Con tal objetivo, se ha trazado tres ejes de actuación.
El primero, pensado para cubrir las necesidades más precarias, son las becas para los alumnos. Lucía recuerda que en Tondo sólo tres de cada diez niños acuden al colegio. "La mayor parte del sistema educativo filipino es público, pero las familias, al carecer de dinero, dejan la enseñanza de sus hijos en un segundo plano, pues desde pequeños los ponen a trabajar o a buscar comida". Esta línea de ayuda compromete a los donantes a entregar 20 euros al mes durante dos años. Los ingresos se destinan a pagar el material escolar, la comida y el transporte hasta el centro educativo. Desde que se pusó en marcha el proyecto ya se han becado a 25 niños. Quienes apadrinan a estos menores reciben información constante y detallada de la evolución de los alumnos.
La segunda estrategia de actuación consiste en donaciones puntuales que se destinan a mejorar las instalaciones escolares. "Los colegios están construidos con materiales muy endebles, que no resisten los fuertes tifones que con frecuencia azotan el país", refiere la principal promotora del proyecto. Con estas ayudas se reparan los desperfectos que dejan en desuso durante mucho tiempo los centros de enseñanza.
La tercera línea, pensada a largo plazo, busca construir un colegio amplio y de calidad en Tondo, que incluya una casa de acogida para los numerosos niños que se encuentran en la calle. Aunque es una iniciativa para la que aún quedan bastantes años, los responsables de Masaya ya han visto varios terrenos en los que levantar dicho complejo.
Coordinadores y voluntarios
Este proyecto se ha puesto en marcha con vocación internacional, de ahí la importante labor que desarrollan los coordinadores en ciudades españolas como Navarra, Valencia o Madrid. Incluso ya se dispone de una responsable en Miami para lograr el apoyo norteamericano.
Otro principio de la iniciativa es aportar "una ayuda horizontal, nunca vertical". Es decir, que no sólo se quede en los donativos, sino que los mismos habitantes de la zona se impliquen en el proyecto y sean artífices de la transformación social. En este aspecto juega un papel fundamental la formación del profesorado, para que adquieran los hábitos, técnicas y actitudes necesarias en el desarrollo de su función.
Dentro de esta línea, se cuenta con programas de voluntariado, mediante el cual se anima a los jóvenes a conocer la realidad de Tondo mientras prestan ayuda a su población. Un servicio que incluye ese asesoramiento pedagógico. Voluntarios que también contribuyen a "visibilizar" este barrio del mundo y las injusticias que en él se padecen.
Todo ello con una idea clara, cimiento fundamental del proyecto y que reitera Lucía en cada comentario: "la educación es la más valiosa herramienta para desbaratar la desigualdad en el mundo".
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