Marta Reina, sevillana con cáncer de mama metastásico: "Ahora vivo el aquí y el ahora"
Día Mundial del Cáncer de Mama
Pone voz al 5% de mujeres que padecen este tipo de cáncer de mama, que no tiene cura, y con el que tienen que aprender a convivir
Reivindica más visibilidad e investigación y lamenta la "dulcificación" de una enfermedad con una "dura realidad" detrás
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La sevillana Marta Reina ha aprendido a vivir el presente. "El aquí y el ahora", afirma rotunda. El golpe que le dio la vida hace apenas un año le cambió totalmente la forma de afrontar el día a día. "Reconozco que no puedo hacer muchas cosas que otras sí pueden, pero disfruto mucho de lo más pequeñito", subraya.
Su testimonio pone voz a ese 5% de mujeres diagnosticadas de un tipo de cáncer de mama conocido como metastásico. Ese que ha aprendido a moverse por el cuerpo y aparecer donde los médicos menos se lo esperan. Un cáncer con el que las que lo sufren tienen que aprender a convivir de por vida. Pese a ello, se quejan de que su visibilidad es escasa. "Se habla mucho del cáncer de mama, pero la M de metastásico siempre se olvida y somos la realidad que más visibilidad necesitamos porque nuestra esperanza es la investigación", subraya Marta.
Aprovecha la conmemoración del Día Mundial del Cáncer de Mama, cada 19 de octubre, para dar un golpe sobre la mesa. "Creo que se ha dulcificado demasiado la enfermedad. El cáncer de mama no es sólo un lazo rosa que muchas empresas aprovechan para vender productos y donar una ínfima parte de lo que recogen", lamenta. "Esa no es la realidad del cáncer de mama. De hecho, hay una campaña en redes que habla del color marrón como el color del cáncer, en lugar del rosa, porque es un marrón muy grande", añade.
Rehúye del uso de palabras como luchadora, guerrera o chica fuerte. "Es lo que me ha tocado y tengo que tirar hacia adelante, no hay más", reconoce. Reivindica más investigación y también más agilidad en la aprobación de las medicaciones. Lo hace contando su propia vivencia con una enfermedad que hoy por hoy no tiene cura, pero a la que planta batalla con la expectativa puesta en que los investigadores darán con una medicación que la cronifique y evite, no sólo el padecimiento físico, sino también el psicológico. "El miedo y la incertidumbre siempre están. Se acepta y se tira, pero detrás hay mucho sufrimiento", sostiene.
Marta es una mujer joven. Porque a los 43 años, cuando se habla con vitalidad como lo hace ella, se es joven, lo que no quita que la procesión vaya por dentro. Hoy se encuentra incorporada a su puesto de trabajo. Después de un año ha asumido que no va a volver a ser la que era y a aceptar el "hoy". "Eso significa que estoy en una etapa que me encuentro bien, fuerte, con ganas...", apostilla.
Por la experiencia de su madre, también paciente de cáncer de mama con metástasis, la enfermedad siempre sobrevoló sobre su familia. Precisamente por eso, y como marcan los protocolos, llevaba años formando parte del circuito preventivo al que la sanidad pública somete a descendientes de personas diagnosticadas de algún tumor con características hereditarias, con revisiones anuales. La última de esas consultas rutinarias fue en marzo del año pasado. "Todo estaba en orden", afirma. Su lucha contra el cáncer empezó ese mismo verano.
"Empecé con un dolor de espalda, que achaqué al colchón. A finales de agosto, el dolor era insoportable, no podía respirar, y me dijeron que podría ser un cólico nefrítico", explica. Marta continuó con su vida, pese al dolor, y se incorporó en septiembre al colegio, en el que es directora. "El segundo día de clase, cuando me preparaba para irme a trabajar, sentí cómo si me clavasen un cuchillo en la espalda. Me caí al suelo del dolor tan enorme", apostilla.
Llegar al diagnóstico no fue fácil. Las listas de espera son una realidad con impacto, de alguna manera u otra, en todas las especialidades y, ya en el hospital, avisaron a Marta de que la resonancia que daría claves sobre lo que le pasaba "iba a tardar". "En un momento así, te lo planteas todo. Además, el dolor me estaba dejando casi sin fuerzas y, tras planteárselo a mi médico de cabecera, decidí hacerme la resonancia en la sanidad privada para agilizarlo. Me la hice y ahí ya saltaron las alertas", sostiene.
El nombre y apellido de la enfermedad se lo dieron unos días después, ya en la unidad de Oncología del Hospital Virgen del Rocío. "Había barajado mil posibilidades. Tengo en mi entorno personas con mieloma y, al tener ese dolor tan grande de espalda, pensé en un cáncer en la espalda. Pero, no. Me dijeron que era de la mama. Entonces pensé en mi madre, y en lo que yo ya conocía del cáncer de mama con metástasis, y lo entendí todo. El dolor de huesos era por la metástasis", relata la misma, que reconoce que el diagnóstico es "muy demoledor". "Tienes que asumir que tienes una enfermedad que no tiene cura y que tiene una media de supervivencia de cinco años", apostilla.
El tratamiento hormonal que le pusieron empezó a dar sus frutos, aunque, asegura, pasó un año en el que no se podía "ni mover". Reconoce que su familia también ha sido parte de esa terapia. "Es la mayor suerte que tengo. Cuando hay una dificultad nos hacemos fuerte. Son mis pilares, tanto mi marido, como mi hermana y mi padre, pero también mis primos y mi tías", afirma. "Soy consciente de que la familia sufre muchísimo, porque lo vive contigo, pero es una a la que pinchan, meten en una máquina, no duerme, le pica todo el cuerpo por las contraindicaciones de los tratamientos. Sé que soy cómo una anciana, me duelen las articulaciones o la cintura. Pero encima estoy agradecida porque me encuentro bien", apostilla.
Un apoyo importante para continuar adelante, señala, es la Asociación Española Cáncer de Mama Metastásico, centrada fundamentalmente en incentivar la investigación. "Me encontré muy sola. No tenía en mi entorno a nadie que pasara por lo mismo que yo", manifiesta. En la entidad pudo localizar a más mujeres, algunas de Sevilla, que, como ella, están pasando la enfermedad.
"He encontrando un importante acompañamiento de otras mujeres que tienen la misma enfermedad, cada una en un estadío diferente, con un tratamiento distinto y en un momento diferente. Recibimos mucha medicación, pero el acompañamiento nos lo damos entre nosotras. Eché mucho de menos ese apoyo", explica. "También nos damos esperanza al ver cómo hay compañeras que, dentro de todo lo que padecen, continúan haciendo una vida relativamente normal", sentencia.
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