El oxímoron de la Magdalena: Una plaza de Sevilla peatonal y colapsada de coches
El Macero
Uno de los extremos del enclave sufre a diario un bloqueo por el descontrol en la carga y descarga y los VTC que reclaman los clientes del hotel
A ello se une el ruido que provocan las tardes de los fines de semana las actuaciones musicales en una terraza
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Acceso bloqueado, furgonetas en doble fila, coches dando marcha atrás e, incluso, peligro de atropello. Lo que les cuento no sucede en una de esas grandes avenidas de ciudades cinematográficas. Ocurre cada día -especialmente los laborables- en pleno centro de Sevilla, en una zona remodelada urbanísticamente y ganada (supuestamente) para el disfrute del ciudadano. La peatonalizada Plaza de la Magdalena sufre una especie de colesterol de tráfico en horas punta. Sí, puede sonar a oxímoron, pero lo que les cuento acontece cada jornada en la confluencia de este remozado enclave con la calle Rioja, una de las arterias principales del Casco Antiguo hispalense.
Tiremos de memoria. La reurbanización de esta plaza se convirtió en uno de los proyectos más significativos del segundo mandato de Juan Espadas, el antiguo alcalde socialista que anda estos días soportando sobre el tejado del PSOE andaluz esa auténtica borrasca que ha levantado Pedro Sánchez con la amnistía catalana. Como Bernard y Aline, el guapo de la Moncloa se las ingenia solo para llevarse cuanto se ponga por delante y seguir imbatible. A ver qué grado de resistencia ofrecen las cubiertas del otrora todopoderoso socialismo andaluz cuando pase semejante temporal. O se mantiene en pie o se viene abajo como aquella palmera de Pino Montano, incidente narrado por la speaker más viralizada (qué palabro más feo) de los últimos tiempos.
A lo que iba. La reforma de la Plaza de la Magdalena vino acompañada -algo nada extraño en esta ciudad- de una importante polémica. Para muchos (no sin falta de razón) suponía dejarla en manos privadas a cambio de afrontar su remodelación. Un nuevo dueño como símbolo de uno de los grupos de poder más extendido en Sevilla las últimas décadas: un hotel que se haría con dos edificios, el del antiguo Corte Inglés dedicado a la decoración del hogar y el anterior edificio del BBVA. Se encargaría de su gestión la cadena Radisson.
La plaza fue inaugurada oficialmente en otoño de 2021, pero desde meses antes uno de sus laterales ya aparecía ocupado por los veladores de los establecimientos hosteleros que acoge el hotel. Perfecta metáfora de la Sevilla actual, donde el espacio público queda a merced del negocio turístico y de los bares.
Un paisaje mejorado
No todo ha sido malo desde entonces. Ha de reconocerse que es un enclave (donde antiguamente se levantaba la parroquia de la Magdalena) mucho más transitable que antes, con uno de los parterres más cuidados y con una variedad de vegetación poco habitual ya en esta Sevilla entregada en cuerpo y alma a un urbanismo globalizado e impersonal. En ese sentido, sí se puede comprar parte del discurso defendido en su día por el Ayuntamiento, cuando tuvo que hacer frente a las críticas por la "privatización" de la plaza.
Pero aquel argumento se viene abajo en gran medida al observar (y sufrir) la realidad del día a día. El tráfico no ha desaparecido. Cierto es que no circulan vehículos en la cantidad que lo hacían antes, pero los que aún llegan hasta la embocadura de Rioja lo hacen entorpeciendo el tránsito peatonal. Y mucho.
Todo obedece a los servicios que requieren los dos edificios del hotel y los negocios que incluyen. La carga y descarga de mercancías es continua. A casi todas horas del día. Se trata de furgonetas que cuentan con escasas plazas para aparcar. Lo hacen hasta en doble fila y en la zona más cercana de la que fuera en su día oficina del BBVA. Allí se solapan con los VTC que solicitan los huéspedes del Radisson. La banda de la plaza que conecta O'Donnell con Rioja queda bloqueada, así como el principio de esta calle. Hasta siete vehículos se ha llegado a contar en determinados momentos, los cuales hay que ir sorteando con máxima preocupación. La poca visibilidad de los conductores a punto ha estado en numerosas ocasiones de llevarse a un peatón por delante (con la consiguiente gresca y suelta de improperios entre los afectados).
A todo ello hay que sumar la dificultad que tal acumulación provoca para los usuarios del aparcamiento subterráneo situado al comienzo de Rioja, que cuentan con permiso para circular por este tramo de la plaza. En definitiva, un auténtico pifostio que perpetua en los habituales de la zona la sensación de apropiación hotelera de la plaza.
"La plaza para sus dueños", se escucha decir a más de un vecino, que lamenta que el Ayuntamiento no haya aún regulado las horas para carga y descarga en este enclave, como sí ocurre poco metros más adelante, en la calle San Pablo, donde se encuentra El Corte Inglés. Los proveedores de estos grandes almacenes llegan a dicha vía después de las diez de la noche, una vez cerrado el establecimiento. Y pese a usar trailers de gran tonelaje, por la hora en la que acceden al centro, apenas interrumpen la circulación ni ponen en peligro a los peatones.
Pero aún hay una contrapartida más que los habituales de la zona soportan desde que la Plaza de la Magdalena pasó "a nuevas manos": la banda sonora vespertina de los fines de semana desde una de las terrazas del hotel. Ni el más mortificador de los cilicios (perdonen este ataque dramático) provoca mayor penitencia que el grupo de pseudocantantes que, en plena tarde, versionan (por llamarlo así) en flamenquito (todos los diminutivos entrañan una degradación) temas clásicos del pop español.
Auténtica tortura para los oídos que se cuela en hogares, tiendas, oficinas y hasta en la concurrida iglesia del Santo Ángel, un templo siempre lleno de fieles. Su prior Juan Dobado ya sabe cómo suena la música del infierno en esta bloqueada y ruidosa calle Rioja. Toca a los munícipes poner remedio.
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