Macareno de campanas y Campanales
El funeral coincidía con la Macarena ya en su palio. El sacerdote llamó la atención a quienes interrumpían con móviles y vídeos. Hay un tiempo para la oración, otro para el turismo
He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Esas palabras que cambiaron la historia de la humanidad las teníamos frente a nosotros en uno de los laterales de la Basílica de la Macarena. La Virgen estaba en el palio y era complicado encontrar acomodo para asistir al funeral por el eterno descanso de Eduardo Florido. A su hijo le ocurre lo mismo que a mí, que usamos los nombres de nuestros padres para firmar lo que publicamos en el periódico. Y esa palabra, periódico, el pan espiritual del que hablaba Marcel Proust, era la fundamental en el contacto cotidiano, consuetudinario que diría Machado por boca de su Juan de Mairena, que mantenía con Eduardo padre, el padre de Eduardo hijo, Coco para su legión de amigos, muchos de los cuales le acompañaron en esta misa vespertina.
Coincidíamos muchas veces en el quiosco de Antonio, que es como un confesionario para quienes seguimos confiando en el legado revolucionario del periódico en papel. Y allí es donde más lo vamos a echar de menos. Siempre nos demoramos en el saludo, aprovechamos para echarles una ojeada a las portadas del resto de periódicos, a veces hay una pareja de extranjeros que le piden información a Antonio sobre los horarios y paradas de los buses turísticos. “Una muy buena persona, una muy buena familia”, dice el quiosquero asomado al ojo de los titulares, junto a la bici con la que todos los días se traslada desde el Polígono de San Pablo a la Alameda.
García Márquez y Vargas Llosa habrían sobornado a su agente literario con tal de conseguir los derechos de autor de la profecía de Daniel que leyó durante el funeral el diácono que acompañó al sacerdote en la celebración eucarística. La historia de amor de Susana y Joaquín que quisieron echar al traste dos jueces viejos y pervertidos en la ciudad de Babilonia. Una historia de Las Mil y una Noches que uno se imaginaba con decorados de Cecil B. de Mille. Hasta en cuatro ocasiones el sacerdote tuvo que llamar la atención a quienes ignorando el valor sacrificial de la santa misa no dejaban de hacer fotos o tomar imágenes en vídeo, aprovechando la cercanía de la Esperanza Macarena ya en su paso de salida. Vano acercamiento para esos ejercicios de frivolidad. ¿Qué les va a reconfortar ese desacato? Si no hay cámara ni móvil que supere la fuerza icónica que en la memoria de cada cual dejó La Anunciación de Fra Angelico.
Eduardo vivía en la calle Becas, a los pies de la torre de Don Fadrique, en ese ángulo estratégico que forma esa calle con Lumbreras, que es como Parras, Pureza, Amargura y muy pocas calles más: que parece que el tiempo se ha detenido en ellas. El hermano mayor de la Macarena, José Antonio Fernández Cabrero, montañés de San Felices de Buelna, había vuelto a su patria chica, tan grande, tan importante en la repoblación de Sevilla, en el mestizaje de sus negocios, para dar el pregón de la Semana Santa de Santander. Una María de Cantillana lo hizo macareno, una devoción que inició hace más de cuatro décadas como costalero.
La ventana de Luis Carlos Peris, cuñado de Eduardo Florido, tenía esta tarde forma de vidriera. Dos periodistas en la familia. De las dos orillas balompédicas de la ciudad. En la Basílica por la que tanto hizo Joselito a dos pasos de la calle donde nació Belmonte. A la vera de la Alameda que dio nombre a un histórico grupo de música y en la calle donde nació el alma de Triana, Jesús de la Rosa, al que le pusieron donde Cristo perdió el mechero una calle sin gente, no hay nada menos trianero.
Volvimos a casa por Parras, donde está la última carbonería de la ciudad. La calle que se llena una vez al año. Ya crecen los cimientos en el bloque de viviendas que harán donde estuvo el local de Gonzalo Molina con sus libros, sus vinos de autor y sus carteles de cantautor. En Relator giramos por Amargura hacia la plaza Calderón de la Barca. Una urgencia de supermercado nos llevó a caminar por Palacios Malaver. Con el rabillo del ojo vi una presencia amiga en el mostrador de Mateo, tabernero con nombre de evangelista. Era Juano, Juan Antonio Romero, el alma de Páginas del Sur, división editorial del Grupo Joly que suena a poesía de Borges y su mellizo Juan Sierra. Hice un alto en el camino. Hablamos del Recre, obviamente. El decano. Como el destino es así de caprichoso, me mostró la fotografía que acompaña esta crónica. La imagen estaba en la exposición que Juano organizó en Cajasol sobre la Macarena. En ella se ve a Eduardo Florido padre inclinado ante la Esperanza Macarena en un besamanos. Ya estará en su regazo celestial. El de la esclava del Señor, como se presentó al Arcángel San Gabriel.
Amigos y compañeros sin bolis ni libretas acudieron a la Basílica para acompañar a Coco y su familia. Su padre, como el mío, sigue viviendo en la firma de sus escritos. El macareno de campanas y Campanales que mostraba su devoción ante la Virgen en esa fotografía que se podría incorporar a esa nómina de pintores que Ricardo Suárez fue incorporando a la selecta pinacoteca del museo de la Macarena. El macareno que compraba el periódico en el quiosco de Antonio, heredero de aquella Matilde risueña y maternal a la que inmortalizó en una fotografía Atín Aya y salió en la portada de un libro sobre la prensa local de Mercedes de Pablos.
El amor de Madre, la madre de Dios, mitiga orfandades. El abrazo de Sevilla un día después del pregón consuela ausencias. Eduardo seguirá comprando periódicos, aunque cambiará la actualidad por la eternidad. Con el viaje del Cachorro a la Ciudad Eterna, parece que Triana va a heredar de Sevilla el título de la Nova Roma, pero el imperio sigue incólume en la centuria, en su arquitectura fija y efímera. El arco que abre, la muralla que cierra y los palios que diseñó Rodríguez Ojeda. La profecía de Daniel denunció a los jueces aviesos y restituyó el amor de Joaquín y Susana. Los falsos testimonios a la sombra de una acacia y de una encina son la primera referencia en un texto bíblico a las labores detectivescas. Daniel como precursor de Sam Spade o Philip Marlowe, de Plinio o de Pepe Carvalho.
Antonio ya lo habrá echado en falta en el quiosco de prensa. El único pabellón de la Alameda que abrió en los días más duros de la pandemia. Cuando no hacía falta mirar al cielo o consultar las previsiones para saber si saldrían las cofradías a la calle. Fue el Farenheit 451 de la Semana Santa de Sevilla, una ley seca de costaleros y trabajaderas. Eduardo Florido se ha ido en plena Cuaresma. Floridos marzo y abril de una primavera que ahora se apellida Olivier en su última borrasca. He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. La lección suprema de entrega, de sacrificio, de grandeza desde lo más pequeño. Es el alma macarena en el año de la Esperanza. Eso no sale en ninguna de esas fotografías de cazadores furtivos y banales que se dejan lo que no se ve y además nadie ha visto jamás.
Hoy bajaré a comprar el diario y le daré los buenos días a Eduardo. Fue muchos años vecino de mis suegros. Ella, Pilar, planchaba el periódico cuando me lo veía arrugado. Es como un vellocino de oro con letra impresa. Donde quiera que esté, no habrá periódicos porque allí han proclamado la Gran Noticia. Con nota a pie de página de San Pedro: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Su Madre lo sabe, que huyó con él a Egipto y estaba a sus pies en la cruz. Hijo suyo, Padre nuestro.
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