Luis de Lezama: El cura que celebró la misa y concelebró la mesa

Obituario

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Las imágenes de la vida del sacerdote Luis Lezama

Luis Lezama, presidente de la Fundación Luis Lezama-idesh / Fundación Luis Lezama-Idesh

Cura. Periodista. Empresario. Escritor. Apoderado taurino. ¿Qué no ha sido en su dilatada y provechosa vida este sacerdote llamado Luis de Lezama Barañano (1936-2025)? Nació en la población alavesa de Amurrio un mes y tres días antes del comienzo de la guerra civil. Cumplía años el 15 de junio, el día que se celebraron las primeras elecciones de la democracia convocadas por Adolfo Suárez, que fue cliente de su Taberna del Alabardero, abierta el 25 de octubre de 1974, aunque allí por quien apostaban para suceder en la presidencia del Gobierno a Arias Navarro era por José María Areilza, con el que tantas veces confundieron al padre de Lezama.

Como sacerdote no podía haber llegado más lejos: era secretario del cardenal de Madrid, Monseñor Vicente Enrique y Tarancón; cubrió como periodista las jornadas de clausura del Concilio Vaticano II; era delegado de Vocaciones de la Archidiócesis de Madrid y Superior del Seminario Diocesano de Madrid. En su primer destino como cura, en la madrileña villa de Chinchón, patria chica de su amigo el actor José Sacristán, acogió en los bajos parroquiales a una serie de jovencísimos maletillas que iban a Madrid a buscarse una oportunidad como toreros. Decidió echarles una mano y un día le dijo al cardenal Tarancón que dejaba las misiones de la Curia para entregarse a esos buscadores de la gloria en el albero. “¿Qué vas a hacer? ¿De qué vas a vivir?”, le preguntó Tarancón. “Señor cardenal, ¡voy a poner una taberna!”.

Así lo contaba Lezama en el libro ‘Taberna del Alabardero. Historias y Recetas de mi Taberna’. Es la génesis de una aventura portentosa de un sacerdote que parecía un personaje de Graham Greene y puso la primera piedra de lo que sería una fuente de nuevas vocaciones. Hace diez años, cuando presentó en Sevilla su libro ’50 recetas, 50 años’, estimaba que de sus escuelas de cocina habían salido más de tres mil profesionales. “Yo he creado más puestos de trabajo que el INEM”. El periodista que en 1972 ganó un premio Ondas por el programa ‘El rostro de Dios’ vio pasar por sus aulas gastronómicas y fogones a cocineros que conseguirían una Estrella Michelín: Julio Fernández, en Sevilla; Ángel León, en Cádiz; Baltasar Díaz, en Ronda. “Ya no tienen que ir a la Escuela de Hostelería de París, ahora vienen de Francia a conocer la cocina española”.

La Taberna del Alabardero tiene su sede sevillana en la calle Zaragoza. Una apuesta que le provocó muchos quebraderos de cabeza. Una ciudad con la que le unió una vinculación muy especial: en 1992, su Taberna llevará el catering del Pabellón de España en la Expo; en 1993, crea la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla. Pero su primer contacto con Sevilla fue una sucesión de pesadillas. Vino desde Madrid en 1963, un año después de ordenarse sacerdote, en una Vespa conducida por Teodoro Librero El Bormujano, uno de los torerillos a los que apadrinó y que llegó a tomar la alternativa en la Maestranza. Desde Sevilla viajaron a Cádiz en un coche conducido por el torero con matrícula de San Sebastián; cerca de Utrera fueron retenidos por la Guardia Civil y el interrogatorio al sacerdote acabó con su detención y un Consejo de Guerra. Su abogado defensor, que logró la absolución, fue Alfonso de Cossío, curiosamente el mismo que defendió a su amigo y cliente de la Taberna Felipe González cuando fue detenido tras la entrevista que le hizo en 1974, el mismo año que abre El Alabardero, el periodista Juan Holgado Mejías. Tuvo un desagradable incidente con un guardia civil, pese a sus buenos recuerdos de cuando siendo párroco en Pinto confesaba a los estudiantes del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil Duque de Ahumada en Valdemoro. Un cura que estuvo literalmente entre Pinto y Valdemoro.

Hoy el sushi es una comida japonesa y el ramen una comida china, ambas hacen furor en los restaurantes de media España. En los años sesenta, la China y el Japón eran los vertederos más famosos de Madrid a los que acudían a la busca y rebusca jóvenes sin oficio ni beneficio a los que empezó a acoger el cura Lezama cuando pasó de Chinchón a ser párroco de Entrevías Bajo, muy cerca del Pozo del Tío Raimundo, los dominios del Padre Llanos con el que comía todos los días.

Cuando abre la Taberna del Alabardero, España no era todavía una Monarquía parlamentaria. El libro con la historia del local lo incia Luis Lezama con su presencia en Lausana, 16 de abril de 1969, para asistir a los momentos finales de la reina Victoria Eugenia, viuda de Alfonso XIII, madre de don Juan. El cura rezó un responso en el lecho de muerte de la bisabuela de Felipe VI. En un contexto muy diferente, en una nueva España, el padre Lezama volverá a Lausana en 1982, de Suárez a González, para diplomarse en Dirección y Planificación Hostelera en la Escuela Suiza de Hostelería y Turismo de dicha ciudad.

La primera Taberna estaba junto al Teatro Real. Eran muchos los artistas que pasaban por ella antes o después de las actuaciones: Montserrat Caballé hacía sus gorgoritos; Paco de Lucía descansaba su guitarra; por allí pasaban Andrés Segovia o Joaquín Rodrigo; Arthur Rubinstein o Mitislav Rostropovich. En 1974 llegó José Bergamín: medio siglo después, de la foto del 27 a la Taberna del Alabardero. Allí se fraguaron los encuentros del poeta con el torero Rafael de Paula, al que le dedicaría ‘La música callada del toreo’.

Políticos todavía clandestinos como Santiago Carrillo se pasaban por la Taberna; o poetas comunistas recién regresados del exilio, como Rafael Alberti. El padre Lezama era un cura plural que no precisó de ningún manual para pensar primero en los desheredados y después también. Y eso que una de sus primeras parroquias fue San Carlos Borromeo, patrono de los banqueros.

“La plaza de Oriente se convirtió en un hervidero”. Así empieza el capítulo titulado ‘La muerte de Franco’. “Día y noche las colas de la gente que querían despedir el cadáver del general Franco expuesto en el salón de columnas del Palacio Real llegaban hasta nuestra propia fachada de la Taberna”. Permanecieron abiertos 24 horas y no daban abasto para dar bocadillos y cafés calientes. En la cola vio a Lola Flores y a Antonio Ordóñez con sus hijas Carmina y Belén. Desde los teléfonos de la Taberna los periodistas hacían las crónicas en una España sin móviles ni democracia, “los observadores extranjeros buscaban impresiones y noticias, los rostros de la gente eran la gran portada. Nos habíamos convertido en testigos de la historia”.

“Luis de Lezama es la única persona de este, mientras no se demuestre lo contrario, católico reino que ha sido capaz de cohonestar la misa con la mesa”, escribió Luis Carandell, uno de los integrantes de la tertulia que declaraban al Tonto Contemporáneo del Año. Un grupo del que formaban parte, entre otros, Manuel Gutiérrez Aragón, Vicente Verdú, José Antonio Gabriel y Galán, Manuel Vicent, Javier Gómez Navarro. Personas que no eran de misa diaria ni quincenal ni entre años bisiestos. Cosa que no preocupaba a un sacerdote que muchas veces convirtió el mostrador de su taberna en un confesionario y que estaba convencido de que “el Evangelio no consiste en cumplir sino en amar”.

Ordenado sacerdote siendo Papa Juan XXIII, monta la Taberna del Alabardero durante el pontificado de Pablo VI. Dirigió las cocinas durante los viajes pastorales a España de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, éste a la Jornada Mundial de la Juventud. Su apellido es como la cantera del Athletic de Bilbao. Sus canteranos fueron muy variados: los seminaristas, los maletillas que buscaban hacerse un nombre, los pinches que terminaron siendo grandes cocineros. Luis Lezama le echó mucha cara a la vida, pero siempre conservó el rostro de Dios. La Taberna abrió sucursales en la Costa del Sol y en Washington.

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