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La lenta partida de la flota de Magallanes

El Rastro de la Historia

Después de partir de Sevilla, la flota de la Especiería estuvo más de cuarenta días en Sanlúcar de Barrameda esperando su salida definitiva rumbo a las Molucas. ¿Cuáles fueron los motivos de esta tardanza?

Reproducción de la nao Victoria. / DS
Silverio

10 de julio 2024 - 03:00

No se puede decir que la flota de la Especiería, aquella que mandaba Fernando de Magallanes y cuyos escasos supervivientes se convertirían los primeros en circunnavegar el globo, se diese mucha prisa en partir. Desde el 10 de agosto de 1519, fecha en la que salieron los barcos del sevillano Muelle de las Muelas o las Mulas (donde actualmente está Plaza de Cuba), hasta el 20 de septiembre, fecha en la que definitivamente se hizo a la mar desde el puerto de Bonanza, en Sanlúcar de la Barrameda, pasaron más de 40 días de incertidumbre. ¿Las causas? No se saben exactamente, aunque en su magnífico libro Magallanes y las cinco naos del emperador (Silex) la americanista y doctora honoris causa por la Universidad de Panamá, Carmen Mena, se aventura a especular con algunas de las razones. De dicho volumen es completamente deudora esta nueva entrega de El Rastro de la Historia.

No fue fácil la organización de la flota de la Especiería. Entre otros inconvenientes, Magallanes tuvo que hacer frente a la escasez de brazos. De poco sirvieron los pregones que Magallanes mandó a dar en el Arenal y las gradas de la Catedral para enrolar tripulantes; tampoco la creación de banderines de enganche para buscar marineros en el Condado, Málaga y Cádiz. La labor fue lenta y penosa. A esta carestía contribuía, además de la tradicional falta de hombres de la mar en los puertos de los países mediterráneos y lo arriesgado de la expedición, la organización en ese mismo tiempo de otras flotas españolas en el litoral andaluz, tanto para viajar al Levante como a Indias. Tal era el caso de la de Gil González Dávila para explorar la Mar del Sur, recién descubierta por Balboa.

Una vez superada esta carestía humana, el 2 de agosto de 1519 se celebraría la que puede considerarse la ceremonia oficial de partida de la Flota de la Especiería. En la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria del Convento de los Mínimos (hoy desaparecida y que se encontraba donde hoy está la Iglesia de los Paúles y el Colegio de los Maristas), el asistente de Sevilla, Sancho Martínez de Leyva, entregó el pendón real a Fernando de Magallanes y le tomó juramento de lealtad al rey, siguiendo el derecho tradicional castellano. Posteriormente, sería el propio Magallanes el que tomaría el mismo juramento a sus oficiales y capitanes.

Hay que destacar la importancia simbólica y espiritual que tuvo para Magallanes y toda la expedición la imagen de Nuestra Señora de la Victoria. No en vano, lo primero que hizo Juan Sebastián El Cano y los 17 supervivientes que llegaron con él a Sevilla, 9 de Septiembre de 1522, fue postrarse a sus pies. Lo cuenta el mejor de los cronistas de la expedición, el noble italiano Antonio Pigafetta: El martes bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo, con un cirio en la mano, para visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y la de Santa María la Antigua, como lo habíamos prometido hacer en los momentos de angustia”. Prueba de esta devoción es también que, en su testamenteo, Magallanes dejó estipulada ciertas cantidades para los frailes mínimos que la custodiaban. La imagen aún se venera en la capilla de Santa Bárbara de la Iglesia de Santa Ana de Triana, aunque con una importante restauración a la que tuvo que ser sometida tras el incendio que devastó el convento a principios del siglo XVIII. Hoy no goza del fervor popular de aquellos primeros años del descubrimiento de América.

Lo curioso es que, el 10 de agosto de 1519, cuando una salva de artillería anunció la partida de la flota, tanto Magallanes como sus capitanes se quedaron en Sevilla. Asuntos de organización los retuvieron en la capital y no partirían a Sanlúcar de Barrameda hasta días después en una falúa, aunque algunos de los oficiales lo harían por tierra siguiendo la ruta de Los Palacios y Lebrija.

Ya en Sanlúcar de Barrameda, la flota y sus 234 tripulantes tuvieron que esperar más de un mes hasta partir definitivamente. Carmen Mena especula que este retraso se pudo deber a las maniobras dilatorias del rey don Manuel de Portugal, cuñado del rey Carlos, que veía con recelo una expedición que él creía iba a incumplir el Tratado de Tordesillas y, por tanto, afectar gravemente a los intereses de Portugal. ¿Qué hicieron en esos largos días los miembros de la flota? Magallanes, por lo pronto, viajó varias veces a Sevilla, entre otras cosas para ultimar su testamento y dejar como heredera universal a su mujer, doña Beatriz (embarazada en ese momento), e instituir un mayorazgo para su único hijo nacido, Rodrigo. Según cree Carmen Mena, la oficialidad debió de hospedarse en Sanlúcar en la célebre venta de los Zanfanejos, propiedad del Duque de Medina Sidonia (señor de la villa), famosa por su pescado y su vino (hay cosas que no cambian). A diario se oía misa en la Iglesia de Nuestra Señora de Barrameda y no faltaron los abusos de una marinería aburrida, como deja claro una anotación contable de Cristóbal de Haro: "2.250 maravedíes que se dieron a los frailes de Barrameda de limosna por respeto al tiempo que allí estuvo a despachar las armadas y del daño que recibieron en la huerta y viñas de la gente de ellas". Finalmente, el 20 de septiembre de 1519, cuando las condiciones de la mar fueron favorables, partió la flota de la Especiería rumbo a una de las aventuras más increíbles de la historia de la navegación universal.

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