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El laboratorio lírico del adiós por sevillanas

metrópolis | la barzola

Fortaleza. Construida en torno a una plaza fortificada, la Barzola tiene alma de ciudadela y remates de castillete. Sus vecinos presionaron para frenar la subasta de los pisos y poner una plaza con el nombre de su poeta más preclaro y universal.

Parque infantil de la Barzola, con vistas a la calle Abuyacub. / Reportaje Gráfico: Víctor Rodríguez
Francisco Correal

30 de julio 2017 - 06:45

Algo se muere en el alma / cuando un amigo se va...". Un día, Manuel Garrido (Morón de la Frontera, 1924) se mudó de esta casa del barrio de la Barzola, calle Gonzalo Núñez de Sepúlveda, 11, primero izquierda, a una casa más adaptada a su edad y sus circunstancias, 92 en estado puro, los años de los que presume ante sus antiguos vecinos, en los que sigue dejando una huella "que no se puede olvidar".

Había muchas maneras de llegar a la Barzola. Garrido llegó con 27 años porque pidió en Morón, su ciudad natal, el traslado a la capital en el banco donde trabajaba. Llegó a este barrio en 1951 y se instaló en casa de su hermana Conchita y su cuñado, Baltasar Arroyo, teniente de la Policía Armada. "Entonces no había nada construido, desde la casa se veía hasta el cementerio".

Garrido convirtió a Soledad Becerril en personaje de una comedia reivindicativa

Un año antes, en 1950, con nueve años, llegó Antonio Cruz desde la calle Relator. Ha sido más de medio siglo vecino del autor de las Sevillanas del adiós que le cantaron a Juan Pablo II en el Vaticano. Aquel niño estudió en la Universidad Laboral, se curtió como vendedor y dirigió dos multinacionales, una en Barcelona y otra en Estados Unidos, dedicadas a la instrumentación científica y al diagnóstico de laboratorio. Nunca abandonó el piso de la Barzola. "Nos compramos una casa en el Aljarafe, pero mi mujer no quería y cuando una mujer no quiere no hay manera".

El sello personal de las construcciones con arcos de la barriada. / Víctor Rodríguez

José Medina es reincidente en casi todo. Llegó con 18 años a la Barzola por una especie de desahucio inducido desde la barriada de San Julián, lugar de procedencia de los míticos tupamaros que protagonizaron el caso más surrealista de resistencia política contra el franquismo. "A mi padre le ofrecieron irse a un piso en Madre de Dios por trescientas pesetas o a la Barzola por 220. Por ochenta pesetas, nos vinimos aquí". Medina, que ha sido mecánico tornero, dejó el barrio cuando se casó "y, como se suele decir, me emancipé", pero regresó. Presidió la asociación de vecinos durante once años y ha vuelto, con Fernando López Pino, pintor de coches, de vicepresidente.

Han cambiado muchas cosas en el entorno. La antigua plaza de abastos es la sede del distrito Macarena que inauguró Alfredo Sán chez Monteseirín en noviembre de 2009; el colegio Queipo de Llano se llama Arias Montano; junto a la plaza que ahora lleva el nombre de Manuel Garrido se construyó la parroquia de Nuestra Señora del Mayor Dolor. "Antes, las misas se hacían en la plaza del Pilar, y aquí se han bautizado y casado vecinos en el viario de los túneles". Pero, pese a esos cambios, el barrio sigue prácticamente igual. En 2003, eso sí, le dieron una mano de pintura.

Manuel Garrido, rodeado de vecinos en la plaza que lleva su nombre. / Víctor Rodríguez

El ilustre vecino Manuel Garrido admite que no hizo "vida de barriada porque las mañanas las pasaba en el banco y las tardes en la radio". Destino este último que consiguió gracias a la amistad de su cuñado policía con el locutor Agustín Embuena. Pero muchas de sus sevillanas, saetas y sonetos las escribió en esa humilde vivienda donde una placa lo recuerda como vecino. Y un compromiso artístico muy singular. Dos comedietas, así las llama, que tituló La caracolá y Los grandes almacenes. La primera se representó en la plaza del Pilar, "la única plaza fortificada de Sevilla", según Antonio Cruz, y el hilo conductor fue el levantamiento del barrio contra los rumores de que iban a derribarlo.

En la obra tenían papeles estelares la entonces alcaldesa Soledad Becerril, que era doña Solita, y Alberto Jiménez-Becerril, que era el ogro municipal que les remitió una carta en la que les conminaba a comprar las viviendas so pena de que a los 65 días saldrían a la subasta. "Yo siempre he tenido mucha relación con Triana, donde Alberto era delegado, y le pedí disculpas por esa referencia, que se tomó con mucho humor", dice Manuel Garrido.

Francisco Javier, 23 años, por la casa donde vivió Manuel Garrido. / Víctor Rodríguez

Sobre los motivos del derribo del barrio, apuntan a un proyecto delirante de desahogar el crecimiento demográfico del distrito Macarena, que hoy tiene su sede en la Barzola, o a espurios intereses inmobiliarios para construir una colmena de torres. El dirigente vecinal recuerda que no se ha conocido una respuesta vecinal tan contundente en todas la ciudad como aquella de la Barzola. "A mí las manifestaciones por principio no me gustan", dice Antonio Cruz, "pero esa vez me adherí". Garrido sonríe y recuerda el impacto que leprodujo ver la primera manifestación de su vida... en Amsterdam. El ánimo reivindicativo permanece intacto en esta barriada de 654 viviendas, casi la mitad de una primera fase. En las de la Nueva Barzola llevan el cómputo de los días de alcalde de Juan Espadas en una pintada colgada en la parte más alta, para que se lea bien desde las oficinas del distrito, pidiendo soluciones para los castilletes de los pisos más antiguos y las escrituras de los más nuevos.

El castillete remite a esa condición fortificada de la barriada. "Está construida como si fuera una ciudadela, un caso único en Sevilla", según Antonio Cruz, este maestro industrial con nombre de arquitecto. En 1970 nació su hijo Jesús, el que lo hizo abuelo de Gonzalo. A sus once años, con esas pecas que apuntan ingenio y curiosidad, no da crédito a las cosas que cuenta su abuelo. "Un poco antes de lo que ahora es la calle León XIII estaba la huerta de Julián, que tenía una alberca donde los chavales nos bañábamos por una peseta. Vendíamos periódicos viejos para conseguir la peseta o hablábamos con Julián, estábamos dos horas recogiendo mazorcas de maíz y nos bañábamos de balde".

Instalaciones deportivas. Al fondo, parroquia de Nuestra Señora del Mayor Dolor. / Víctor Rodríguez

La plaza sigue fortificada, presidida por una cruz labrada que se instaló por iniciativa de Medina. "Yo creo en Dios total, como muchos cristianos que hemos militado en el Partido Comunista". Manuel Garrido, dos exposiciones en su currículum, la del 29 y la del 92, dice que es normal "porque Jesucristo fue el primer comunista". Han cerrado muchos locales. "Aquí había un bar que luego fue mercería y después frutería". El GPS de los antiguos negocios lo lleva Antonio Cruz para asombro de su nieto Gonzalo. "La farmacia sigue siendo farmacia y se amplió con lo que era la droguería". La botica está junto al bar Fernando, centro de reuniones, y la regenta la licenciada Raquel Fernández-España.

De la placa donde vivió Manolo Garrido a la plaza Manuel Garrido, del tú al usted, hay unas cuantas calles, la mayoría con nombres de caballeros que acompañan a San Fernando en la Reconquista. Sobre el nombre de la barriada hay distintas teorías. Se dice que era el nombre de una antigua huerta o el título nobiliario de la marquesa que la regentaba.

Los castilletes rematan una arquitectura autóctona, costumbrista, arcos sucesivos que parecen de Xauen o Marrakech, aunque Manuel Garrido lo ve "más cristiano que árabe". En su libro Pasa la vida (Samarcanda) le dedica un soneto a su amigo el arquitecto Luis Díaz del Río, que diseñó la Plaza de Cuba. Otra singularidad de la Barzola es que la hicieron al revés. Su nombre oficial es Barriada Municipal Virgen de los Reyes y su nombre oficioso y popular da lugar a equívocos con la avenida de la Barzola. Junto a la parroquia hay un campo de futbito y un solar donde le prometieron un local a la asociación de vecinos.

'West Side Story' ante el Tribunal de Orden Público

El barrio de la Barzola forma parte de la intrahistoria del antifranquismo. Una versión truculenta de West side Story. En el libro La resistencia andaluza contra el Tribunal de Orden Público, Alfonso Martínez Foronda rescata la historia de los tupamaros, a los que con ese nombre les dedicó una canción Ángel Oliveros, un veterano militante comunista que fue alcalde de Gelves. Es la historia de un grupo de jóvenes residentes en la Barzola, la mayoría procedentes del barrio de San Julián, que se reunían en una plazoleta del Cerezo. En una explanada de la Ronda de Capuchinos instalaron una pista de coches locos y allí fueron los chavales. En el juego galante con unas chicas se produjo una controversia con otra pandilla juvenil sellada en un reto, un desafío para saldar las cuitas con una pelea callejera. Con tan mala fortuna que el día que eligieron para medir sus fuerzas fue el 3 de diciembre de 1970, cuando Comisiones Obreras y el Partido Comunista convocaron movilizaciones contra el proceso de Burgos. Los que eran mayores de edad fueron detenidos, los acusaron sin pruebas de ser los autores de la quema de autobuses y pintadas en los juzgados. El 14 de diciembre Franco dictó el estado de excepción. Tres de ellos sufrieron pena de prisión, uno de ellos en un castillo militar.

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