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El joven que quería ver el mar

El inmigrante polaco llevaba un mes viviendo en la calle entre Los Remedios y la plaza del Altozano Los vecinos se alarmaron por su repentina pérdida de peso después del verano

El joven que quería ver el mar
Carlos Rocha

05 de octubre 2013 - 05:03

No hacía mucho ruido, pero en el fondo llamaba la atención. Un joven bastante alto, pero aún más delgado. La descripción de Piotr Piskozub no coincide con la de muchos sevillanos, por lo que la lógica dice que debe ser fácil de encontrar el rastro de este inmigrante polaco de 23 años que aparentaba haber cumplido la mayoría de edad recientemente. Nada más lejos de la realidad, pues pocos de los vecinos y trabajadores de las zonas por las que se movía habían reparado en su presencia. El inmigrante fallecido solía estar en la plaza del Altozano, bajo la sombra del ficus que da cobijo a la estatua de Juan Belmonte, o en los soportales de República Argentina.

Allí fue donde pasó la tarde del martes, hasta que una ambulancia se lo llevó al hospital Virgen del Rocío. El final de la historia ya se conoce, pero la llegada del joven al centro hospitalario fue posible gracias a la llamada de una pareja de Los Remedios que solía hablar con el extranjero. En español era casi imposible comunicarse con él y en inglés no salía de confirmar su origen centroeuropeo y de asegurar que le gustaba mucho España. "I'm polish" (soy polaco), decía a quien se le acercaba. Con quien sí se entendía era con Pepe, el portero del inmueble número 27 de República Argentina, donde durmió la noche del domingo al lunes. Pepe recuerda que llevaba viendo al joven polaco desde hacía al menos un año, pero que se pasó cerca de su bloque "casi todo el verano". Según cuenta este trabajador, Piskozub aprovechaba que durante las tardes de los meses de julio y agosto no está operativo el sistema de zona azul para hacer de gorrilla en la avenida.

El cuñado de Pepe es el portero del número 29 y afirma que nunca tuvieron problemas con el chico, pues cada vez que le pedían que se cambiara de sitio para no molestar a los inquilinos de sus bloques, no oponía resistencia alguna y ponía sus pertenencias donde no impidiera el paso.

Tanto Pepe como su cuñado, así como quienes avisaron al 112, aseguran que el estado del inmigrante de 23 años había empeorado mucho en los últimos meses. Durante el verano se le pudo ver incluso cojeando y tenía una herida en la pierna, pero lo que más destacaba era la importante pérdida de peso que había experimentado: "Recordaba a las imágenes que hemos visto en películas sobre los campos de concentración", lamenta una vecina.

Las trabajadoras de uno de los supermercados cercanos también recuerdan al extranjero y confirman que estaba mucho más delgado a comienzos de septiembre. El joven acudía a última hora de la tarde a comprar, casi siempre vino o cerveza, con un compañero, también polaco. Sin embargo el carácter de ambos compatriotas era completamente distinto. Mientras que Piskozub era muy reservado, su amigo hablaba mucho con las cajeras. Es la misma historia que cuenta Nani, que regenta una cervecería en la plaza del Altozano. Esta mujer, la única vecina que recuerda al joven polaco en esta zona de Triana, le dio agua la semana pasada en su establecimiento: "Es lo único que me ha pedido desde que está por aquí".

Todos los que han afirmado conocerle coinciden en lo mismo: apenas comía y cuando lo hacía se alimentaba exclusivamente de lo que le compraban algunas personas, dedicando el dinero que conseguía a bebidas alcohólicas. "Nunca lo veíamos comer, la comida que le comprábamos la veíamos siempre en el suelo junto a él", sostienen los vecinos. Algunos ciudadanos de Europa del Este que suelen pasar las tardes en la plaza del Altozano ya conocían ayer la noticia de la muerte de Piskozub y reiteran la versión de todos los que habían tratado en mayor o menor medida al joven.

Quien mejor parecía conocer al fallecido es el polaco con el que solía pasar más tiempo, al que nadie ha visto desde el lunes en las zonas por las que era habitual verlos a ambos. Del resto de personas que recuerdan a este inmigrante, la que lo trató de una forma mas cercana fue la mujer que llamó a la ambulancia. Asegura que el empeoramiento que había sufrido era tal que "tenía la carne pegada a los huesos".

A pesar de lo silencioso que era el joven polaco, esta mujer recuerda que alguna vez le había dicho que le gustaba hablar "porque era bueno para su cabeza", pero lo más llamativo de lo que contaba Piotr era las muchas veces que repetía que quería ver el mar.

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