La incógnita del Parasol
El Consejo Consultivo, que todavía no ha emitido su dictamen, tiene difícil avalar la decisión municipal de no resolver el contrato.
Sevilla/AQUELLO que se siembra acostumbra a ser lo que se recoge. Ocurre en la agricultura, en la política y en la vida. Es así. Monteseirín, en la recta final de su tercer mandato, está cosechando un sinfín de problemas. Tantos como supuestos triunfos cantaron sus interesados exégetas, algunos de los cuales han empezado -sin rubor alguno- a cambiar de bando por la vía directa. Puro ejercicio de llamativa coherencia: siempre a la sombra del poder. De la loa van pasando a no reconocerle ya ningún logro cierto, salvo los menores: las contadas peatonalizaciones. Nada más.
La sensación interna de zozobra que existe en el gobierno local, que comenzó aquel día en el que Griñán anunció que el regidor no volvería a encabezar la candidatura del PSOE, no ha dejado desde entonces de crecer. Quienes tuvieron poder siguen jugando a escenificar que todavía lo mantienen -en realidad lo que disfrutaron fue el acceso temporal al presupuesto local; el poder es otra cosa- y, poco a poco, comienza a emerger para espanto de muchos, que serán más a medida que pase el tiempo, la herencia oculta de la etapa Monteseirín, que legará a su sucesor, sea quien sea, un ayuntamiento con una coyuntura económica difícil, varias empresas municipales en situación técnica de quiebra -véase Tussam; repárese en Mercasevilla tras el escándalo de las comisiones ilegales- y un escenario urbanístico con bastantes más hipotecas reales de las que serían razonables. Y lo peor es que esta losa política no va a poder levantarse en lustros. Al tiempo.
Aunque se intente camuflar circunstancialmente con llamativas apelaciones a la febril actividad política del alcalde, toda esta deriva tiene su símbolo esencial en el Parasol de la plaza de la Encarnación. Una obra que, con independencia del agrio debate estético que suscitó entre determinados sectores sociales, ha terminado representando la locura de un tiempo en el que, como dijera el personaje de Dostoiesvki en Crimen y Castigo, "si no hay Dios, es que todo está permitido". Tras la evidencia de una gestión nefasta -un sobrecoste brutal, sucesivos plazos que nunca se cumplieron, la evidencia empírica de que aquello no será nunca más una plaza pública, sino un centro comercial privado financiado con demasiados recursos públicos- late el reverso de la insólita decisión de echar más y más dinero en el mismo pozo sin fondo que diseñara por ordenador el arquitecto berlinés Jürgen Mayer.
¿Las consecuencias? La paralización, de facto, de las expectativas de crecimiento real de Sevilla. Una apuesta urbanística que, en principio, no iba a ser especulativo, sino orientada hacia la vivienda de protección oficial. Para una vez que debido a la crisis los constructores estaban por la labor, resulta que al buscar la caja de caudales no queda ni un euro. Todo se ha puesto en la Encarnación, en el carril-bici, en la Alameda. Obras todas ellas surgidas de las habituales buenas intenciones -quién duda de la bonhomía del alcalde- pero con una ejecución nítidamente mejorable en términos de acabado, sobrecoste, plazos y utilización de los recursos de todos. Elementos que miden la calidad de cualquier gobernante.
Los demagogos, que abundan entre ciertos equipos de asesores municipales, intentarán vender la historia de otra forma. ¿Cómo? Lanzando, de forma indirecta, dos mensajes paralelos. El primero, en clave institucional, podría resumirse más o menos así: "¿De qué se quejan los dirigentes de la patronal? Sus empresas particulares son algunas de las que parcialmente se van a escapar de la situación de parálisis en la que entrarán todas las grandes operaciones urbanísticas. ¿Quién si no es Urconsa? ¿No tiene suficiente peso Gabriel Rojas en Gaesco?".
El segundo mensaje está concebido para el electorado socialista, que a priori no tendría buena opinión de un partido que se gasta en el centro el 44% del dinero que el PGOU recaudó de las empresas inmobiliarias para invertir en los barrios. "¿Qué les decimos a los nuestros? Pues que el dinero que le hemos sacado a los empresarios del PP lo hemos usado para mejorar Sevilla". Con esta admirable capacidad de argumentación, no hace falta adivinar que esta cuestión preocupa y mucho a la dirección local del PSOE.
La cosa todavía puede ir a peor. ¿Es posible? Uno diría que incluso probable, aunque se debe esperar. La terminación de las obras de la Encarnación, que han detraído del dinero de los sistemas generales casi un 40% de todos los fondos disponibles, requiere el aval jurídico del Consejo Consultivo de Andalucía. Sin él las obras no podrán acabarse. ¿Ha hablado el Consultivo? Todavía no. El Ayuntamiento ha enviado el expediente -incompleto, al parecer- al órgano autonómico y ha hecho gestiones al máximo nivel -intermediación se llama la figura- para que el dictamen sea favorable a sus intereses. Pero el Consultivo no es la Secretaría municipal, que emitió un informe en el que venía a decir que las obras debieron pararse en 2007, cuando se ocultó que la estructura de madera no podía construirse, para a continuación defender que, como no se hizo entonces, ahora tampoco. El Consultivo no tiene ninguna hipoteca teórica: analiza y habla. De momento, ha dado trámite de audiencia a una delegación municipal. Oficialmente aún no se ha pronunciado en firme. Pero la cosa pinta difícil. ¿Puede un jurista serio justificar que un sobrecoste del 70% en una obra no implica, según la ley, la obligación de resolver el contrato en vigor y hacer un nuevo concurso? Prisas en hablar no hay. Malos presagios, casi todos. El Consultivo puede terminar dando el campanazo de la era Monteseirín. Una Encarnación interruptus.
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