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Los Remedios estalla de ilusión con su Heraldo

1764, un hospital de perros en Sevilla

El rastro de la Historia

Perro dieciochesco. / DS
Silverio

17 de enero 2024 - 07:05

La fuente histórica para mejor conocer la epidemia que sufrió la población canina sevillana en 1764 y el hospital que se habilitó para curarlos son los Anales eclesiásticos y seculares de don Justino Matute y Gaviria (1764-1830), tres amenos tomos en los que el lector puede encontrar todo tipo de noticias y curiosidades de la ciudad durante el siglo XVIII. Dejemos, pues, que hable este escritor afrancesado que llegó a pasar cuatro años de arresto domiciliario por su colaboración con el invasor napoleónico: "A principios de mayo se empezó a notar en los perros de esta ciudad cierta enfermedad, de que morían muchos antes del séptimo día, apareciendo sus cadáveres por las calles, cuya abundancia despertó la atención del Gobierno".Tal fue la alarma que, el 26 de mayo de 1764, el asistente (máxima autoridad municipal de la época, cuyas atribuciones iban mucho más lejos que las de un alcalde actual) encargó a la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla que tomase cartas en el asunto. Lo hizo, según nos informa Matute, por los "justos temores de que esta enfermedad pudiese contagiar a la ciudad". Se ve que el miedo a las zoonosis -el salto de las enfermedades de los animales a los hombres-, como es el caso de la gripe aviar, no es solo un terror contemporáneo.

Los medicos sevillanos reaccionaron pronto, habilitando un hospital para atender y estudiar a los perros enfermos en algunas habitaciones de su sede, en la calle Levíes, collación de San Bartolomé. Paralelamente, como afirma Justino Matute, "una diputación de la ciudad, unida a los comisionados que la Sociedad nombró, mandó al punto que se recogiesen y enterrasen todos los perros muertos lejos de la población". Aunque Matute no lo aclara, algunas fuentes afirman que el lugar donde recibieron sepultura estos desgraciados canes fue el Prado de San Sebastián (de larga tradición en la historia trágica y epidemiológica de Sevilla), territorio extramuro, entonces considerado "lejano". No fue hasta bien entrado el siglo XX cuando el Prado de San Sebastián adquirió la centralidad que hoy tiene.

Lo que sorprende del hospital de perros habilitado en la calle Levíes es la modernidad de los métodos usados. Como indica Justino Matute, "se recogían los enfermos y separaban en diversos departamentos según el grado en que se advertía su enfermedad". De ejecutar el "plan de curación", se encargaban seis "asistentes" que rápidamente obtuvieron resultados positivos, de tal manera que "a mediados de julio estuvo concluida la epidemia, habiendo salvado la vida a muchos de estos animales que sin estos socorros hubieran perecido". Esta última frase es llamativa, porque delata un amor por los animales que sorprende en el siglo XVIII. La lucha contra la epidemia no solo buscó evitar que la enfermedad pasase a los humanos, sino también la sanación de los considerados como sus mejores amigos.

Justino Matute da noticia del buen hacer científico de la Regia Sociedad Médica de Sevilla. "En vista de las prolijas observaciones y experimentos que se hicieron se calificó esta enfermedad por un catarral maligno con ofensa en los pulmones". Además, remite al Tomo VI de las Memorias Académicas de la Regia, "donde los curiosos podrán satisfacer su curiosiad"

Otras noticias que da Matute sobre el año 1764 (que casualmente es el de su nacimiento) son la muerte del jesuita Antonio Solís, autor de Lustro de la Corte en Sevilla (sobre el periodo en el que Felipe V se asentó en la ciudad); un nuevo intento de la Caridad para canonizar a Miguel Mañara; y unos casos de lepra que alarmaron a la población de Lebrija y en los que también fue fundamental la acción de los médicos sevillanos.

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