Un hombre abrazado a un ataúd
Los padres reciben el alta médica para enterrar a la niña Encarnación
Nueve de la mañana en el tanatorio de Servisa, en San Jerónimo. La capilla se llena de personas dispuestas a dar el último adiós a la pequeña Encarnación, tiroteada por error la noche del martes en su casa de las Tres Mil Viviendas. La puerta corredera de la capilla se abre y da paso a un ataúd pequeño, de color blanco, símbolo de la pureza, de la inocencia de una víctima que nada tenía que ver con los pistoleros que la mataron por error.
Un hombre no se contiene. Mientras el cura ofrece unas palabras de aliento a la familia, el hombre se abraza al ataúd. Lleva un brazo en cabestrillo. Ha salido hace apenas unas horas antes del mismo hospital en el que murió su hija, en el que también él y su esposa han estado ingresados por las heridas sufridas en el tiroteo. Los diez minutos que dura el responso se los pasa abrazado al féretro, como si así pudiera prolongar la estancia de Encarnación en la Tierra.
La comitiva fúnebre llega media hora después al cementerio de San Fernando. En la puerta, junto a uno de los puestos de flores, hay una furgoneta aparcada. La puerta lateral corredera está abierta. En el suelo del vehículo está sentada una niña, algo mayor que la víctima. Llora desconsolada. Sus gritos de dolor se oyen en toda la glorieta que da acceso al camposanto.
Cientos de personas caminan detrás del féretro con los restos de Encarnación, portado en hombros por los más allegados. Detrás, la madre de la niña se apoya en otra mujer. También lleva el brazo en cabestrillo. Tanto ella como su marido fueron dados de alta la madrugada de ayer. Lo primero que hicieron fue enterrar a su hija.
Este periódico intentó hablar con los familiares de la menor asesinada, pero éstos declinaron hacer cualquier declaración sobre lo ocurrido. "Ahora mismo estamos muy afectados. No es un buen momento", explicó uno de ellos. La madre de la menor y un grupo de mujeres se quedaron en la glorieta de entrada al cementerio, sentadas en un banco, llorando en silencio, preguntándose en voz baja cómo pudo tocarles a ello tanta mala suerte. La misma que tuvo otro familiar alcanzado por una bala perdida en otro tiroteo en el año 2009.
Los hombres entraron al camposanto y enterraron a la niña. Una hora después, regresaban a la puerta cabizbajos. Allí, con el calor empezando a apretar y con el sol sin terminar de salir, en un extraño día nublado de finales de agosto, se le rindió el último homenaje a Encarnación. Hace apenas dos años, a unos familiares de la niña les tocó el cupón de la ONCE. Los agraciados salieron en los periódicos. Una lluvia de millones en un sitio como las Tres Mil Viviendas siempre es una buena historia que merece ser contada. Hoy protagonizan la más triste de las noticias.
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