Calle rioja
Francisco Correal
El filósofo de Cerro Muriano
El mercadillo del Jueves
Hay que remontarse al siglo XIII para hablar del Jueves, el mercadillo más antiguo de Sevilla. Una especie de zoco medieval que mantiene su pulso con la modernidad. El caos controlado en una calle a la que pudo darle nombre esta suma -con poco orden y concierto- de vendedores que, desde bien temprano, levantan a vecinos con el arrastre y montaje de sus mercancías.
El Jueves es el desván de la ciudad. Donde cabe casi de todo. De lo muy malo (en abundancia) a cosas que realmente merecen la pena (en contados puestos). Un trastero con estética vintage que atrae este día de la semana -menos el Jueves Santo- a una clientela fija y a turistas encantados de encontrarse con un mundo muy distinto al de la sofisticación posmoderna.
La historia de este mercadillo se encargó de contarla el sevillano Ángel Vela en su libro El Jueves. Apuntes de una feria milenaria, editado en 1991. La primera referencia escrita que existe es de 1292, cuando el Rey Sancho lo reguló, por lo que se entiende que llevaba bastante tiempo celebrándose. Al menos, desde la Reconquista de la ciudad por San Fernando, o incluso antes. Si se atiende a esta última teoría, podría considerarse que es una herencia de los bazares árabes que aún conservan importantes ciudades donde impera la religión musulmana. Su primer enclave estuvo en la Plaza de Calderón de la Barca (donde se encuentra el Palacio de los Marqueses de La Algaba, en la trasera del mercado de abastos). No fue hasta el siglo XIX cuando se traslada a su actual emplazamiento.
Fuera uno u otro su inicio, lo cierto es que ha sabido mantenerse casi inmune al devenir del tiempo. Quizá ese caos intrínseco le haya valido para sortear los envites de la historia. Tal ha sido su fama durante estos ocho siglos que hasta el propio Miguel de Cervantes lo mencionó en su novela picaresca Rinconete y Cortadillo. El ambiente que se vive en él le viene como anillo al dedo a este género literario. Un escenario perfecto donde cada semana se recrea la Sevilla del siglo XVI, cuando el oro de América entraba por unas calles repletas de pedigüeños. Gloria y miseria juntas. Compartiendo suelo.
Riqueza y humildad que continúan palpables en la calle Feria, donde gente anónima y rostros conocidos se mezclan en el tramo que discurre entre Castellar y la Cruz Verde, con sus extensiones a Conde de Torrejón, Plaza de Monte Sión y de los Maldonados. Es en ésta última donde se concentra un buen número de anticuarios. Ornamentos, abalorios eclesiales, casullas bordadas, piezas de orfebrería, mantones de manila, frontales de altar, encajes de Brujas y hasta pequeñas imágenes para la devoción particular se amontonan en este recoveco donde es usual ver a ciertos modistos de renombre, profesionales del diseño e importantes coleccionistas regateando con comerciantes que tienen a sus espaldas muchos Jueves.
Este ambiente tan pintoresco -o decadente, según la visión de quien lo observe- llevó al viajero inglés Richard Ford a compararlo con el zoco de El Cairo, un símil propio de ese exotismo con el que los románticos retrataron la vieja Híspalis. Germen del turismo que vino después y que se palpa en esta calle donde abundan los apartamentos para visitantes. Y hasta nuevos hoteles. Tal fue la fama que había adquirido por aquel entonces el mercadillo, que en 1905 se convirtió en una de las primeras postales de la ciudad. Y con la fama surgieron las leyendas, como aquélla que asegura que en sus puestos se llegó a vender un Murillo.
El siglo XX hizo de las suyas con esta feria de la quincalla y las oportunidades. La buena literatura no la dejó de lado. Chaves Nogales la mencionó en la biografía que escribió de Juan Belmonte. Las desgracias tampoco la olvidaron. Las inundaciones del Tamarguillo obligaron a cambiarla de sitio. Los 80 y la droga degradaron este mercadillo, un lugar poco recomendable. Declive del que tardó tiempo en resarcirse. Se pasó a un descontrol absoluto por parte del Ayuntamiento hispalense, que intentó meterle el diente a principios de esta década, cuando los puestos apenas superaban el centenar. Actualmente esta cifra se ha duplicado, con la inclusión de algunos vendedores que no pagan licencia por exponer sus productos de 7:00 a 15:00.
También se ha desvirtuado -si es que alguna vez tuvo ortodoxia- el género que puede adquirirse, con puestos de ropa de segunda mano (los trajes de flamenca de los 90 bajo el azulejo de la Virgen del Rosario se han convertido en un clásico). El gobierno local defiende que vuelva a su origen primitivo. El de las antigüedades. A ver quién le pone el cascabel a un gato que lleva décadas -incluso siglos- trepando a su libre albedrío.
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