El hallazgo fluvial de la Plaza Nueva
La muralla romana encontrada en la Plaza de San Francisco trae a la memoria otros descubrimientos, como un barco y un ancla medievales
Si hace tan sólo unas semanas en la vecina plaza de San Francisco los obreros y arqueólogos encontraban los restos de la muralla romana de la antigua Híspalis, el pasado agosto se cumplieron 40 años del importante descubrimiento de los restos de una embarcación y ancla medievales en la Plaza Nueva durante la excavación del primer proyecto del Metro.
En 1981, durante los trabajos de construcción de la antigua línea 1, se estableció que la entrada a uno de los túneles, así como una futura estación, se situarían en la Plaza Nueva. Con tal fin se decidió la construcción de un pozo de 40 metros de diámetro. Durante los trabajos de vaciado y drenaje de éste se encontraron abundantes y diferentes restos arqueológicos ordenados por estratos que, según el entonces director del Museo Arqueológico, Fernando Fernández Gómez, "son material de desecho, objetos inservibles que la gente tiraba al fondo del río". De todos ellos, dos hallazgos fueron los más significativos; una pequeña embarcación, ubicada a 11 metros de profundidad junto con cerámica vidriada de época islámica, y un ancla de hierro, a 15 metros de la superficie, junto con columnas de mármol y ánforas.
En el momento de su descubrimiento, el pequeño barco estaba prácticamente completo, aunque aplastado debido al peso del sedimento que lo cubría. A pesar de ello, sólo unos pocos restos se pudieron recuperar. En primer lugar, porque el sedimento fangoso, por debajo del nivel freático y de superficie irregular, hacía que el acceso a los restos fuera muy complicado. Una excavadora con cuchara, cuya principal función era vaciar y drenar el pozo, dañó los restos del casco. Esto provocó la destrucción y pérdida de parte del extremo de proa y la banda de babor del barco. En segundo y último, las características particulares que presenta la madera anegada también provocaron dificultades. Dicho material, saturado, es muy pesado debido al peso del agua contenida, a la vez que blando y frágil debido a los procesos de degradación química y biológica.
Una vez que el pozo fue accesible, se procedió a una rápida documentación de las maderas del casco por parte los arqueólogos. Sin embargo, por las complicaciones anteriormente expuestas, no todos los restos pudieron ser recuperados. Como apunta el investigador Carlos Cabrera-Tejedor, en total en el Museo Arqueológico se conservan más de 400 fragmentos que podían corresponder, aproximadamente, a un 30% de la embarcación original. En base al tamaño medio de los mismos, probablemente pertenecieron a una barca o bajel, de época islámica, de 7 metros de eslora por 2 metros de manga, usado para transportar personas o mercaderías desde barcos mercantes, fondeados en el Guadalquivir, hasta las instalaciones o almacenes del puerto.
Por otro lado, los restos del ancla, a diferencia de la embarcación, sí se investigaron y expusieron. Según Luis Javier Guerrero Misa, que publicó un pequeño estudio sobre la misma, basándose en sus características morfológicas identificó el áncora como bizantina. Además, Guerrero Misa apoyó esta hipótesis relacionándola con una intervención militar bizantina en la ciudad contra los visigodos. Por lo tanto, el ancla pudo perderse en el antiguo puerto de Hispalis durante la segunda mitad del VI d. C. Además, el profesor Salvador Ordóñez Agulla, debido a sus dimensiones de más de 2 metros, apuntilla que pudo pertenecer una galera militar o nave mercante de unos 20 metros de eslora y 60 toneladas de capacidad de carga.
Pero, ¿por qué este hallazgo en la Plaza Nueva si el río discurre entre Triana y el Arenal? Porque el Guadalquivir siempre tuvo un cauce oriental que entraba por la calle Calatrava y atravesaba el casco histórico hasta unirse al occidental a la altura de la calle Adriano. Por tanto, y atendiendo a los hallazgos arqueológicos de la plaza de la Encarnación, patio de Banderas, calle Mármoles, etcétera, el puerto romano estuvo muy cercano al entorno de la Catedral. Este cauce e instalaciones portuarias dejaron de ser practicables en el siglo XI, cuando perdieron calado y los musulmanes rellenaron el espacio de la Plaza Nueva para construir un cementerio.
Además de los hallazgos descritos en este artículo, hay otros íntimamente relacionados con el Guadalquivir, como fue el de un barco de casi 10 metros de eslora encontrado en noviembre de 1970 tras una riada en La Puebla del Río. Desgraciadamente, los restos fueron usados como leña por unos individuos al pensar que se trataba de simples maderos. Más recientemente, en la zona del Cristina durante la excavación de la actual línea 1 del Metro se encontraron once ruedas de molino, que bien pudieran tener relación con el histórico muelle de las Muelas (siglos XV, XVI y XVII), que debe su nombre a dichos elementos pétreos que servían para enlosar la fangosa margen del río y facilitar las operaciones portuarias. También en 2002, mientras se construía el parking subterráneo del Paseo de Colón, se halló un ancla.
En resumen, el subsuelo sevillano y el río Guadalquivir aún guardan muchos secretos que pueden seguir aportando datos y, en algunos casos, desechar teorías y obligar a reescribir la historia local.
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