"El haiku es muy parecido a la seguidilla, algo breve e impactante"
Fernando Rodríguez-Izquierdo. Profesor jubilado de la Hispalense
Considerado como uno de los mejores traductores del japonés al español y experto en haikus, es miembro de la Orden del Sol Naciente, que se otorga en nombre del emperador nipón
-En una ciudad de las vanidades como es Sevilla pocos pueden presumir de pertenecer a la Orden del Sol Naciente, que se otorga en nombre del emperador del Japón.
-La medalla me la entregó el embajador japonés en España durante una ceremonia muy íntima que se celebró en la Taberna del Alabardero. En Sevilla la tiene también el jesuita Fernando García Gutiérrez, un gran conocedor del arte japonés.
-Está considerado como uno de los mejores traductores del japonés al español. ¿Cómo consiguió este título?
-Yo había hecho los primeros votos como jesuita, aunque nunca llegué a ordenarme como sacerdote. Primero estuve cinco años en El Puerto de Santa María, haciendo el noviciado y Humanidades, y después tres años en Alcalá de Henares, cursando Filosofía. Cuando terminé me fui seis meses a EEUU, al norte de Nueva York, para aprender bien inglés, que era la lengua que entonces usábamos los jesuitas en Japón para hablar entre nosotros. En Japón estuve tres años y medio estudiando lo que en la carrera jesuita se llama Magisterio. Durante estos años aprendí la lengua y me destinaron al seminario diocesano de Tokio para dar clases de apoyo en materias como español, inglés o filosofía. Me acuerdo de un seminarista japonés que vino a mí desesperado porque no entendía nada de las reglas del silogismo. Yo me las sabía bien en latín y las traduje a mi manera al japonés. El alumno las entendió sin mayor problema. Sentí una gran satisfacción, porque hay un tópico que dice que los nipones no entienden el silogismo.
-Usted ha traducido tanto prosa como poesía japonesa. Sin embargo, su gran aportación han sido sus trabajos sobre el haiku, esos poemas breves que tienen actualmente tantos incondicionales y a los que dedicó su tesis doctoral. De este trabajo salió el libro El haiku japonés: historia y traducción (Hiperión), auténtico manual de iniciación a este género poético.
-Cuando yo realicé este trabajo no se había escrito nada en España sobre la materia. El haiku es muy parecido a la fuga de la seguidilla: algo breve e impactante. Consiste en decir mucho en pocas palabras.
-¿A qué época se remonta?
-Comienza en la edad media japonesa, pero se consolida en el XVII , un siglo que, al igual que en España, fue de oro para las letras japonesas.
-Alguien ha descrito los haikus como la descripción exacta de un momento.
-Sí, consiste exactamente en eso: captar un momento y fijarlo en palabras.
-Son poemas en los que la naturaleza está muy presente.
-Sí, pero sin excluir de ella al hombre. El haiku no olvida que nosotros somos también naturaleza.
-¿Tiene algún haiku favorito que me pueda citar de memoria?
-El más famoso del género: Un viejo estanque./ Se zambulle una rana:/ ruido de agua. Se puede considerar la obra cumbre del mejor autor de haikus, Basshoo, del siglo XVII. Sobre él acabo de terminar una antología que saldrá publicada en Satori, una editorial especializada en cultura japonesa. Están haciendo una labor muy buena. También estoy preparando otra antología sobre Soseki, un autor de la Era Meiji.
-Lo cierto es que hay toda una moda de escribir haikus en español.
-El primero fue un mexicano, José Juan Tablada, a principios del siglo XX. También están Benedetti Borges, Octavio Paz... El haiku está en un buen momento en el sentido de que se está internacionalizando.
-Los misioneros jesuitas fueron los primeros en tender puentes entre Japón y España. Como ejemplo están los hispanismos en el léxico japonés, sobre los que ha escrito.
-Ahí están las palabras tabaco y pan, que son exactamente igual en las dos lenguas. Este intercambio comienza desde la llegada de San Francisco Javier y los jesuitas españoles y portugueses en el siglo XVI. También está el vínculo muy interesante y muy conocido de la Embajada Keicho a España en 1614, la de Coria del Río. La de los misioneros no sólo fue una influencia lingüística, sino también artística, con la introducción de la pintura al óleo, los retablos... Tampoco hay que olvidar los falsos amigos, esas palabras que suenan igual pero que significan diferentes cosas. En japonés, casa significa paraguas.
-El aprendizaje de la lengua japonesa debe ser complicado.
-El japonés tiene una fonética muy parecida a la nuestra. Tenemos prácticamente las mismas vocales; sólo la u es un poco distinta, lo que facilita mucho su aprendizaje a los españoles.
-Me han dicho que la tempura, esa verdura o pescado rebozado que ponen en los restaurantes japoneses, es también una aportación de los misioneros a la gastronomía nipona.
-Esa palabra es de origen latina. Las témporas son los ciclos litúrgicos cristianos correspondientes al final e inicio de las cuatro estaciones del año, consagrados especialmente a la plegaria y a la penitencia. Como es fácil de adivinar, témporas viene de tempus (tiempo) y de su plural tempora (los tiempos). La comida típica en esas témporas (en las que no se podía consumir carne) era el pescado frito, que en japonés acabó llamándose tempura. Con el tiempo, la denominación se extendió al frito rebozado en general.
-Hablando de gastronomía, ¿cuál de los restaurantes japoneses de Sevilla le gusta más?
-Me gustaba mucho el del Alfonso XIII, que se lo llevaron a Santa María la Blanca. También voy al de la calle Salado.
-¿Y es buena la comida japonesa que ponen en Sevilla?
-Sí. Lo único que las camareras no son japonesas, sino chinas.
-Volvamos a la literatura. En sus traducciones de prosa ha tocado diversos autores y épocas.
-La primera novela que traduje por encargo de Alfaguara fue Amores de un vividor, obra de un autor del siglo XVII llamado Saikaku. Es un libro muy apreciado por los japoneses, con escenas de alto contenido erótico, aunque refinadas... Nada que ver con Cincuenta sombras de Grey. Me resultó un lenguaje endiablado, pero aprendí mucho.
-¿Y tiene parecidos con la picaresca española?
-Muchos. Hay muchas cosas de Saikaku que me recuerdan a Quevedo. Ambos fueron poetas y novelistas y frecuentaron muy poco el teatro. En el prólogo que le hice a la edición de Alfaguara afirmo que Saikaku era el Quevedo japonés.
-Me imagino que la terrible derrota en la II Guerra Mundial habrá dejado sus huellas literarias.
-Precisamente una de las novelas que he traducido es El arpa de Birmania, de Michio Takeyama. Cuenta la historia de una compañía de soldados japoneses que queda aislada en las montañas de Birmania. Entre ellos hay un cabo que se hace monje budista y, cuando todos vuelven a Japón, él se queda enterrando o incinerando los cadáveres de los soldados nipones que están desperdigados por los campos. Es una novela muy espiritual. También he traducido Salto mortal, de Kenzaburo Oé, que narra el salto al vacío que tuvo que dar el Japón al rendirse y aceptar que el emperador no era un dios.
-¿Qué otros autores le han llamado la atención?
-Me gusta mucho Kobo Abe, un autor muy psicológico e interiorista. En El rostro ajeno cuenta la historia de un científico desfigurado por un experimento que se hace una máscara para poder aparecer en público. Es una novela sobre hasta qué punto nos reflejamos en el rostro que tenemos.
-La presencia de la máscara es muy frecuente en la cultura japonesa, como se observa en su teatro tradicional. También me estoy acordando de que Yukio Mishima tiene una novela autobiográfica que se llama Confesiones de una máscara.
-Conozco la obra de Mishima, pero no lo he traducido. Era muy amigo de Kawabata, el primer japonés en ganar el Nobel de Literatura en 1968...
-Actualmente hay un autor japonés, Haruki Murakami, que se puede considerar todo un fenómeno editorial en España.
-De él traduje La caza del carnero salvaje (Anagrama). Yo le había puesto un título más intrigante, Tras el rastro salvaje, porque no quería que incluyese palabras como carnero, cuernos y cosas parecidas. Pero pusieron la traducción en manos de un corrector de estilo y le puso ese título que parece de un manual de cinegética... Aquello fue un desastre, me destrozaron la novela.
-No es un autor que parezca muy japonés, de hecho le llaman el Salinger japonés...
-Tiene razón, pero me gusta mucho. Ahora me estoy leyendo, tanto en japonés como en español, su novela Baila, baila, baila, y es apasionante.
-Es una de las voces que narran ese nuevo Japón que se desprende poco a poco de sus tradiciones. ¿Es eso bueno o malo?
-Hace tiempo que no voy a Japón. La última vez fue cuando, en 1996, me dieron el Premio Noma de Traducción de Literatura Japonesa, que patrocina la editorial Kodansha y cuyo jurado ese año estuvo presidido por Camilo José Cela. Estuve sólo diez días y lo que más observé fueron cambios urbanísticos en Tokio. Es verdad que la juventud japonesa es muy distinta a la de los sesenta. Antes iban todos, incluso a la universidad, vestidos con un uniforme que recordaba al de un guardiamarina, lo que podía ser monótono, pero también era bonito. Ahora están más occidentalizados, se están perdiendo las raíces confucianas y sintoístas, y los japoneses son los primeros que lo lamentan y lo sienten.
-Después de muchos años de espera y alguna iniciativa frustrada, la Universidad de Sevilla cuenta al fin con un grado de Estudios de Asia Oriental. ¿Le han invitado alguna vez?
-Cuando se puso en marcha me llamó la vicerrectora Lourdes Munduate para darme la enhorabuena. Pero yo, que me acababa de jubilar, le dije que ya lo que me tocaba era ver los toros desde la barrera. No me han invitado todavía. He tenido conferencias y mesas redondas por toda España, pero no aquí en la Universidad de Sevilla.
-Antes mencionó los parecidos entre los haikus y las seguidillas. ¿A qué cree que se debe la afición de los japoneses al flamenco?
-La revista japonesa Paseo Flamenco tiene más suscriptores que Sevilla Flamenca. El flamenco puede recordar al teatro tradicional japonés, el noh, donde cada paso que se da sobre el escenario es como un poema. Quizás por eso les cautiva nuestro taconeo. También lo jondo y lo japonés comparten un cierto gusto por la austeridad.
-Tras 36 años enseñando Lengua española en la Hispalense se matriculó como estudiante en Filología Clásica. Imagino la cara de pavor que tuvo que poner más de un profesor cuando le vio sentado en la banca. Rocío Carande le calificó en una entrevista de Paco Correal como el mejor alumno que había tenido nunca.
-[Ríe] Es bonito volver a las raíces. Yo conocía bien el latín de mi época con los jesuitas y me dejaron entrar en cuarto de carrera. He disfrutado horrores, pero también he tenido mis agobios, incluso algún disgusto en Griego, pero al final saqué notable.
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