Un grandísimo maestro
OBITUARIO
José María Prieto Soler (1934-2021), primer director de Altair, nos ha dejado en la tarde del pasado viernes a los 87 años de edad. Se ha ido discretamente, sin hacer ruido, como solía.
José María Prieto fue quien, al frente de unos cuántos valientes, dirigió el nacimiento del colegio Altair allá por 1967, en los alejados y aislados terrenos de un viejo olivar de la carretera de Su Eminencia, una zona desfavorecida de Sevilla, con el propósito de que muchas familias sin recursos pudieran recibir una educación de calidad.
A partir de 1971 se integró definitivamente en la Universidad de Sevilla y durante años fue director del Instituto de Ciencias de la Educación; luego, formó parte desde su creación de la Facultad de Filosofía, en la que permaneció hasta su jubilación.
Con la noticia de su fallecimiento, las redes sociales de Altair se han inundado de mensajes de afecto y condolencia de tantas y tantas personas que lo trataron. "Su cariño con los alumnos sólo era superado por su pasión con la enseñanza. Fue responsable de que hoy, muchos de aquellos que iniciamos nuestros estudios, seamos hombres de bien", escribía uno. Otro afirmaba: "A muchos nos enseñó a hacer bien las cosas siempre con una sonrisa". Un tercero decía: "Fue estandarte en Altair, magnífico profesor, mejor persona, un cristiano de santidad y un gran amigo. Cuánto me enseñó y no sólo de filosofía, sino de vida. De cómo dar cada paso, cómo luchar ante las adversidades y siempre con una sonrisa…"
Nos deja una persona entrañable, grandísimo maestro que allá por donde pasaba dejaba la huella de su buen hacer profesional, de su trato afectuoso con todos. José María Prieto era un cristiano de una pieza, y a través de su trabajo, sus aficiones y el cuidado de su familia--su amada esposa Pilar, sus seis hijos, sus nietos…-, procuraba dar gloria a Dios.
El domingo anterior a su fallecimiento fui a verle al hospital, con las medidas de prudencia previstas. Allí mismo me pidió que le cogiera de las manos, y ambos nos emocionamos con lágrimas en los ojos. Después he visto que fue un gesto, como si fuera su despedida y que me quería transmitir parte de su bagaje y experiencia, del primer director de Altair al actual. Un comentario que me hizo sobre una llamada que había hecho ese día a otra persona, me conmovió por su nobleza y generosidad, ya que aún estando en el hospital gravemente enfermo, seguía pensando en los demás y en ayudarles en su camino en la tierra.
José María quedará para siempre en la memoria del colegio Altair, un colegio al que definió como "una pasión, una pasión contagiosa por ayudarse unos a otros a ser mejores".
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