A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar
Calle Rioja
Destino. Se cumplen diez años del día en el que Paco Ibáñez celebró su 80 cumpleaños en Sevilla, moría la duquesa de Alba y entraba en prisión Isabel Pantoja. Zoido precinta La Carbonería.
Aesta historia le viene como anillo al dedo el título de aquella película de Martin Scorsese, ¡Jo, qué noche!, que vimos hace casi cuatro décadas en el cine Bécquer. Todo ocurrió hace justamente diez años y fueron tantas cosas que casi nadie reparó en que se cumplían 39 años de la muerte de Francisco Franco Bahamonde, un puro decorado en este episodio que parece una réplica sureña de Luces de bohemia.
No hay bien que por mal no venga. El cantautor Paco Ibáñez, que nació el 20-N del año de la revolución de Asturias y hoy cumple 90 años, estaba en Sevilla para apagar las ochenta velas de su tarta. Lo haría primero con un recital de canciones en el teatro de la Maestranza. En el periódico me encargaron una entrevista con el cantautor, pero el día que había citado a los medios yo estaba en el hotel Bécquer (el poeta me persigue por todos sitios) manteniendo un coloquio con Anne Perry, la periodista inglesa que fue a la India a entrevistar a Vicente Ferrer y terminó casándose con él.
Yo intuía que si había un sitio por el que se pasaría Paco Ibáñez era por La Carbonería de su amigo Paco Lira. Todavía se entraba por la calle Levíes, antes del contencioso con el duque de Segorbe. Pisco Lira me dijo que le estaban preparando una fiesta-sorpresa de cumpleaños.
Hasta allí dirigí mis pasos en una noche fría y desabrida. Iban llegando los invitados. En esa zona próxima a la judería de San Bartolomé, a dos pasos de la casa-palacio donde nació Miguel Mañara y fue en la posguerra un colegio en el que estudió Alfonso Guerra; muy próxima a la calle Dos Hermanas en la que Paco Robles sitúa su libro El niño del callejón.
No dejaba de entrar gente, se sucedían los relatos como en el Decamerón de Bocaccio. Yo seguía esperando y por allí pasaba desde un vendedor de castañas hasta Guillermo, que sigue colocando su puesto de incienso. Yo llevaba un libro titulado Salamanca, 1936. Las memorias de Francisco Serrat Bonastre, primer ministro de Asuntos Exteriores de Franco. Esperaba a Paco Ibáñez leyendo a Serrat. Fue testigo del incidente entre Millán-Astray y Unamuno el 12 de octubre de 1936 en la Universidad salmantina.
No dejaban de aparecer músicos que entraban hablando en diferentes idiomas. Finalmente apareció un taxi con Paco Ibáñez. Se hizo el silencio, se apagaron todas las luces y se oyó un sonoro “Cumpleaños Feliz”. Todos los invitados se habían protegido los ojos y la nariz con una máscara veneciana. Yo no estaba invitado, pero conté con la gentileza de Rafael de Cózar y Natalia, su compañera, para sentarme con ellos y un matrimonio de artistas franceses que venían de hacer el camino de Santiago. Una noche inolvidable. La última vez que vi con vida a Rafael de Cózar, que tantos libros había presentado o apadrinado en La Carbonería, que veinte días después murió intentando extinguir el fuego que devoraba la biblioteca de su casa de Bormujos. El capitán Alatriste perdía a uno de sus soldados predilectos.
La fiesta continuó. Vi en una de las mesas a Alfonso de Miguel, guardián de las esencias de la copla, compañero de clase de Rafael Gordillo en el instituto del Polígono San Pablo en el que fue profesor Juan Eslava Galán (el otro socio junto a Cózar de Pérez-Reverte) y buen amigo de Paco Ibáñez, que más de una vez lo ha hecho subir al escenario. De pronto, sonaron unos golpes en la puerta. Dos policías municipales venían con una orden de precinto del local. Estábamos en noviembre de 2014, el alcalde era Juan Ignacio Zoido. Salió Pisco Lira a hablar con los agentes. Su padre, Paco Lira, ya estaba muy enfermo y fallecería dos meses después. Dijo a los policías que iba a buscar a su abogado. Era uno de los invitados, el juez Baltasar Garzón, que en sus inicios profesionales había hecho muy buenas migas con el también juez Zoido. El móvil del periodista Manuel Gómez Cardeña dejó constancia de esa tensa visita.
El día que Paco Ibáñez cumplió ochenta años, moría la duquesa de Alba a la edad de 88. La mujer que nació en el palacio de Liria y murió en el de Dueñas, la casa natal de Antonio Machado al que tantas veces ha cantado Paco Ibáñez. La duquesa que vivió la infancia en Inglaterra cuando su padre era embajador en Londres y se casó tres veces, como Fernán Caballero. Y ese mismo día, 20 de noviembre de 2014, entró en prisión Isabel Pantoja como uno de los flecos de la Operación Malaya. La tonadillera tiene 19 años cuando muere Franco. Resurgió como el Ave Fénix. Dos mujeres, la duquesa y la folclórica, unidas por el 20-N de hace diez años, y por la fuerza del destino de la ópera: la cantante enviudó de Paquirri, el torero que era el padre del diestro Francisco Rivera Ordóñez, que se casó con María Eugenia Martínez de Irujo, única hija entre varones de la duquesa de Alba. “¿Tan trianera es la madre?”, me preguntaba Jesús Aguirre, duque consorte de Alba, sobre Carmina Ordóñez cuando la novia salía de Dueñas entre una nube de reporteros para casarse en la Catedral de Sevilla. Porque inicialmente el enlace nupcial se iba a celebrar en la iglesia de Santa Ana, la catedral de Triana. Hubo cambio de planes y le chafaron el estupendo reportaje que Félix Bayón llegó a publicar en El País Dominical.
La duquesa de Alba fue nombrada Hija Adoptiva de Andalucía en las Atarazanas en la misma solemne sesión en la que Carlos Edmundo de Ory fue distinguido como Hijo Predilecto. Un gaditano en Francia, como la alcaldesa de París, que apareció fotografiado con Cayetana como pareja asimétrica. Cózar fue el gran amigo de Ory, el estudioso de su obra, el huésped de su casa francesa, el asistente cuando el padre del Postismo apareció disfrazado de Mefistófeles para pronunciar el pregón de los Carnavales de Cádiz de 1983, el febrero en el que el ministro Boyer anunció la expropiación de Rumasa.
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