Las fiestas de Carnaval en la Sevilla de la Exposición Iberoamericana
Tribuna
El Carnaval de 1930 se utilizó como reclamo para anticipar unas semanas el incremento de visitas por las fiestas primaverales y superó con mucho las ediciones de las Delicias Viejas
En marzo de 1930, en pleno desarrollo de la Exposición Iberoamericana que tuvo lugar entre el 9 de mayo de 1929 y el 21 de junio de 1930, se celebraron en Sevilla las tradicionales Fiestas de Carnaval. En esta ocasión, los cuatro días de festejos –el domingo 2, el lunes 3, el martes 4 y el domingo 9 (el "domingo de piñata")– se vincularon al certamen pues, además de celebrarse en el Sector Sur del recinto de la Exposición, su organización corrió a cargo del Comité de la Exposición, que a tal fin contó con la colaboración del Ayuntamiento y las entidades sociales de la ciudad. Se pretendía dar más esplendor y suntuosidad al Carnaval y utilizarlo como reclamo turístico, anticipando unas semanas el incremento de visitantes que se preveía para las fiestas primaverales.
Pedro Caravaca, promotor de la celebración del Carnaval en el recinto
Las fiestas del Carnaval fueron el primer gran evento de la nueva Comisaria Regia-Presidencia, que desde comienzos de febrero estaba a cargo de Carlos Cañal y Migolla (1876-1938), tras la dimisión del director José Cruz Conde (1878-1939). En realidad, y aunque las declaraciones que el comisario regio hizo a la prensa en los días previos al Carnaval incidiendo en su deseo de impulsar los preparativos (el concurso de coches y carrozas, los bailes en el Gran Casino y la cabalgata artística) podrían llevar a pensar que la idea de darle prestancia y vincularlo a la Exposición era una iniciativa de éste, por cuestión de plazos Cañal no había hecho más que proseguir con lo dispuesto durante la dirección de José Cruz Conde, en la que ya habían quedado patente las posibles ventajas de aprovechar el atractivo popular de los eventos parateatrales para promover la concurrencia al recinto. Cañal solo prosiguió con el trabajo que se venía realizando; al fin y al cabo, los objetivos encajaban perfectamente en sus planteamientos de la necesidad de popularizar la Exposición e incrementar los beneficios de la venta de entradas al recinto como una de las vías –junto a la reducción de gastos– para solventar la difícil situación económica de la Exposición.
El gran propulsor de los festejos fue Pedro Caravaca y Rogé, quien lo expuso en la sesión de la Comisión Permanente de la Exposición el viernes 3 de enero de 1930, que precisamente, y de forma accidental por ausencia de José Cruz Conde, él mismo presidió. En dicha sesión, celebrada en el Hotel Alfonso XIII, se acordó tramitar con el Ayuntamiento y las restantes entidades locales implicadas en el Carnaval que este se celebrara dentro del recinto de la muestra.
Tomada la decisión, los gestores de la Exposición se pusieron en marcha y en sólo una semana, el 10 de enero, ante la Comisión Permanente que de nuevo se reunió en el Alfonso XIII, Caravaca presentaba el esbozo del programa de fiestas. Indicó que se impulsaría la cabalgata, que aquel año narraría la Historia del Carnaval y desfilaría por las principales avenidas del recinto, y para estimular la participación ciudadana, se concederían premios a máscaras, carrozas y disfraces de los concurrentes y en el Casino de la Exposición se celebraría un gran baile.
A fin de promover la participación y dar brillantez a los festejos, durante el mes de febrero el Comité de la Exposición había ido generando expectación entre los sevillanos. En la prensa local incluyó esquelas informativas, sobre el programa de eventos, los preparativos, los concursos y las tarifas de entrada al recinto, y anunció la iluminación extraordinaria y los festejos que los concesionarios de los distintos establecimientos de recreo y restauración organizaban para aquellas fechas. En sus declaraciones diarias a la prensa Cañal fue hablando sobre los Carnavales, e incluso El Noticiero Sevillano, días antes de su inicio, publicó una crónica de la visita de periodista a los talleres en los que se preparaban las carrozas de la Gran Cabalgata Carnavalesca.
Popularizando el Carnaval e incrementando las arcas
Durante los cuatro días de Carnaval, se aplicó la tarifa popular al billete de entrada al recinto, es decir, 50 céntimos para los peatones, y dos pesetas para los carruajes. Para los vehículos se determinó un pase especial de acceso libre, a ocho pesetas. A lo largo del recorrido de la cabalgata se colocaron sillas, al precio de una peseta, 50 y 25 céntimos, según la fila.
La fórmula establecida resultó un verdadero éxito, en especial los dos días principales. Así, según los datos que proporcionó el comisario regio a los periodistas, el domingo 2 entraron al recinto entre 50 y 70 mil personas y se recaudaron (no sólo por la venta de entradas) unas 29.000 pesetas. El martes 4 según la prensa, unas 60.000 personas presenciaron el desfile de la Gran Cabalgata Carnavalesca. El domingo de piñata, a pesar de la caída de un inoportuno chaparrón al comienzo de los festejos, hubo unos 40.000 visitantes y se recaudaron 32.000 pesetas.
Domingo 2 de marzo: el paseo de coches, carrozas y automóviles y los bailes de máscaras
Era el día de la Quincuagésima, es decir, el domingo anterior al Miércoles de Ceniza, que marca el inicio de la Cuaresma, correspondiendo a cincuenta días antes de la Pascua de Resurrección.
Los festejos del Carnaval dieron comienzo aquella tarde, con el paseo de coches, carrozas y automóviles; por la noche, se celebraron bailes de máscaras en distintos puntos del recinto.
A fin de dar prestancia al paseo de coches, carrozas y automóviles, y previendo una mayor concurrencia aquel año que en los previos, el recorrido, que en esta ocasión se realizó dentro del recinto, fue más extenso que en otras ediciones. La singularidad del marco escogido, la afluencia de más turistas y los incentivos que el Comité había introducido llevaban a pensar que aquel año el paseo estaría más concurrido. No en vano, para intentar promover la participación en el cortejo y la asistencia de público, se había convocado un concurso de coches, carrozas y automóviles adornados, dotado con tres premios en metálico, de 1.500, 1.000 y 500 pesetas, respectivamente y se determinó que los coches que lo estuvieran "convenientemente" quedarían exentos del pago de la entrada al recinto.
El recorrido del paseo empezaba en la avenida de Venezuela (actual Reina Mercedes); seguía por un trozo de la avenida Reina Victoria (actual de la Palmera), y desembocaba en el Sector Sur de la Exposición, envolviéndolo completamente hasta salir otra vez por el acceso de la avenida Reina Victoria.
Para el desarrollo del paseo, el Comité de la Exposición cuidó especialmente tres cuestiones. La primera, que los carruajes que accedieran al recinto para participar en el paseo estuvieran bien controlados, por lo que estos debían entrar atravesando las avenidas del Parque de María Luisa y de los Jardines de las Delicias, desde donde se incorporarían al recorrido por el Sector Sur. Después habrían de regresar por la avenida Reina Victoria (actual de la Palmera).
La segunda cuestión fue el mantenimiento de los jardines, de modo que el Comité prohibió expresamente arrojar serpentinas y confetis a los jardines.
La tercera fue la compostura de las máscaras. Sobre ello, la Alcaldía había emitido unas instrucciones que el Comité se había comprometido a hacer cumplir de forma rigurosa, incluso impidiendo la entrada en el recinto de aquéllas que no la guardaran, y no admitiendo los disfraces incorrectos. Por ello se estableció un jurado de admisión y se determinó que aquellos que estuvieran "convenientemente adornados" quedarían exentos del pago de la entrada al recinto.
Según la Prensa, en general, que concurrió una gran cantidad de público, y el paseo estuvo muy animado, con muchísimos coches de caballo y algunos automóviles, algunos con pierrots vestidos de colores; pero, en especial, llamaron la atención la Cuadriga romana, Mamá cómprame un negro, El castillo de Guzmán el Malo y Un auto al revés, que era un automóvil con la carrocería al revés, que "causó gracioso efecto".
Sin embargo, la Prensa fue algo crítica con el desarrollo del cortejo. Algún cronista dijo que las carrozas no habían llegado a ser artísticas, ni siquiera originales a pesar del incentivo de los premios en metálico. La longitud del recorrido hizo que al no haber tanta participación como se esperaba, los coches quedaran demasiado separados, haciendo casi imposible entablar las populares batallas de confetis y serpentinas.
En la avenida de la Infanta Luisa hubo un pequeño incidente al colisionar un automóvil y un coche de caballos, sin más consecuencia que la aparatosa caída del cochero, el encabritamiento del caballo, y la natural alarma en los ocupantes de ambos vehículos.
Por la noche, se celebraron bailes de máscaras en diferentes salones del recinto: en el Casino de la Exposición, el Hotel Alfonso XIII, el Centro Mercantil, los dos Casinos Militares, el Teatro Llorens, Cinema Porvenir, La Alicantina, el Frontón Betis, Barrera, el Kursaal, Variedades, etcétera.
Los más destacados fueron el del Hotel Alfonso XIII, que ocupó el patio y los salones laterales y en el que hubo un animado y prolongado baile, y sobre todo el del Casino de la Exposición, al que asistió lo más selecto de la sociedad sevillana, abonando los caballeros una entrada de 10 pesetas. Las crónicas cuentan que los hombres iban de esmoquin (la indumentaria exigida); que entre las elegantes damas, había muchas extranjeras; que en la gran pista central los asistentes bailaron incansablemente, a los sones de dos orquestas que no cesaron de tocar; que se sirvió un abundante bufet, y que a las damas se le regalaban lindos mantoncillos de papel, gorros de colores, globos y demás objetos propios de "esta clase de fiestas selectas".
Entre los cotillones destacó el que aquella noche, a partir de las once, se celebró en el Restaurante Andalucía, "con serpentinas gratis", a 5 pesegas la entrada de los caballeros y 2 pesetas la de las señoras.
Tras los festejos del Domingo de Quincuagésima, el lunes 3 de marzo, el martes 4 y el domingo 9 (domingo de piñata) de 1930 prosiguieron las fiestas del Carnaval de Sevilla, que se desarrollaba en el recinto de la Exposición. El concurso de máscaras del lunes 3 contribuyó aún más a incentivar la expectación ante el evento más esperado, la Gran Cabalgata Carnavalesca, que por su éxito fue repetida en la tarde del Ddomingo de piñata.
Lunes 3 de marzo: el concurso de máscaras
Aquel día, segundo de las fiestas de Carnaval, el recinto de la Exposición estuvo muy concurrido, aunque algo menos que el día anterior, por ser laborable y porque muchos se reservaban para el desfile de la gran Cabalgata programada para el día siguiente.
No obstante, según la prensa, a las cinco de la tarde, el paseo de coches, por las avenidas que rodeaban la Plaza de los Conquistadores, se encontraba abarrotado de público. Había incluso más máscaras y de mayor calidad que el día anterior, ya que se celebraba un concurso de máscaras a pie y a caballo. En esta ocasión, se otorgaron un premio de 500 pesetas y dos de 250 pesetas; uno de ellos fue para la máscara del disfraz más ingenioso.
Entre los disfraces, la Prensa destacó una pareja de indios americanos, un contrabandista un picador de toros herido, acompañado de su monosabio, del que la prensa alabó "su gran acierto"; al parecer, se debía el artista valenciano Ernesto Cucarella. Entre las mujeres, llamaron la atención unas señoritas disfrazadas de Fantomas, de Charlestón, y de los personajes teatrales de Doña Francisquita y Rosaura. Entre los infantiles, destacaron la inevitable Pompadour, un pequeño teniente de la Guardia Civil, del que la prensa puntualizó que tenía "la debida seriedad"; también un rifeño de las montañas marroquíes, y varios con trajes regionales españoles.
En la explanada del parque de atracciones y en la de las galerías comerciales, las bandas militares de los Regimientos de Soria y Granada amenizaron la fiesta, y en la Plaza de América la municipal. Según la Prensa, aquella tarde no se registró ningún incidente en el paseo.
Martes 4 de marzo: la Gran Cabalgata Carnavalesca
El martes 4 de marzo era el tercer día de Carnaval. Por la tarde tuvo lugar uno de los espectáculos más singulares del certamen: la Gran Cabalgata Carnavalesca, que discurrió por el Sector Sur del recinto exposicional durante tres horas, entre las cinco y las ocho de la tarde.
La cabalgata se había convertido en lo más esperado de las fiestas; la expectación se vio acrecentada en los días previos porque en los escaparates de los principales comercios de la ciudad habían estado expuestos los vistosos trajes que se lucirían en la cabalgata y en la mascarada, así como las caretas de escayola que se habían hecho, a medida, mediante vaciados de cera a partir de modelos de barro.
El interés era tal que desde mediodía en las taquillas de la Exposición había largas colas para adquirir los billetes de entrada al recinto. La Empresa de Tranvías hizo todo lo posible para trasladar a la muchedumbre que se dirigía a presenciar el desfile. A las tres de la tarde, las avenidas del Sector Sur estaban repletas de público.
De su organización se ocuparon los vocales de la Comisión de Festejos de la Exposición, el conde de Camporrey, Molano, Delgado Brackenbury, Piñar y Pickman, quienes incorporaron como primeras figuras de las comparsas, a señoritas y jóvenes de la sociedad sevillana que colaboraron desinteresadamente en el evento.
Las carrozas, las caretas de los figurantes de las comparsas y los accesorios del desfile carnavelesco se habían estado preparando en los talleres que para preparar el cortejo el Comité había asignado en el Pabellón de Maquinaria al afamado pintor, escenógrafo y decorador valenciano Tadeo Villalba Monasterio, que tenía taller en Valencia y Madrid. Allí trabajaba bajo su dirección un equipo de más de artistas, entre los cuales se encontraría su joven hijo, Tadeo Villalba Ruiz (1909-1969), conocido con el tiempo como Teddy Villalba, quien despuntaría que pocos años después como escenógrafo y productor de cine. Además, los pintores escenógrafos Sanchíz y Paula; los decoradores Salvador Pérez Garrigó, Martínez y Amagós; los escultores Villasalero, Pina y Orts; los carpinteros Vendrell; los zapateros Aznar; los peluqueros Ruiz; las modistas María Ruiz Pérez y Amparo Ballesteros, y los tapiceros Hierro. Conocemos los nombres de estos artistas a través de la referida crónica un periodista del El Noticiero Sevillano que, durante los preparativos, el 25 de febrero, a pocos días de la cabalgata, dio cuenta del estado en que se encontraban las distintas carrozas y las máscaras.
El cortejo se abrió con el primer grupo titulado El Carnaval primitivo; lo encabezaba la guardia municipal montada con traje de gala, seguida de cinco diablos rojos, montados a caballo, con sus trofeos y las víboras liadas a la cintura; detrás, los gnomos rodeando la bola del mundo, y a continuación unos encadenados castigados por otros demonios furibundos.
La banda del Regimiento de Soria precedía a la primera carroza, La caldera de Pedro Botero, calentada por llamas, símbolo del infierno, entre las que destacaban los terribles rostros de los Siete Pecados Capitales.
En el segundo grupo, titulado Las Brujas. Mientras estas, de noche, sobrevolaban sobre las terrazas, azoteas y minaretes de la ciudad, la Diosa Belleza, representada por una dama de gran hermosura modestamente vestida, era llevada a caballo prisionera por cuatro brujas, a las que seguían otras brujas montadas sobre escobas, que hacían ensordecedores ruidos sartenes, latas y otros útiles.
La siguiente carroza, según la prensa muy escenográfica y artística, y con espectaculares caretas, representaba una ciudad de noche, en la que diferentes monstruos asomaban sus enormes cabezas por las ventanas y lanzaban ensordecedores gritos, mientras sobre la terraza, varias brujas festejaban los apresamientos.
El tercer grupo, El sueño de Arlequín, era, al decir de la prensa, uno de los más interesantes y coloristas; estaba formado por grupos de pierrots, con sus trajes blancos y negros, y colombinas de alegres indumentarias, portando bandurrias, laúdes y panderetas, para dar una serenata a su amada colombina, uniéndose las estudiantinas a esta comparsa.
Lo seguía una gran carroza representando el naufragio, aludido por las gigantescas olas de un embravecido mar, de la carabela en la que viajaba Colombina, a la que Pierrot salvaba y llevaba con los suyos a la Luna. La decoración de la carroza se completaba con ricas telas y grupos de mariposas.
El cuarto grupo, titulado Carnaval romántico, representaba a caballeros y damas de la época de Luis XV, que acudían al Jardín del Amor a presenciar el desfile del Carnaval en artísticas literas y sillas de mano en forma de cisnes y otros elementos. Según la prensa este fue el grupo que más gustó al público.
Tras el desfile suntuoso de literas y grupos de criados portando flores para lanzarlas en el desfile del Carnaval, una carroza representaba la terraza de un jardín versallesco desde la que damas y caballeros, con vistosos disfraces de distintas épocas, lanzaban flores.
El quinto grupo, titulado Su Majestad el Carnaval, lo formaban máscaras con trajes de damas venecianas, príncipes, marinos, arlequines y bufones, vestidos a la usanza del siglo XX, unos montados sobre cebras y otros conducidos en modernas literas; anunciaba la llegada de su majestad en una carroza rodeada por sus criados, que lucían vistosos trajes y portaban antorchas encendidas. Su majestad iba en un rico sillón dorado sobre una gran esfera dorada; una rica corona ceñía su cabeza y sobre sus hombros llevaba el gran manto real, que cubría toda la parte posterior de la carroza. En su mano derecha, su majestad llevaba el cetro con el que daba órdenes a sus criados.
Según la crónica periodística, maravillado por el sugerente y artístico espectáculo, el público no escatimó en aplausos, en especial cuando al anochecer las carrozas encendieron sus juegos de luces.
Hacia las ocho de la tarde el cortejo finalizó su entrada en el Pabellón de Maquinaria del Sector Sur. Según la Prensa, unas sesenta mil personas presenciaron el desfile.
Domingo 9 de marzo, "domingo de piñata"
El domingo 9 de marzo era "domingo de piñata". Aquella tarde se entregaron los premios de las carrozas y las máscaras, y, por su éxito del día anterior, se repitió la Cabalgata carnavalesca.
Las avenidas y los paseos del recinto de la Exposición estuvieron muy concurridos y animados. Como se refirió, según calculó el Comité, a pesar del chaparrón del comienzo de los festejos, unas 40.000 personas visitaron el recinto generándose una recaudación de 32.000 pesetas.
A las tres y media, delante del Pabellón de González Byass e Hijos de Ybarra, y en presencia de Carlos Cañal, el jurado entregó los premios correspondientes a las carrozas y máscaras, antes de que estas pasaran a encabezar la cabalgata. Manuel Barreiro, que presentó la llamada Cuadriga romana, recibió el primer premio de las carrozas; José Fernández, por la Cesta de flores blancas y azules, el segundo; y Manuel Vallecillo, por la titulada Castillo, el tercero. Adolfo Mayor y su hermana recibieron el primer premio de disfraces por el de indios americanos; Fernandito y Carmelita Soriano, el segundo, por su disfraz de contrabandista con grupa, y el artista Ernesto Cucarella, por la presentación de picador herido. Los ganadores fueron felicitados y aplaudidos, marchando a colocarse al principio de la Cabalgata.
A las cuatro de la tarde, la cabalgata salió del Pabellón de Maquinaria. La precedía la Guardia de Seguridad a caballo, seguida por las máscaras y carrozas premiadas. Se repetían las carrozas, el acompañamiento y el itinerario de la cabalgata del martes de Carnaval, aunque se incorporaron todas las bandas de música disponibles y las bandas de cornetas y tambores de Soria, Granada, Intendencia, Ingenieros, Caballería y Artillería, estas últimas montadas a caballos; de ahí que el cortejo ganara en longitud más de 700 metros. Según la crónica periodística, aunque no hubo interrupciones ni incidentes durante las dos vueltas del itinerario que, a buen ritmo, realizó el cortejo, al salir la carroza del rey Momo, su corona se enganchó en un poste de luz eléctrica y la perdió.
Una vez recogida la cabalgata, se reanudó la batalla de serpentinas y papelillos del paseo de coches a los que se unieron unos camiones que simulaban un navío recién botado al agua, y una artística carroza, de los Cafés Catunambú representando una monumental taza, con indias en su interior y paquetes de café alrededor de ella. Las personas que iban en las carrozas arrojaban confeti.
A las siete sonó un estruendo en el parque de atracciones; los que estaban cerca pudieron ver al hombre proyectil por el aire a gran altura. Aquella noche, hubo iluminación extraordinaria en el recinto, que se fue animando cada vez más; mientras, en el Casino de la Exposición, se celebró el anunciado baile de máscaras, con una nutrida concurrencia, al precio de diez pesetas para los caballeros, que conforme a lo establecida vestían esmoquin.
Con esta cabalgata concluyeron lo festejos del Carnaval de Sevilla de 1930. Tres meses después, un nuevo espectáculo paratreatal, también con intervención de Tadeo Villalba, volvería a generar expectación en el público sevillano: la espléndida Retreta Alegórica del 24 de mayo.
- Amparo Graciani y Juan José Cabrero son editores del Diario de la Exposición Iberoamericana.
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