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El falso cura de Pío XII

El padre Ángel llevaba varios años ejerciendo de sacerdote sin tener la habilitación para ello, según confirmó este periódico. Desde hace días nadie sabe dónde está.

Interior de la Parroquia de Santa María de las Flores, donde ejercía como sacerdote Ángel Orellana.
Juan Parejo

09 de mayo 2012 - 05:03

Un engaño que ha tardado siete años en desvelarse. Durante todo este tiempo Ángel Orellana ha estado ejerciendo como sacerdote en la sevillana parroquia de Santa María de las Flores y San Eugenio, pese a no estar reconocido como cura. Así al menos lo confirmaron este miércoles fuentes del Arzobispado de Sevilla consultadas por este periódico, que aseguraron que esta persona "había actuado como sacerdote sin tener la habilitación para ello y sin que nadie se hubiera percatado de nada".

Los rumores sobre esta supuesta suplantación corrían como la pólvora por la feligresía de Pío XII desde hace tiempo. El padre Ángel llevaba varios días desaparecido. Nadie sabía dónde se encontraba. La mayoría de los vecinos apuntaban que había regresado a Ecuador, de donde era originario, y cada vez era más fuerte el rumor de que se trataba de un falso cura "y por ello se había quitado de en medio", relató un feligrés que prefirió no dar su nombre.

Un vecino que mantenía una estrecha relación con el padre Ángel mostró a este periódico su sorpresa ante la noticia, aunque afirmó que conocía que lo estaban investigando desde hace tiempo: "Yo sabía que habían abierto una especie de investigación sobre él pero tenía entendido que iba todo por buen camino y que se estaba resolviendo favorablemente para el padre Ángel". El hijo de este feligrés, que quiso permanecer en el anonimato, recibió la primera comunión de manos del supuesto cura.

Las fuentes del Arzobispado consultadas por este periódico explicaron que Ángel Orellana, de unos 40 años, había llegado a Sevilla desde Ecuador y se había presentado en la parroquia de Santa María de las Flores. Allí explicó que era religioso y empezó de manera voluntaria a colaborar con el párroco en las tareas cotidianas de la iglesia y todos sus quehaceres. De trato afable y cariñoso, el padre Ángel se fue ganando poco a poco el favor y la amistad de los vecinos y fieles que acudían al templo. También fue aumentando la confianza con el párroco, hasta el punto de que le encomendaba trabajos a menudo. Celebraba las misas habitualmente, e impartía los sacramentos de la comunión, la confirmación o el matrimonio. Uno de los feligreses consultados por este periódico no tuvo tapujos en resaltar la calidad humana y religiosa de esta persona: "Era muy buena gente, muy querido por todos nosotros. Siempre estaba en la iglesia para ayudar a quien lo necesitara". Durante todos estos años, nadie había sospechado que el padre Ángel no era quien decía ser. Desde el Arzobispado quisieron dejar muy claro que "no contaba con mandato ni con destino alguno por su parte", y se limitaron a señalar que había llegado como voluntario y como tal se había presentado con unas credenciales, empezando así a colaborar desde ese momento de manera estrecha con la parroquia. En el Arzobispado también se apresuraron a dejar claro que el padre Ángel no estaba en su nómina y nunca había cobrado nada por parte de la Iglesia de Sevilla.

El padre Ángel se había trasladado de iglesia el pasado mes de septiembre. Tras el nombramiento del nuevo vicario parroquial de Santa María de las Flores, Ángel Orellana trasladó su labor a la parroquia de Santa María de la Cabeza, en el barrio de San Diego, aunque este extremo no fue confirmado por las fuentes consultadas, que recalcaron que nunca contó con un destino ni nombramiento oficial, a pesar que desde Santa María de las Flores reconocieron a este periódico el traslado. El propio Orellana anunció a los feligreses de Pío XII su nuevo destino. Lo hizo entre lágrimas tras finalizar la procesión del Corpus del pasado año. Éstos le correspondieron con una gran ovación y se lamentaron por su marcha.

Sacerdote, o no, Ángel Orellana se había ganado durante sus años en la parroquia de Santa María de las Flores el cariño y el respeto de sus vecinos. Todos tienen palabras de respeto y admiración para él y no les importa que sea un cura sin papeles. Los fieles consultados lamentan su marcha, "ya quisieran muchos sacerdotes ser como él", y ensalzan, dejando a un lado su condición de sacerdote, su enorme calidad humana, el trato con todos ellos, o que con él la iglesia se llenaba como nunca antes lo había hecho.

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