Un éxito servido en medio kilómetro
Una barra de récord
Colas de 45 minutos para acceder a la barra que ha batido récords: más de 500 metros
En poco más de cuatro horas se han agotado las 45.000 tapas de los negocios participantes
Que todo éxito requiere de su cola es un principio que los especialistas en márketing conocen bastante bien. Donde no hay gente esperando, poco interés se genera. La bulla es algo que casa muy bien con Sevilla, ciudad en la que no importa pasar los minutos que hagan falta para la Noche en Blanco, para el primer día de Primark o para aquellos pabellones de la Expo que tan lejanos quedan en la memoria. Si a ello le sumamos que no hay que rascarse el bolsillo, del éxito se pasa al triunfo. Sobre todo si se trata de beber y yantar a costa de otros. Algo en lo que muchos tienen un máster. Ésta es la fórmula perfecta cuando se quiere acaparar titulares. Por tal motivo, Sevilla vuelve a salir en los telediarios. Lo hace a orillas del Guadalquivir y sobre una barra de más de medio kilómetro. Barra, por cierto, de cartón. Récord histórico que une el puente de Triana con la Torre del Oro. Alfa y omega de una línea recta trufada de 45.000 tapas que en poco más de cuatro horas se han convertido en pretérito. Todas están en los estómagos de los que han disfrutado de una iniciativa puesta en marcha por Makro y que cuenta con la colaboración del Ayuntamiento hispalense, la patronal de los hosteleros y el Consorcio de Turismo, entre otros.
La jornada comienza poco después de las diez de la mañana, cuando en los bares del entorno aún rugen las cafeteras y del puesto de calentitos del puente de Triana sale el espeso humo de masa y aceite. A esa hora la inmensa barra está cubierta por completo. No hay resquicio alguno. Cada establecimiento que participa –más de 300 negocios de toda la provincia– ha elaborado tres tapas distintas. Se disponen de 50 ejemplares por cada una de ellas. A las 13:30, la hora en la que verdaderamente el apetito invita a realizar una incursión en esta modalidad gastronómica, la imagen es bien distinta. La parquedad en la degustación reina bajo una escuálida sombra que no es óbice para que sevillanos y turistas sigan esperando más de 45 minutos con el fin de recorrerse la barra más larga del mundo.
La organización dispuso seis entradas. Pero el público se aglutina en dos. Las situadas en los extremos. Para la del puente de Triana hay que irse a la plaza de toros. A las 13:26 la cola llega hasta allí. Muchos, al comprobar lo que aún queda por delante, deciden abandonar. “Ah, ¿pero esto es gratis? Ya me extrañaba a mí”, comenta un matrimonio que acaba de incorporarse ante la expectación que le genera la larga fila de personas. Por el Paseo de Colón pasa un coche de caballos con unos recién casados que también miran, con cierta extrañeza, la imagen: cola de gente para comer gratis.
El sol pega fuerte. Los repartidores de publicidad aprovechan los minutos de espera. La mayor utilidad que conocen en estos momentos sus panfletos es la de remover el aire. Y cubrir las cabezas. Poco después de las dos de la tarde se llega a la puerta de acceso. Un vigilante y varios encargados impiden la entrada. Hay aforo limitado. No queda más remedio que esperar a que otros salgan para entrar. El calor es insoportable. No hay un resquicio de sombra. Cuando ya se permite el paso, los responsables entregan un ticket para la cerveza y dos para las tapas. Quien quiera más, habrá de aguardar otros 45 minutos de cola. “¿Todo este tiempo esperando para esto?”, se dicen entre sí un grupo de veinteañeros.
Una vez dentro, el público se mueve en dos sentidos a través de un estrecho pasillo limitado por vallas. Gente que va y viene. Los puntos de más alta concentración se generan delante de los serpentines. La cerveza se convierte en una especie de oro líquido por el que todos claman. “Señores, sin vale no les voy a servir nada”, grita un encargado, al que responde un cliente: “¡Sea usted más amable!”. Las horas bajo el sol han hecho perder los modales. A las 14:30 la mayoría de los bares participantes han agotado las existencias. Sólo queda ensaladilla –servida de múltiples y amaneradas formas–, patatas aliñás, salmorejo (o algo similar) y algún que otro (mini) tartar de atún (o pescado parecido).
Los responsables de cada negocio participante entregan la tarjeta de su establecimiento cuando ven que los visitantes han quedado satisfechos. Algunos piden repetir la tapa. “Pues vaya usted donde estamos todo el año”, responde una empleada con cara de contar los minutos para dar de mano. Los establecimientos de repostería se concentran junto a la Torre del Oro. Fueron los primeros que agotaron los ejemplares elaborados para tal iniciativa. “A las 12:00 ya no teníamos nada”, detalla una trabajadora mientras se quita el sudor de la frente. Hay quienes aprovechan un descuido de los encargados para llevarse más tapas de las permitidas. Así se sienten almorzados.
Acabada la experiencia y conseguido el nuevo récord, queda desmontar la larga barra, ese testigo mudo tan habitual de charlas, discusiones y soledad. Confidente de alegrías y tristezas. De vida. De mucha vida. Aunque sea de cartón. Y en la ciudad de los bares.
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