Ética para valientes y filósofos andantes: “A Silvio le gustaba mucho leer las novelas de Graham Greene”

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Pive Amador y David Cerdá se admiraban. Se han conocido en persona y se han entregado dedicados sendos libros. Han pasado de la bibliografía a la complicidad

Davidd Cerdá y Pive Amador en el Café España de la calle Trajano
Davidd Cerdá y Pive Amador en el Café España de la calle Trajano / Juan Carlos Vázquez

Uno nació en 1950, el otro no hace mucho que cruzó la frontera de los 50 años. Uno vino al mundo el año del gol de Telmo Zarra a Inglaterra en Maracaná; el otro, el de los Juegos Olímpicos de Munich marcados por las medallas de Mark Spitz y sobre todo los atentados de Septiembre Negro contra la delegación israelí que llevó al cine Steven Spielberg. Pese a que uno le lleva al otro algo más de dos décadas, Pive Amador (Sevilla, 1950) y David Cerdá (Sevilla, 1972) son de la misma generación: la de las inquietudes y la de no dar nada por sentado.

Hace bastantes años que se admiran mutuamente, pero hasta el pasado jueves no pudieron conocerse en persona. Lo hizo posible la mediación de María José Andrade (Sevilla, 1967), una generación intermedia. El encuentro tuvo lugar en el Café España de la calle Trajano, con el testimonio acogedor de Ramón López de Tejada.

A David Cerdá le hubiera gustado estar en el Ateneo cuando Pive Amador, con el padrinazgo de Julio Muñoz Rancio, presentó su libro Varia historia de la humana condición. Y Pive hubiese ido con los ojos cerrados al Hotel Hesperia de la calle Eduardo Dato para escuchar a David Cerdá, invitado por el Club del Libro Mujeres Valientes, a las que habló de su libro El Dilema de Neo, que plantea un interrogante que parece salir del Discurso de la Verdad de Miguel Mañara: “¿Cuánta verdad hay en nuestras vidas?”.

Los dos se quedaron con las ganas porque ambos actos tuvieron lugar a la misma hora del 20 de noviembre del año pasado, justo un año antes del manido cincuentenario. Como esos equipos de fútbol que se enfrentan por primera vez, Pive y David se ofrecieron presentes. El mánager, batería, letrista y biógrafo (esta faceta compartida con Alfredo Valenzuela) le regaló dedicado un ejemplar de su libro Breviario de sentimientos (A Propósito de Spinoza) y traía para que David Cerdá le firmara un ejemplar de Ética para valientes, que aparece en la bibliografía de Varia Historia de la humana condición.

David Cerdá, tan polifacético como Pive (economista, filósofo, traductor) parecía un rey mago. Traía tres de los 54 libros que ha traducido, además de los de su propia cosecha. A Pive le regaló la obra de Mark Leonard La Era sin Paz (con el sugerente subtítulo Cómo la conectividad genera conflicto). A María José le tocó el titulado Cómo la iglesia católica puede restaurar nuestra cultura, de Georg Gänswein, el hombre de confianza de Benedicto XVI. Conocedor de una de mis debilidades literarias, a mí me traía un ejemplar de El Universo religioso de Dostoievski, del teólogo y filósofo italiano Romano Guardini. Los tres editados por Rialp.

Cerdá conocía a Pive Amador sobre todo por la relación que éste ha mantenido durante tantos años con Silvio Fernández Melgarejo (1945-2001), cuya forma de ser y también de cantar ocupó buena parte del encuentro en el Café España, que parece el título de una canción de Silvio. “Yo salía de casa de leer a Spinoza, me ponía a hablar con Silvio y parecía que seguía leyendo a Spinoza”, dice Pive. “Para sublimar los dramas que le preparó la vida, el secreto de Silvio era vivir esplendorosamente el presente”. Cerdá aplaude esa filosofía en tiempos en los que la gente huye hacia el pasado o hacia el futuro con escapismos de nostalgia o de utopía virtual. “Silvio era buen lector, le gustaba mucho Graham Greene”.

David Cerdá es uno de los siete davides que aparecen en la bibliografía del libro de Pive Amador: David Abulafia, autor de El descubrimiento de la humanidad; David Arnold (La Era de los Descubrimientos); David Eagleman (Incógnito. Las vidas secretas del cerebro); David Graeber (Trabajos de mierda); David Graeber y David Wengrow (El amanecer de todo); David Hume (Tratado de la NaturalezaHumana); y David Cerdá (Ética par Valientes). El encuentro tenía lugar un día después del aniversario del nacimiento de David Bowie (hijo del 8 de enero, como Elvis Presley) y un día antes del aniversario de la muerte del cantante y actor británico.

Siempre pensó Pive que el autor de Ética para Valientes era mayor en edad y de confines más lejanos, no creía que lo tuviera al alcance de la mano del paisanaje. “No eres el único”, dice David Cerdá. “No hace mucho viajé a Barcelona para entrevistarme con el editor que me iba a publicar Filosofía Andante. Cuando se enteró de que era de Sevilla se sintió decepcionado. Automáticamente decidí que rompíamos el contrato”. No se imaginaba que había un filósofo del Sur con el mismo apellido que Ildefonso Cerdá, el político y urbanista que planeó el Ensanche de Barcelona. Volviendo a Silvio, hay filósofos sureños “de Norte a Sur”.

Es increíble que el mítico batería de Silvio, asiduo en garitos de la noche rockera, eminencia de la copla, tenga un bagaje filosófico tan completo, siempre con Montaigne en su mesita de noche como filósofo de cabecera. Se interesa por lo que ahora está haciendo David Cerdá, que trabaja en un texto de Gilles Deleuze. “Yo creo que hay cuatro autores que le han hecho mucho daño al pensamiento contemporáneo: Deleuze, Foucault, Althusser y Derrida”, dice Cerdá. Pive, si acaso, indultaría a Deleuze de ese cuarteto transpirenaico.

Ya pasó a la historia la moda anual de los congresos de Jóvenes Filósofos. Habrán envejecido. Unas iniciativas que surgen coincidiendo con la democracia, nietos de Ortega, sobrinos de Aranguren. “Yo era un niño, pero después he leído cosas de uno de los más activos, Alfredo Deaño, que murió muy joven”. Comentamos que el descubrimiento de este filósofo fue casi simultáneo al de Alfredo Relaño, presidente de honor del As que el camarero está leyendo con avidez en la canción de Gabinete Caligari y al que Pive Amador lee “con mucho gusto”.

Repetición y diferencia. Es el tándem de la filosofía que comparten filósofos tan atípicos, uno llegado desde los estudios de Económicas, el otro desde la música tanto en la práctica de conciertos, giras, contratos como en la teoría de la divulgación. David Cerdá no deja de ser un rockero de la Filosofía porque en el proyecto Divergentes que comparte con José María González-Alorda se dirige a un público eminentemente juvenil, aunque después se mueve con soltura en colectivos como empresarios o directivos. “No puedo con Heidegger”, dice en su apuesta por la claridad.

Silvio está presente en todo momento. Es el pegamento de estos dos sabios de lo cotidiano. “En los años setenta”, le cuenta Pive, “estaba de moda que los partidos contaran con música en sus mítines. Silvio nunca sabía para quién tocaba. Me preguntaba y si eran los de Fraga Iribarne, que le gustaba decir los dos apellidos, decía al público: ¡Viva Santiago Carrillo! Si el mitin era del Pecé, entonces decía: ¡Viva Falange de las Jons! Y los dos se partían de la risa. Los de derechas y los comunistas, algunos de los cuales salían con él en el Cachorro”. “Eso es impensable hoy en día”, señala David Cerdá en esta sociedad tan polarizada donde influye más Lalachús que Fernando Savater, pese a que él, autor de Ética para Amador, fue el introductor en las bibliotecas españolas de autores como Cioran o Ambrose Bierce. “A mí me gusta mucho estar en los dos polos para no polarizar”, dice Pive, “por eso en la letra de las Virgenes de Silvio, que empieza con aires de Elvis Presley, escribo Macarena de Triana. Y él, sevillista de Manolo Cardo, le dedicó la más hermosa canción al Betis”.

David Cerdá, que ha superado el medio centenar de libros traducidos, es de la quinta del hijo de Silvio. “Le puso Sammy por Sammy Davis jr.”, dice Pive, “porque tenía la secreta esperanza de tener un hijo negro”. Como las voces de Elvis y de Silvio, hermanos oficiosos de los Negritos.

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