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Los enemigos de la rata son el humano y ella misma

No tiene depredadores en la ciudad: los gatos “no se atreven”

El paraíso está entre las basuras

Un ejemplar de rata muerta en la calle Santa Vicenta María, el pasado 20 de octubre. / M. L.

En el campo y en los pueblos más pequeños, las ratas, como las demás especies vivas, sirven de alimento a otros animales. Siempre hay uno más grande. “Cualquier rapaz, cualquier carnívoro que pueda comerse a un animal de 300 gramos”, explica Jacinto Román, investigador de la Estación Biológica de Doñana. Las lechuzas y los linces son los dos primeros ejemplos que se le vienen a la cabeza a Román. Son sólo dos casos. En la ciudad, sin embargo, la rata no tiene depredadores. O son muy escasos. La rata vive pues sin esa angustia. “Los gatos no se atreven. Se domesticaron para cazar ratones, pero no ratas. Si te fijas –sostiene Román–, las razas que se han desarrollado para cazar ratas son las de perros, los perros ratoneros, los perros rateros. Los perros son quizá los únicos depredadores de las ratas en la ciudad”, señala el biólogo.

No resulta fácil controlar la población de las ratas en las urbes, de ahí que sea una especie propensa a desbocarse en plagas. El veterinario José María Cámara es uno de los mayores expertos en la materia de España, suma trienios con la responsabilidad de vigilar la aparición de plagas en el Departamento de Control de Vectores del Ayuntamiento de Madrid y conoce bien a los enemigos de estos roedores mayormente urbanitas. “El peligro para las ratas son ellas mismas, es decir, el peligro es la sobrepoblación; aunque sobre todo lo es el hombre”, dice Cámara refiriéndose a los detritos humanos de los que se nutre la rata: “Si no tienen comida, se van a otro sitio”.

Se habla de los venenos y del principal biocida, la warfarina, el mismo principio activo que, a menores dosis, le sirve al hombre de medicamento. “Es una cosa del género gore”, explica Román. “El animal no se muere al instante sino más tarde, en su galería, por hemorragias internas, desangrándose por dentro”. Román ha llegado a ver en el campo a sus depredadores muertos por haberse comido a un ejemplar envenenado aún viva. Al biocida, aconseja Román, sólo debe recurrirse cuando se dispara la población, cuando hay la plaga. Antes es preferible “limitarle los recursos, controlando la gestión de la basura y de lo que se tira a las alcantarillas”,

La prevención como medida prioritaria

Lo preferible, subraya Cámara, coincidiendo con Román, es la gestión ambiental, la prevención. “El modo más eficiente es mediante la gestión de sus recursos alimenticios, es decir, reduciendo la basura, impidiendo el acceso a los residuos. Y, si tienes un huerto con una compostera sin cuidar, tienes también problemas”, avisa. Cámara cree, efectivamente, que como “plan alternativo” pueden servir los venenos, “que son útiles pero no perfectos”, y las trampas. “O ambas cosas a la vez”, pero sólo como opción a la prevención. 

En esa línea, el Ayuntamiento de Sevilla ha puesto en marcha un nuevo plan de desratización para combatir la presencia de roedores y otras plagas en toda la ciudad, un plan que refuerza las medidas de control en parques, colegios, mercados y otros espacios públicos, informó la pasada semana el Consistorio.

Las causas para un malditismo

Hay animales malditos. En esta parte del mundo, además de las ratas, son repulsivas para una significante porción de la sociedad las cucarachas y las serpientes. Sobre las causas de este malditismo se pronuncia el biólogo Miguel Delibes de Castro: “Las especies que se alimentan de nuestros restos crecen mucho y tienden a ser plagas. Y las plagas no nos gustan”. Algo puede derivar de los sofocos de nuestros antepasados, una especie de huella ancestral: “Si eran abundantes, las ratas se comían el grano en los almacenes de los primeros agricultores”, señala Delibes. “Cuando se almacenaba el fruto y la comida en las casas, la rata era una competencia”, coincide Jacinto Román.

Además, las ratas transmiten males como la fiebre hemorrágica, la criptosporidiosis y la fiebre Q. Y, cómo no, la peste bubónica, aunque Román no lo tenga claro. “Los últimos estudios no lo asocian con tanta rotundidad. En aquellos años había mucha gente y muchas ratas en las urbes, todos hacinados, y surgió la peste; fue fácil relacionarlo”. Era tal la situación de “falta de higiene” y de “aglomeración de gente” que no hacían falta las ratas para la epidemia. “Pudieron ser parte del problema, pero no necesariamente”, apunta Román.

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