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"El encanto de Sevilla radicaba en ser una ciudad hecha sin arquitectos"

José Ramón Sierra, arquitecto y pintor

El artista sevillano, catedrático de expresión arquitectónica y pintor, afirma que la ciudad actual se ha vuelto una urbe banal porque su evolución no ha tenido en cuenta su singularidad: la antigua raíz rural.

"El encanto de Sevilla radicaba en ser una ciudad hecha sin arquitectos"
Carlos Mármol

19 de junio 2010 - 08:18

INTERIOR tarde. La cita es en su estudio. Monsalves 13. Aparentemente, una casa menor. Una vez dentro, uno se topa con muros desnudos, el rumor del agua, motivos clásicos, una alberca. Un mundo poético y extraño, casi desaparecido en Sevilla, dentro de un predio profundo y estrecho. Casi un hábitat intelectual.

-¿Alguien que en Sevilla dice lo que piensa es un impertinente, un inconsciente o alguien sincero?

-No creo en la verdad absoluta, sino en la experiencia. Pero una sensación personal no puede ser la verdad de toda la ciudad. Resulta muy pretencioso, aunque es moneda común en gente que tiende a confundir su ciudad con la ciudad. Sevilla es suficientemente compleja para que quepan muchas verdades.

-¿Decir estas cosas le ha traído en Sevilla algún problema?

-No tanto problemas de opinión, sino en relación a mi obra. Las opiniones propias también se demuestran ejerciendo tu labor. Eso suele tener consecuencias. Sobre todo en Sevilla, que es una ciudad con una gran inercia. Hacer algo distinto implica señalarte, salirte del tren.

-¿Sevilla es inmovilista?

-Es una opinión común. Aunque yo tampoco diría que sea un axioma. Nunca me he planteado ir contra nada. Es algo más visceral: haces lo que te apetece hacer. Exponer cierta pintura aquí es perfectamente inútil. No hay posibilidad de vender un cuadro. El problema del arte contemporáneo no es de artistas, sino de galeristas. Quien pinte un cuadro tiene que venderlo él mismo. En otros sitios no pasa. Cuando empezamos a pintar, ingenuamente, presentábamos nuestras obras a las muestras que había. No nos colgaban nada. O ponían un cuadro pero enseguida lo quitaban. No duraban ni un día. Sigue ocurriendo. Durante un tiempo trabajé con la Obra Cultural de El Monte porque la entidad mostró interés en mis primeros trabajos y llegó incluso a comprar varios. Y eso que yo he hecho muy poca obra. Para mí es un trabajo tremendo. Pintar lo hago a diario, pero exponer es distinto. Mondrian hizo su primera exposición con 70 años. Como te decía, El Monte compró las obras porque iba a hacer una colección alternativa para atender la producción pictórica de la ciudad, que es interesante. Hace unos días el nuevo gestor de la Obra Social dio un listado de las obras en depósito. De mis trabajos no dijo nada. Me temo que los han tirado a la basura. Muchos estaban hechos precisamente con desechos. Han debido pensar que su mejor destino era volver a la basura. Estas cosas sólo ocurren aquí. Así es la ciudad donde vivimos.

-¿La Sevilla de los años 60, en la que empezó a pintar, se diferencia mucho de la actual?

-No son iguales. Yo estudié con los jesuitas. Mi formación es ajena al arte. La primera exposición la hice en el hall del Portacoeli. Pura casualidad: un cura nos propuso la idea y montamos algo que en Sevilla nunca se había visto: arte abstracto. Pero el paradigma de la ciudad no era éste. A mí me gusta pensar que Sevilla es un sitio donde es posible la convivencia de pensamientos distintos. Una cosa es la Sevilla oficial y otra las personas que hacen cosas de interés con una infraestructura mínima. En Sevilla esta gente siempre se ha movido. Otra cosa es donde han llegado. Pero las cosas han cambiado para mejor. Ahora un arquitecto joven tiene más opciones: se construye más, aunque también es verdad que hay más arquitectos. Los medios para hacerse visible son más accesibles. En Sevilla siempre ha existido, y existe, una marginalidad de interés. El paso entre esa marginalidad y la actividad artística estable es ahora más corto.

-Tan corto que el arte parece banal.

-La presencia de demasiados medios produce cierta banalización. O la imposición de modas y maneras que producen en los jóvenes la sensación de que están llegando a algún sitio cuando lo que pasa es que coartan la posibilidad de que cuenten con un pensamiento propio, que es lo importante. En mis tiempos ni siquiera había en Sevilla libros de arquitectura o de arte. No había nada. Que se le dé sitio a la Sevilla oficial no implica que a las minorías no se las deje perdurar.

-Los heterodoxos sevillanos.

-La marginalidad cultural, al brotar en un entorno tan particular como Sevilla, tiene un carácter específico. Hacer ciertas cosas en contacto con la Sevilla Eterna es positivo. Por el contraste. Se puede comulgar con las vanguardias y, a la par, quedarse pasmado ante el espectáculo de la Semana Santa. Cuando empecé intenté usar lo que había: las exposiciones de la Academia de Bellas Artes, el reducto de los sevillanos más carcas. Ahora existe un Museo de Arte Contemporáneo y el CAAC. Pero nadie se plantea cómo gestionar el arte contemporáneo.

-¿Dónde está la producción local?

-Sin atender. Hacer un museo con artistas que trabajan en Berlín, Londres o Nueva York significa que los sevillanos pueden ver esas obras, pero no contribuye a hacer presente la producción propia. Ningún turista va a ir a ver a un artista de Nueva York en Sevilla. Son franquicias culturales. No hay una apuesta a largo plazo. A los políticos lo que les interesa es la rentabilidad inmediata. Por eso fue en su momento tan importante La Pasarela, la galería de la calle San Fernando, que se preocupaba de lo que se hacía aquí y traía lo que se hacía en España. Fue un puente maravilloso. Cerró. Juana Aizpuru montó su propia galería poco después, pero, al final, también terminó marchándose.

-¿No iba gente a las exposiciones?

-Era un espejismo. Las inauguraciones se llenaban, pero era porque se tomaban como un acto social. En el fondo, no había comunicación.

-¿La cultura en Sevilla está condenada a esta trivialización social?

-Es una cultura superficial. Frívola. ¿Recuerdas la anécdota de Gaudí? El arquitecto pasea un día con el conde de Güell, su mecenas y le dice: "¿Se ha dado usted cuenta de que mi arquitectura sólo nos interesa a los dos?". El conde responde: "¿Y quién le ha dicho a usted que a mí me interesa?". Pues igual. Pero lo peor no era esto, sino la falta de apoyo entre los compañeros.

-Siempre se habla de su generación como un grupo bien avenido.

-De grupo, nada. Era terrible. A mí siempre me interesó más hacer cosas que vender o dar discursos. Mis propios compañeros condenaban mi trabajo en las exposiciones. Lo que yo hacía era basura para ellos. Nunca faltaron las puyas.

-Usted se quedó en Sevilla.

-Bueno, me echaron. Me fui a estudiar dos años de la carrera a Madrid porque en 1968, en aquel momento de tantos follones, expulsaron a tres estudiantes de cada facultad. Me tocó a mí, sin ser de ningún partido. Si lo hubiera sido quizás me hubiera salvado. Perdimos el curso. Nos prohibieron pisar la facultad .

-Sólo podía marcharse.

-Intentamos contratar un abogado para alegar en contra del expediente. Nos recomendaron uno que vivía en Rochelambert. Fuimos y después de contarle todo lo que ocurrió nos dijo que no nos hacía el recurso. Era Felipe González. Nos desvió a un amigo. Luis Uruñuela. Tampoco quiso hacernos el dichoso recurso.

-Vaya con los 'padres de la patria'.

-No tuve otra opción que irme. Además, tuve que hacer la mili normal (más larga). Acabé volviendo a Sevilla el último curso de carrera. El mismo día que terminé me ofrecieron dar clases. Y me volví del todo. Pude haberme quedado en Madrid en el estudio de Alejandro de la Sota. Hubiera sido distinto, aunque no sé si mejor o peor. La experiencia de marcharme me sirvió mucho: mis dos hijos han estudiado fuera. Quería que tuvieran la opción de comparar y tener elementos de juicio. Sevilla, por muchas setas que ahora le pongan, siempre es Sevilla.

-Todo el mundo reproduce el mismo modelo de la 'Sevilla Eterna'.

-Por eso es difícil apreciar el componente ideológico en la política local. ¿Hay diferencia entre la idea de ciudad de un partido y la del otro? Lo tradicional es fortísimo. Por otro lado, también sucede que a gente de fuera le encanta Sevilla. ¿Por qué engancha la ciudad siendo ya una máscara de lo que ha sido?

-La ficción oficial de Sevilla es que es una ciudad que nunca cambia.

-Sevilla es una ciudad cuyo encanto radica en que es una ciudad que se hace sin arquitectos. No han tenido ningún papel en hacer la ciudad. A diferencia de Cádiz, Sevilla no ha tenido nunca arquitectura urbana. Nace sobre una arquitecturra rural, popular. Igual que la de los pueblos. La densidad es un elemento fundamental. Era un recinto amurallado, enorme, pero lo que tenía dentro era campo. Las casas eran idénticas a las de Olivares o Carmona. Había corrales. No patios. La casa estaba en los espacios interiores. Las calles eran tapias. En el siglo XIX es cuando se colmata y se crea una estructura de urbe distinta: los patios nacen entonces. La casa-patio, la supuesta casa de toda la vida, es por tanto relativamente reciente. Es la casa de una burguesía emergente que busca tener una arquitectura propia en la que reconocerse. Entonces es cuando aparecen las fachadas simétricas, el balcón, los cierres. Hasta entonces no podía verse el patio desde la calle. Mira el Alcázar: detrás del Patio de la Montería lo que hay es un muro. Un pasillo muy estrecho conducía al patio, que era algo secreto. La reina Isabel II rompe ese muro porque, como estaba de moda en el XIX, le encantaba que se viera el patio. Después los arqueólogos lo han vuelto a cerrar.

-Mitos falsos y recientes.

-En Sevilla siempre se ha hablado de las casas del marqués de tal, de las casas del Cabildo. En plural: las casas. La arquitectura rural hacía toda la ciudad. Los edificios con proyecto son escasísimos: el Hospital de la Sangre, que se hace extramuros, o el Archivo de Indias. Todo es reforma sobre reforma.

-Arquitectura sin arquitectos.

-Entender esta arquitectura popular ha sido un componente importantísimo en mi vida. Es una rareza más añadida a la larga lista de mis rarezas con respecto a mi generación. Soy de pueblo. Y mis primeras intervenciones profesionales fueron sobre estas casas donde, en realidad, no existe la arquitectura.

-¿La arquitectura en Sevilla nace entonces con el regionalismo?

-Empieza con la casa burguesa. Se crea así la ideología del estilo sevillano, que es una formulación no de los arquitectos, sino de gente como José Gestoso y Joaquín Guichot. Es el primer esfuerzo por dotar a la arquitectura sevillana de una identidad, en un momento en el que la ciudad cuenta con una arquitectura de muy baja calidad. A partir de entonces se inicia el intenso proceso de transformación de la ciudad. Un proceso con muy poca fortuna.

-¿Y Aníbal González?

-No fue un ideólogo, sino un ejecutor. La Plaza de España es como las setas de su época. Lo que pasa es que estaban fuera de la ciudad.

-¿El mito surge entonces?

-En los textos de los viajeros del XVI y, después, en los románticos, Sevilla se percibía ya con fascinación. La Sevilla que yo he conocido, a pesar del regionalismo, es la Sevilla rural. Una ciudad que ha sido sustituida pieza a pieza en estos años. Desde la época de la piqueta del duque de Medinaceli. La belleza de la ciudad consistía en su componente rural. Pero no se supo ver. Ni siquiera gente como Collantes y Gómez Estern, que editan el catálogo de Arquitectura Civil Sevillana, donde buscan detallitos, cosas del supuesto estilo sevillano. Lo realmente importante lo tenían delante y les pasó totalmente desapercibido. El Palacio de Levíes, por ejemplo, que fue de una familia judía poderosísima, y después de los Medina, no era más que una casa de campo rural, con cierta escala, pero con suelos empedrados. Arquitectura rural incluso en palacios de este porte. Incluso en las Dueñas ves el patio vacío, con la fuente, pero sin un árbol. Como el corralón de cualquier hacienda. Los espacios no tienen rastro de función. Las casas no tienen huella de su funcionalidad. Todo es efímero. Como si fueran campamentos.

-Algunos palacios permanecen.

-La Junta y el PSOE cayeron en la trampa. Cuando surgió la autonomía convirtieron los palacios de los marqueses en edificios institucionales. El tejido urbano, en cambio, se perdió. En Sevilla no existe una calle donde estén los palacios. No hay un barrio noble. Están desperdigados. ¿Dónde radicaba el encanto de la ciudad? En esa arquitectura sin arquitectos, que es la que ha sido machacada. Con frecuencia se habla mucho del conservadurismo de Sevilla, pero aquí no se ha conservado nada. Vaya contradicción.

-El tejido urbano era muy frágil.

-Se nos ha ido entre los dedos como si fuera agua. En Sevilla se abandonaba una casa y en sólo dos años de lluvias el edificio casi se disolvía como un terrón de azúcar. Era una arquitectura delicadísima.

-Para según qué cosas no somos tan conservadores.

-Realmente Sevilla es una ciudad que no ha parado de cambiar. Nunca tuvo el espléndido siglo XIX de Madrid y Barcelona. Ni burguesía, ni ensanches. En Sevilla nunca existió nada parecido. Nada con cierta calidad. ¿Qué piso hay aquí bueno? Sevilla era una ciudad que se mantenía como en un limbo, fuera del mundo, de la civilización. Ese componente extraño aún se percibe en ciertas calles. Nada que ver con lo que es una ciudad civilizada, hecha de casitas de una planta que han desaparecido por completo.

-¿Esa no es la 'Sevilla eterna'?

-No. Esa Sevilla llegó a nosotros pero en poco tiempo se ha transformado muchísimo, lo que niega el conservadurismo. La pregunta es: ¿Hemos mejorado con los cambios teniendo en cuenta que en éstos han intervenido los arquitectos?

-La modernidad se basa en el cambio. Pero en Sevilla este tránsito no parece dar muchos frutos.

-Aquí el cambio no dejó huella. La ciudad que tenemos es banal. No ha valorado los aspectos escénicos. Es un cutrerío continuado. Mezquino. Una ciudad sin oficio ni beneficio. Después de ser puerto de Indias nos quedamos como la cabecita de un entorno agrícola pobre. Sevilla no es Venecia. Venecia puede vivir de ser Venecia ¿Sevilla va a vivir de ser un museo? No nos equivoquemos.

-¿Le gusta el Parasol?

Al elegirlo pensaron en emular el fenómeno de Bilbao. Pero allí no se hizo en la Aduana y se usó buena arquitectura. El Parasol, en realidad, niega la personalidad de Sevilla.

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