Un ejemplo de ecuanimidad
Por muchos motivos he recibido con una enorme alegría y satisfacción la noticia de la concesión del premio Manuel Clavero a doña Soledad Becerril. En primer lugar por el afecto y el reconocimiento que profeso a su persona, siempre dedicada al bien común. No olvido nunca, de ninguna manera, el ejemplo de sensibilidad humana que me dio en unos momentos muy especiales. No puedo olvidar cuando me llamó, casi con timidez, para preguntarme qué podíamos hacer tras el atentado que acabó con las vidas de Alberto Jiménez Becerril y Ascensión García Ortiz. La situación no era muy tranquila en España. Ella me planteó en qué iglesia podíamos celebrar las exequias. Le respondí que, por supuesto, lo mejor que podíamos hacer era celebrarlas en la Catedral de Sevilla y con el arzobispo al frente. Qué humildad demostró doña Soledad en todo momento. Y qué aprecio y tacto por las personas afectadas...
Mi alegría también es enorme porque doña Soledad fue la primera ministra de Cultura. Y no sólo por un mero orden de prelación, sino porque fue ella la primera en darle alma a los asuntos culturales. Ella resaltó siempre la importancia de todas, absolutamente todas, las manifestaciones artísticas, de todas las formas de cultura que hay en la sociedad. De esa vocación de servicio y ayuda a los demás también ha dado muestras como Defensora del Pueblo Español. Doña Soledad es una mujer ecuánime en todas sus actuaciones. Aunque perteneciera a un partido político concreto, nadie podía decir que era una mujer cerrada. Se ganó el respeto de unos y de otros. Me alegra muchísimo que una mujer de esta categoría reciba este premio.
Sevilla le debe mucho porque contribuyó a que la ciudad tuviera una imagen admirable. Hizo que la ciudad fuera más acogedora. Mi enhorabuena a doña Soledad Becerril y a todos los que admiramos y agradecemos su labor pública.
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