Calle rioja
Francisco Correal
El filósofo de Cerro Muriano
Cuando en las noches del 15 al 19 de octubre de 1991, personas procedentes de toda España disfrutaron en vivo de los conciertos Leyendas de la Guitarra, el asombro ante un diseño de producción de primer nivel mundial para actuaciones que a la vez servían de programa de televisión en directo, a todos nos hicieron imaginar las extraordinarias posibilidades culturales y turísticas que el nuevo Auditorio de la Cartuja de la inminente Expo 92 le confería a una ciudad como Sevilla, de benigno clima durante tantos meses al año. Fue un espejismo. Tras clausurarse la Muestra Universal, nadie ha desarrollado un proyecto con fundamentos a medio o largo plazo para poner en órbita un espacio escénico tan versátil y tan bien dotado técnicamente.
Tony Hollingsworth, el productor del homenaje a Mandela en Wembley y del concierto de Pink Floyd con The wall en Berlín, dirigió las Leyendas de la Guitarra, el evento con el que la Expo 92 quiso promocionarse en Estados Unidos entrando en los hogares a través de la televisión. Nos frotábamos los ojos viendo cómo compartían cartel 25 figuras como Bob Dylan, Keith Richards, Paco de Lucía , B.B. King o Joe Satriani. Nadie en Sevilla ha atraído después a productores como Hollingsworth. Ni para aprovechar el tirón universal del flamenco en un musical de enjundia. Se impone el círculo vicioso de la endémica aversión del empresario andaluz a la industria cultural, más la torpeza municipal para aglutinar minifundios locales y atraer inversores foráneos.
La gestión del Auditorio para la Expo 92 fue encomendada a José Antonio Campos, director del Teatro de la Zarzuela en Madrid. Con los eufóricos presupuestos que se manejaban entonces, dos espectáculos muy populares vertebraron la programación: Azabache, homenaje a la copla, y la Antología de la Zarzuela. Nadie en Sevilla ha aprovechado estos dos referentes para hacer musicales. Otro buen ejemplo es el espectáculo que aportó Reino Unido en su día nacional, con Carlos de Inglaterra y Lady Di en las gradas: la antología de los musicales de Lloyd Webber (Cats, El fantasma de la ópera, Evita,...).
Si con la ausencia de coordinación entre la Sociedad Estatal y el Ayuntamiento no se había planificado ni presupuesto ni personal ni contenidos para el Teatro Maestranza tras el fin de la Expo, menos aún instalaciones en la Cartuja como el Auditorio. Cuando Manuel Prado y Colón de Carvajal encabeza la reapertura de parte del recinto de la Expo como Parque de los Descubrimientos, el Auditorio forma parte del proyecto pero sin apenas actividad. Cabe citar conciertos de artistas internacionales como George Benson y Tito Puente.
En ese contexto, sin embargo, vive otra experiencia fructífera que tampoco se ha sabido aprovechar. El Festival de Ópera al Aire Libre. De 1993 a 1997, durante una semana de septiembre, la compañía lírica de Plovdiv (Bulgaria)desembarcaba hasta con decorados para interpretar óperas de repertorio popular, sobre todo Verdi y Puccini. La Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera dio el paso al frente para impulsar esta iniciativa y llenar las gradas del Auditorio, en una ciudad que tenía hambre de lírica y el Maestranza sin subir el telón.
El certamen no se renovó y expiró con el Maestranza remontando el vuelo. El teatro del Arenal tampoco tiene medios para desdoblarse con un festival veraniego.
La reconversión del Parque de los Descubrimientos en Isla Mágica, abandonando el sector sur de la Expo por la falta de contenidos y medios, para concentrarse en el lago y en el acceso por Barqueta, deja al Auditorio aún más varado. Agesa, buscando una empresa que quisiera hacerse cargo del marrón, dio con Berenice, especializada en equipos de sonido, presidida desde Madrid por Ángel del Cerro. Pero nunca desarrolló un proyecto consistente. Se limitó a abrirlo muy pocas veces, para que se llenara con los artistas españoles en boga durante sus giras: Alejandro Sanz, Julio Iglesias, Rocío Jurado, Serrat, Víctor Manuel y Ana Belén, etc.
El arquitecto Juan Ruesga anuló el foso y redujo el gigantesco escenario con el fin de ampliar el aforo y no limitarlo a la grada ni a la colina. Así pueden estar unas 10.000 personas en algunos conciertos, la mitad de pie al son de sus ídolos.
Tan a menos fue el uso del Auditorio que Ángel del Cerro lo tuvo cerrado y sin mantenimiento. En 2001, Agesa se lo concede (percibiendo 150.000 euros de canon anual) a Francisco Bustamante, al frente de la empresa TCM, de servicios técnicos de sonido y audiovisual, que también gestionaba el Palenque y la televisión local Giralda.
Se alimentó una expectativa ilusionante porque Agesa se comprometió a invertir 8 millones de euros en una cubierta móvil para que el Auditorio fuera utilizado todo el año. Y el Ayuntamiento al fin se decanta por asumir su propiedad. Pero ni se cumplió la promesa de la cubierta ni la del delegado de Cultura, Juan Carlos Marset, de convertirlo en la sede administrativa de su departamento, como primer paso para comprometer al Ayuntamiento en su obligación con tan colosal activo desperdiciado.
En la era Bustamante se ha cedido a más eventos populares (maratones de sevillanas, de agrupaciones carnavaleras, fiestas de ritmos electrónicos hasta el amanecer,...). Y ha sido utilizado como discoteca. Festivales como la Bienal de Flamenco o Territorios lo han ocupado esporádicamente para algún concierto más caro, pero no lo han convertido en su sede. Y las galas internacionales han sido escasas (The Corrs, por ejemplo).
Mientras el PP enarbolaba una idea emanada del sector turístico: convertir el Auditorio en céntrico Palacio de Congresos, la aportación de Monteseirín fue ponerle el nombre de Rocío Jurado. Y en la incertidumbre actual hay que tener en cuenta otro factor: la inauguración, el próximo año, del gran edificio que la SGAE construye en la isla de la Cartuja. Incluye un espacio escénico con capacidad para 2.000 espectadores, es decir, más butacas que el Teatro Maestranza. Está por ver el grado de receptividad que la SGAE va a tener para compartir sus usos con otras propuestas o necesidades de la ciudad.
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