Las edades sucesivas
Vázquez Consuegra cierra el secular proceso de transformación de San Telmo · El arquitecto adapta el edificio a sus nuevos usos respetando los elementos singulares
San Telmo es, probablemente de forma casual, pero certera, como una metáfora arquitectónica de Sevilla. Un edificio con una profunda potencia polisémica: su evolución, muy intensa a lo largo de tres siglos distintos, ilustra a la perfección los sucesivos cambios de gusto y estética que se han sucedido durante la secular historia de la ciudad. También ejemplifica, en cierta manera, cuál es el verdadero carácter de Sevilla: esplendoroso y rutilante por fuera, pero con desperfectos y agujeros internos más que notables. Conflictos, por así decirlo, íntimos, sólo que magníficamente camuflados tras un aspecto soberbio.
El palacio es una cáscara maravillosa capaz de hacer creer a todo aquel que la contempla desde fuera que su interior es igualmente hermoso. Cuando llegó a manos de la Junta de Andalucía, en 1989, gracias al acuerdo marco firmado entre el cardenal de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo y el entonces presidente andaluz, José Rodríguez de la Borbolla, era un universo ajado, violentado y destrozado por casi todos lados, salvo su rostro, que seguía entero.
Las sucesivas operaciones de rehabilitación dirigidas por el estudio del arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra han permitido después de muchos años que el edificio renazca de forma integral, sobre todo tras la primera reforma -limitada a la primera crujía del inmueble- hecha en 1992. Vázquez Consuegra viene así a cerrar el largo ciclo de sucesivas alteraciones arquitectónicas de la antigua Universidad de Mareantes. Cambios que han destilado un inmueble único y singular cuya supervivencia ahora está totalmente garantizada.
Si Vázquez Consuegra ha sido el último viajero que ha transitado por la larga historia arquitectónica de San Telmo, Leonardo de Figueroa es el principio. La letra alfa. Este arquitecto consiguió entre los años 1722 y 1736 convertir el primitivo inmueble de la Universidad de Mareantes en una auténtica joya civil barroca: un edificio con porte, sobriedad y, sin embargo, auténtico estilo sevillano. La fijación de un canon.
Tras él, casi todos los arquitectos que después han trabajado en sus interiores fueron modificando el perfil perfecto de San Telmo que Figueroa dejó escrito. Unos lo hicieron con mayor fortuna, como fue el caso de Balbino Marrón, creador en la Sevilla del XIX de la residencia de los duques de Montpensier, de cuya etapa se ha hecho abundante literatura, más sentimental que cierta, lo que ha terminado creando cierta imagen idílica del edificio; y otros, como el ejemplo de José María Basterra, con menor acierto, al aplicar una falsa simetría a la planta original del inmueble que jamás tuvo porque su nacimiento y evolución siempre ha estado marcada por la irregularidad, la asimetría y el azar.
El periodo de titularidad eclesial fue quizás el más lesivo para la herencia de San Telmo. Es entonces cuando se venden buena parte de los inmensos jardines y el recinto verde adosado al palacio -el horizonte de la fachada posterior- se convierte en un campo de fútbol para los aprendices de sacerdotes. Toda una paradoja: el primer acto que la Junta de Andalucía quiere organizar para celebrar la reinauguración del edificio consiste en una visita de la consejera de Economía con el arzobispo hispalense.
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