El devoto de Antonio, en el instituto de Manuel
historia de la transición
Alfonso Guerra impartió una charla magistral a los alumnos de Bachillerato del instituto San Isidoro, a los que explicó los pormenores de la Transición y se opuso a la ley de amnistía
El devoto de Antonio Machado llegó al instituto donde estudió su hermano Manuel. Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) impartió el miércoles una clase magistral a los alumnos de Bachillerato del instituto San Isidoro, el más antiguo de Andalucía. Les valió la pena perderse la clase de Filosofía y media de Biología para asistir a una verdadera lección de Historia. Los alumnos le hicieron una docena de preguntas muy sesudas y al final lo despidieron como a una estrella de rock.
Con 37 años de experiencia como diputado en el Congreso, les dejó bien claro qué habría votado en el caso de que ayer ocupara el escaño mientras se debatía la ley de amnistía, por la que también le preguntaron. “Ustedes saben que con siete votos más, no habría amnistía. Unas Cortes generales no deberían permitir que una ley fuera redactada por los mismos a los que va a beneficiar. No es una amnistía, es una componenda política”.
El tema de la charla era la Transición, algo filosófico y biológico a la vez, pensar para vivir, el tránsito de una dictadura a una democracia. “Yo no soy historiador, pero he vivido una parte de la Historia; lo que llamamos Transición política lo viví como testigo y como protagonista. El testimonio de los que vivieron los acontecimientos no es muy valorado en España. En Inglaterra tiene una importancia extraordinaria”. Fue un historiador británico, John H. Elliott, el que le animó a escribir sus Memorias.
No es historiador, pero habló de Historia. De España cuando fue “la primera potencia del mundo”, siempre contestada desde dentro. “Se hablaba de decadencia en los momentos de mayor esplendor, no digamos cuando llega la decadencia”. Con paréntesis como las Cortes de Cádiz, la Institución Libre de Enseñanza o el espíritu de la generación del 98. Y la vuelta a la realidad de las tres guerras carlistas y las dos dictaduras separadas por la Segunda República, la de Primo de Rivera y la de Franco, “con una guerra civil que dejó más muertos en la retaguardia que en el campo de batalla”.
No se ponen de acuerdo todavía en cuándo empezó la Transición, “si cuando enferma Franco o cuando muere”. El general que se sublevó en 1936 pretendía a su muerte una dictadura sin dictador, una treta, una herencia envenenada que contrarrestó una clase política sin experiencia o curtida en la clandestinidad, palabra que interesó mucho al alumnado porque dio pie a divertidas aventuras del conferenciante.
Ese proceso termina el 28 de octubre de 1982, “con el triunfo electoral de un partido que había sido uno de los vencidos en la guerra civil”. Cuatro años antes se aprueba una Constitución que el año pasado cumplió 45 primaveras (inviernos para ser más precisos por ser decembrina). “Algunos decían que iba a durar poco.
Yo siempre pensé que duraría mucho porque nació del acuerdo y porque es muy difícil reformarla”. Por si les cuentan milongas, les dijo que no hubo un pacto de silencio “para no hablar de la guerra civil; eso es falso, se han publicado 27.000 libros sobre la guerra, más que de la Segunda Guerra Mundial, donde hubo cincuenta millones de muertos”; o que se desmovilizó a la clase trabajadora, “otra falsedad, en 1977 y 1978 hubo más horas de huelga en España que en toda Europa”.
Enumeró las principales controversias en su elaboración (Monarquía o República, Estado laico o confesional, modelo territorial) y los tres principales ataques de que ha sido objeto y que han puesto a prueba su fortaleza: la intentona golpista del 23-F, el terrorismo de Eta y la deslealtad del nacionalismo catalán en octubre de 2017. “Se optó por un modelo que aguara las pretensiones de Cataluña y el País Vasco y es obvio que no se ha conseguido. Pecamos de ingenuos con los nacionalistas. Prometieron lealtad a la Constitución. Si llegamos a saber lo que iba a ocurrir, nos les hacemos tantas concesiones y habríamos sido más exigentes”.
La primera pregunta de los alumnos fue por el 23-F. Relató la votación en la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, “cuando nombraban a Manuel Núñez Encabo, un diputado de Soria muy machadiano, entró un guardia civil con bigote y tricornio de guardarropía, de zarzuela”. Narró las horas más largas de su vida, la evocación de los golpecitos en el hombro que le daba su hijo, de apenas un año, cuando lo cogía en brazos y le ponía música clásica; la tensión en la Sala del Reloj. Guerra no tuvo que esperar a que el Rey hablara por televisión para saber que el golpe había sido conjurado. “Cuando oí volar unos aviones dije: han fracasado”.
Le preguntaron por la mayoría de edad, “ese tema lo debatimos hasta el infinito”, por los jóvenes que votan a la extrema derecha. “A Le Pen le votan en Francia los antiguos comunistas. En las elecciones portuguesas, en el Algarve, zona muy deprimida, la extrema derecha ha conseguido mayoría absoluta. Se están repitiendo los debates de los años treinta. La fórmula del líder y la masa. La figura del caudillo que ha surgido en Rusia, en China, puede volver en Estados Unidos si gana Donald Trump, en Hungría, en Polonia está en un compás de espera y algunos dicen que también en España”.
Fue muy crítico con los parámetros de calidad de nuestra democracia. “No está en la situación más boyante, está en una fase de degradación”. Puso un ejercicio a los alumnos. “Escriban en un folio en horizontal los políticos de aquellos primeros tiempos, años 77-78, Felipe, Suárez, Fraga, Carrillo, Roca, y debajo pongan los líderes actuales. ¿Son los políticos de hoy peores que los de antes? Claramente. ¿Y las generaciones actuales? Son mejores que las generaciones anteriores. En esa época los políticos venían de las aulas, de los despachos, de las fábricas. Hoy nadie quiere entrar en una política que está encenagada, donde las sesiones de control al Gobierno son zarabandas de insultos y además van a ir con un visor buscándolo a él y a su familia”.
De su etapa clandestina recordó cuando tenía que cruzar la frontera. Lo hizo por todos los medios: por el monte, por el río Urumea, en barco hasta San Juan de Luz o con pasaporte falso. “Ahora se ve románticamente divertido, pero entonces era complicado”. Viajes semanales de Sevilla a Bayona en un R8 mientras estaba al frente de una librería, una revista (El Socialista, el único medio que creyó en Adolfo Suárez) y en un grupo de teatro. Le preguntaron si llegó a sufrir amenazas verbales de Eta. “Si sólo hubieran sido verbales… Desde 1979 he ido con escolta”. Los etarras acabaron con la vida de compañeros de su partido: Fernando Múgica, Ernest Lluch, Fernando Buesa…
Qué opina Alfonso Guerra del PSOE y de Pedro Sánchez. “Cuando llegó a la secretaría general dijo que era un nuevo PSOE y yo repliqué que no era un nuevo PSOE, era otro PSOE. Lo ha cambiado y va a tener que pagar mucho por esos cambios”. Nunca se olvida de su gran amigo Fernando Abril Martorell, su socio de la UCD para desbloquear las primeras sesiones preconstitucionales. “La vida no es tan epopéyica, tan épica, es más pedestre. Fernando (Abril) era hipotenso y yo desde niño he podido dominar el sueño, por eso siempre estábamos despiertos para arreglar los diferentes artículos”.
Salió el tema de la educación. “La voz del profesor y la pizarra son insustituibles”. Advierte de dos peligros: la inteligencia artificial y los ministros de Educación. “Siempre vienen con un síndrome: el síndrome del Plan. Déjese de Plan y mejore lo que tiene, lo que hay”. Muchos quisieron llevarse a casa una foto con este testigo y protagonista de la Historia con mayúsculas. Se despidió de los profesores y del director, Ignacio Ayza, que le habló de una foto de Felipe González con doce años cuando era alumno del instituto, y Guerra salió caminando por Amor de Dios rumbo a la Campana con su cruz de guía.
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