Destinos cruzados en un vuelo de Iberia

Calle Rioja

Un sevillano que va a jugar a balonmano en Alemania, un guatemalteco que venía a Sevilla. Los dos eran pasajeros del vuelo Madrid-Sevilla el día de la patrona de Europa

El aeropuerto de San Pablo repleto de pasasajeros este verano.
El aeropuerto de San Pablo repleto de pasasajeros este verano. / maría josé lópez / Ep

Un sevillano que viaja por el mundo. Un extranjero deseoso de comprobar las cosas que le habían contado de Sevilla. Los dos eran pasajeros del vuelo Madrid-Sevilla el pasado martes 23 de julio, festividad de Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa. Es complicado ocupar un asiento de avión y colocarte el cinturón de seguridad si mides un metro y 98 centímetros. Cuando lo vieron, sus compañeros de asiento pensaban que se trataba de un jugador de baloncesto. Pero Antonio Serradilla, 25 años, juega al balonmano. Voló junto a Carmelo, de Cortegana, y Antonio, de Castilleja de la Cuesta. Ambos habían cogido antes un vuelo desde Atenas después de una semana de visita cultural a Grecia.

Volaban con un gigante y no sólo por sus casi dos metros de altura. Antonio empezó a jugar a balonmano en el equipo de Montequinto. Fichó primero por un equipo de Guadalajara y después otro de Logroño. Fue en la capital riojana donde le encontraron un tumor ocular. Le extirparon el ojo derecho y parecía que tendría que dar por acabada su brillante carrera deportiva, que con 20 años le llegó a debutar en la selección española. Le echó valor, se sobrepuso a las adversidades, volvió a jugar en Logroño y fichó por el Elverum Handball, un equipo de Noruega. Este país es una potencia del balonmano, acaban de derrotar a Argentina y a Francia en los Juegos Olímpicos de París. Ni Carmelo, que ha corrido media docena de maratones, ni Antonio, que canta las bondades de la piscina olímpica del pueblo de procedencia de la familia de Rita Hayworth, se dedican al periodismo, pero ellos se llevaron la primicia: Antonio Serradilla les contó que acababa de fichar por el Magdeburgo alemán, uno de los cocos del balonmano continental.

Yo no he jugado al balonmano en mi vida. A lo más que llegué fue a pronunciar el pregón de un torneo de este deporte que se disputaba en Moguer, donde llegué pasando por San Juan del Puerto, la patria chica de Jesús Quintero. En la cuna del autor de Platero y yo siempre hubo mucha afición al balonmano, por lo que en mi pregón, que arranqué con una frase de Paradiso de Lezama Lima (“la mano de Valdovina…”) hice un juego de palabras entre Juan Ramón, el poeta que consiguió el Nobel en el año olímpico de 1956 (aunque España no estuvo en Melbourne) y Perramón, portero internacional de la selección española de balonmano.

No sé si en Guatemala hay afición al balonmano. A diferencia de Honduras, El Salvador o Costa Rica, este país centroamericano nunca ha disputado un Mundial de Fútbol. Me viene a la memoria una relación entre Guatemala y el deporte-rey: durante las exequias de Franco, en noviembre de 1975, la Fifa que presidía el brasileño Joao Havelangese se reunía en ese país y elegía a España como sede del Mundial de Fútbol de 1982. Es el caso más preclaro de intuición política: enterrando al dictador, apostaban por un país que en la fecha de ese Mundial (el que le ganó Italia a Alemania) celebró unas elecciones generales que ganó el PSOE por mayoría absoluta con 202 diputados.

Antes de coger el vuelo Madrid-Sevilla, con los ojos bien abiertos para no perderse nada desde el cielo, el joven guatemalteco Manu Sinai había cruzado el Atlántico en un avión que le trajo desde San Salvador. Era la primera vez que volaba en su vida. Fue nuestro compañero de vuelo y nos preguntó muchas cosas sobre Sevilla. Tiene 20 años, viajaba con los ahorros de su trabajo en una funeraria de su país. “Muchos muertos para que yo pueda hacer este viaje”. Con ese oficio de tinieblas se paga también los estudios de Derecho, porque en el futuro aspira a ser un brillante abogado en un trozo del mapa donde la violación de derechos es el pan nuestro de cada día.

Le contamos que el pabellón de su país en la Exposición Iberoamericana de 1929 es de los que quedan en pie ahora que se prepara con mimo y antelación el centenario del certamen que cambió la faz de Sevilla en una comisión que coordina Amparo Graciani. Le recordé una charla que dio en Antares su compatriota Rigoberta Menchú. El joven pasajero tenía una voz dulce, hablaba un español cristalino, no contaminado por apócopes ni interjecciones. También le hablamos de un guatemalteco adoptivo que en la próxima Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo de Sevilla encarnará al rey Melchor. El doctor Fernando de la Portilla, historiador de la Casa de las Sirenas, que suena a Ulises y Penélope, catedrático y académico de Medicina, una eminencia en el aparato digestivo, viaja todos los veranos con su esposa, Eva, a Guatemala. Mi mujer, que fue alumna de las Mercedarias de san Vicente, le muestra al funerario guatemalteco una foto de la madre Mari Luz, una religiosa vasca que dio clases en el colegio sevillano y se marchó a Guatemala para encender una mecha de vocaciones de servicio con los más necesitados. Fue el contacto necesario para estos puentes de verano que el próximo rey de Oriente hace con este país que conserva su denominación indígena. El día que Manu llegó a Sevilla encallaba en el Congreso de los Diputados la ley de Extranjería. Desde el cielo mesetario, el joven guatemalteco veía el mar de olivos, los puntitos de poblaciones manchegas que recorrió la imaginación de don Quijote con el diccionario de realismos de su escudero Sancho Panza.

Las figuras del jugador de balonmano de Montequinto y del funerario guatemalteco, un oficio que recuerda al Pedro Páramo de Juan Rulfo, se perdían en la parsimonia de la evacuación de pasajeros. Serradilla es un sevillano que ha jugado en Noruega y lo va a hacer en Alemania, el mejor embajador en el día de la patrona de Europa. A Manu Sinai le contarían los amigos que le esperaban en Sevilla que siguiendo la línea de puntos donde se encuentra el pabellón de Guatemala en la avenida de la Palmera, paradas del 3 y del 6 de Tussam, se encontrará con las playas de Cádiz. A San Juan de Puerto Rico, la ciudad donde Juan Ramón conoció la noticia de que le habían dado el Nobel, le decían en el siglo XIX Cádiz la chica. Unas aguas gaditanas bañadas por el mismo océano Atlántico cuya inmensidad veía en el avión que le trajo desde San Salvador, la patria de Mágico González, hasta el aeropuerto de Barajas-Adolfo Suárez, que llegaría a la presidencia del Gobierno un año después de que la FIFA eligiera a España, que llevaba dos Mundiales seguidos sin comparecer (México 1970 y Alemania 1974), como sede del Campeonato de 1982, el de Paolo Rossi, Sandro Pertini y Naranjito. El año que Felipe llegó a la Moncloa y el Papa Juan Pablo II ofició la santa misa desde la calle del Infierno. Si un hotel es la promesa de un mundo mejor (Paul Auster), un avión es el arca de Noé de los hombres-pájaro, sobre todo si te toca en la ventana junto a alguna de las alas de estos Clavileños que le tutean a las nubes y empequeñecen los rascacielos. Volare, volare (Domenico Modugno).

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