Los demonios de la noche

El autor expresa su temor a que muchos sevillanos dejen de salir a la calle la próxima Madrugada, por lo que lanza un mensaje de esperanza para revitalizar una noche herida

Enrique Esquivias - Ex hermano mayor del Gran Poder

20 de abril 2017 - 10:11

Soy nazareno de la Madrugada desde hace más de cuarenta años, como lo fueron antes mis mayores. Eso me da la suficiente perspectiva, aunque solo sea por la experiencia acumulada, para observar y ver cómo ha evolucionado esta jornada de la Semana Santa. No pretendo hacer un análisis exhaustivo de lo sucedido este año que poco podría aportar a lo mucho que se ha escrito ya. Con distintos matices o enfoques, todo el mundo parece coincidir en que el problema tiene una raíz fundamental en la falta o pérdida total de educación, valores y civismo, que yo comparto. Sin embargo recuerdo que de pequeño, cuando la Semana Santa era muy distinta a la de ahora, mi padre ya me hablaba de lo que él llamaba la "chusma" de la Madrugada. Grupos de gamberros que esa noche no se comportaban adecuadamente en relación al resto de las jornadas de la Semana. Probablemente, aquella chusma que escandalizaba al pobre de mi padre hoy deberían parecer niños de primera comunión. Pero sí es cierto que ya entonces, en plenos años 60 del siglo pasado, el ambiente de la Madrugada era distinto al del resto de las jornadas.

Curiosamente, hoy sigue pasando igual, pero mucho más acusado. Me llama poderosamente la atención que en los 17 años que han transcurrido desde el famoso año de las carreras, con sus posteriores réplicas, hasta hoy, los demás días de la Semana se han celebrado con relativa y aparente normalidad. Sin ir mas lejos, el Viernes y el Sábado Santo de este año han transcurrido felizmente y sin incidencias. Y no es un problema de cantidad de público: la Madrugada va descaradamente a menos mientras que otros días van a más. Parece más bien que se ha instalado una psicosis colectiva de que estos problemas sólo pueden pasar durante la Madrugada y el resto de las jornadas están protegidas del peligro. Sin duda, la noche debe tener algo que nos hace sacar lo peor de cada uno. Hace ya varios años que escribí que esta jornada se mantenía, casi exclusivamente, por la especial devoción y popularidad de las imágenes y hermandades que salen. Con cofradías con menos tirón, por decirlo de alguna forma, es posible que hubiera sucumbido ya ante los hijos de la noche, los que no recibieron la educación mínima para saber que no se orina en la vía pública, que no se debe arrojar basura al suelo, los que se te pueden encarar por llevar una chaqueta y una corbata, los que no se molestan en respetar el descanso de los demás, los que se creen amos y señores de la calle. En definitiva, los que no conocen, porque nadie se los ha enseñado, los conceptos de respeto, orden, tolerancia y educación. Se han hecho los dueños absolutos de la noche durante todo el año y la Madrugada no es la excepción. Desgraciadamente, somos las cofradías y su público habitual los que estamos de más, los que les estorbamos a ellos. La televisión, sin olvidar la maravillosa labor que hace para tantos que no podrían disfrutarlo de otra forma, ha hecho el resto, retirando al público habitual y haciendo que estos hijos de la noche se hayan convertido en mayoría y sean el caldo de cultivo ideal para que con muy poco esfuerzo se pueda provocar tanto miedo. Como se ha dicho estos días, acaso esto es lo que hay, esto es lo que tenemos y no podemos esperar otra cosa. El año 2000 cogió a todo el mundo, autoridades incluidas, con el paso cambiado. Ahora no me parece justo achacar el problema a los responsables de nuestra seguridad. Más bien consiguieron paliar los efectos. Ni creo que tenga nada que ver con los ajustes de horarios e itinerarios de las cofradías. Vuelvo al ejemplo de otras jornadas con los mismos problemas de ajustes logísticos, en las que no hay conflictos de orden público. Lo que se vislumbra no es halagüeño, Mucho me temo que nos quedan por delante años de calles semidesiertas, aforamientos desmedidos, excesos de vallas, controles de acceso -a dónde y con qué criterio- y no sé cuantas medidas más que prefiero ni imaginar y que no tienen nada que ver con la Semana Santa de mis recuerdos. Ésta, como la juventud, quizás no vuelva nunca. Presumimos de que nuestra Semana Santa vive incardinada en la sociedad, es cierto, por eso sigue siendo tan actual después de varios siglos, porque muta en la misma medida en que lo hace su entorno. Pero eso tiene una consecuencia evidente y perversa, cuando el entorno se degrada, la fiesta también lo hace.

Sea como sea, la sensación que me invade, después de lo vivido este año es de impotencia y dolor. Me duele que se nos hayan ido por tierra 17 años tratando de recuperar la que para muchos sigue siendo, a pesar de los pesares, la noche mas hermosa del año. Me duele pensar en los cientos de hermanos de las seis hermandades que hacían su estación por primera vez y llegaron a las iglesias sin ganas de repetir o incluso se marcharon antes de tiempo. Me duele la imagen que se me ha quedado grabada del paso de mi Señor sirviendo de escudo protector a sus monaguillos, agazapados con sus caras de inocente miedo tras el faldón trasero para poder llegar sanos y salvos a San Lorenzo. Me duelen tantos miles de sevillanos que no se atreverán a salir la próxima Madrugada a disfrutar de sus cofradías y me duelen, por supuesto, todas las personas que han sufrido algún percance, del tipo que sea. Pero no creo que debamos resignarnos, me niego a hacerlo. Desde las hermandades, y no sólo desde sus juntas de gobierno, sino todos los que las vivimos y queremos, debemos lanzar un mensaje de esperanza a nuestros hermanos, a los devotos, al público en general que, por las razones que sean, quiere y ama nuestra Semana Santa. La Madrugada puede y debe convertirse en una jornada más, en la que se pueda salir a disfrutar de las cofradías con total tranquilidad. Cuando volvamos a retomar la calle y ser mayoría habremos triunfado y no será tan fácil provocar el miedo ni la intranquilidad. La tarea no es fácil, pero merece la pena. Lo contrario sería admitir que nos han vencido los demonios de la noche.

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