La cuesta de arjona, el termómetro y el adobo
Nocturna del Guadalquivir
El termómetro de la Pasarela marcaba 27 grados. A la Nocturna le faltó un microclima
Yo sabía que con ese dorsal media carrera la tenía hecha. 8979. El año que me casé y el que corrí el primer maratón de Madrid, con Ramón Tamames como primer teniente de alcalde dando el disparo de salida. Y ahí estaba el tío, cuarenta años después, que sólo me faltaban las rastas y el reggae para sustituir a Usain Bolt, la gran ausencia en el Mundial de Atletismo de Qatar.
La Nocturna del Guadalquivir tuvo un punto qatarí. Por el camino de Doha dos atletas van marchando, uno va para la Meca otro va para San Fernando. Se echó en falta el microclima de la Expo. Una carrera muy poética. En este día 27, el termómetro de la Pasarela marcaba 27 grados y el semáforo que une el Casino de la Exposición, iluminado de naranja como las camisetas de los corredores, con La Raza siempre empieza a descontar para los peatones en 27 segundos, aunque en la hora naranja todos los semáforos eran verdes.
En la Alameda ya aparecían los primeros participantes. La naranja mecánica camino del punto de salida. En familias, en grupos, en soledades. Ocho y medio. Como la película de Fellini. Ocho kilómetros y medio. Los más torpes buscábamos el cajón 3, el último. La parte trasera del Pabellón Mudéjar parece una pagoda. Corredores de un Coro Ferroviario. El tren aplicado al atletismo suena a Zatopek. Correr es de Rogelios y Rogelio es de Toranzos.
Antes de salir, el 8979 vio por televisión una de las eliminatorias de 3.000 metros obstáculos femeninos de los Mundiales de Qatar. Se clasificaron la etiope, la ugandesa y la norteamericana. ¿Qué obstáculos encontró el corredor de los ocho mil quinientos metros? El primero, el calor, como un ejercicio práctico de quienes se habían manifestado contra el cambio climático, que con sus pancartas se cruzaban con gente cargada con sus bolsas. A favor y en contra del consumo. Mejor salir corriendo.
Un segundo obstáculo era el tapón de Arjona en el subterráneo que parte en dos la calle con el nombre del asistente de Sevilla. La carne trémula toda junta hace que suba la temperatura y encima hay cuesta arriba. Y una tercera adversidad es cuando rodeada la muralla de la Macarena, el poco aire de la noche agitaba los aromas del adobo de La Pastora, cuyos clientes usan las mesas como grada de la pista.
Un padre lleva a un niño en carrito y a otro en patín. Dos amigos con los nombres de Joaquín y Adúriz en los dorsales. Dos futbolistas de 1981. Alguien corre y va escuchando al Betis. Media carrera va junto al río y las calles que desembocan en el paseo Colón son como puertas: Santander, Adriano, Almansa. El fresquito del PGOU.
Media carrera la corrió el dorsal. La otra media, el público. Impresionante el apoyo. ¿Estaría corriendo Usain Bolt y por eso no corrió en Qatar? Dicen que quien la corrió fue Carlos Herrera. Hasta los camareros del Becerrita salen a la puerta para ver la serpiente naranja, que parece un exorcismo cromático del gol de Iniesta. El Cid luminoso es la señal de que el final está próximo. Parece que a lomos de Babieca va a mover su lanza como los monitores de la Fórmula 1.
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