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Centenario. Enrique Valdivieso habló en el Foro Al-Andalus de su participación en el año Murillo, el pintor que mitigó los estragos de la peste y acuñó el modelo de la Inmaculadas.

Enrique Valdivieso, durante su intervención en el hotel Al Andalus. A su lado, Enriqueta Vila. / José Ángel García
Francisco Correal

02 de diciembre 2016 - 04:36

Son como Gibraltares que nunca se le devolvieron a Sevilla. Enrique Valdivieso (Valladolid, 1943) es un pozo sin fondo cuando habla de Barroco, especialmente de Murillo. Da igual que lo haga en una clase magistral, en la barra de un bar o, como lo hizo el miércoles, en el hotel Al Andalus dentro del foro del mismo nombre. "La ciudad de Sevilla tenía que haber sido respetada en sus ciudadanos y en su patrimonio porque esta ciudad nunca se rindió a los franceses; esta ciudad capituló y el mariscal Soult se llevó más de cuarenta cuadros de Murillo".

De la ciudad de Celtas Cortos, empezó con el himno de Golpes Bajos. "Malos tiempos para la lírica". El pintor al final va a salvar a su ciudad de la vergüenza y el bochorno de no homenajearlo como se merece. Aunque el Senado acaba de apoyar la declaración institucional de 2017 como año Murillo, las autoridades cuentan con un año más. "Murillo", recuerda Valdivieso, "nació el último día de 1617 y lo bautizan el 1 de enero de 1618, morían muchos niños y se hacía así para que no estuvieran en el limbo".

Nunca es tarde si el Barroco es bueno. Y la calidad es excelente. Aunque no todos opinaban lo mismo. "El siglo XX trajo el materialismo y Murillo fue totalmente olvidado y marginado. Los cubistas deciden que el gran pintor era Zurbarán. Tuvo que venir un profesor de Valderde del Camino, don Diego Angulo, para demostrar que estábamos ante un grandísimo pintor, magnífico dibujante, colorista excepcional".

En el reparto de las actividades del año Murillo, a Valdivieso le tocó recorrer las "rutas de Murillo". "Al principio lo tomé con cierto desdén, porque me habían dejado las sobras". Ahora vive con entusiasmo ese cometido. Recorre todos los espacios donde hubo obra de Murillo. Si no la hay es porque fueron "saqueadas, robadas o vendidas ilegalmente. No fueron a parar a museos de Francia o a Napoleón. Se las quedó Soult y a su muerte las vendieron sus herederos. Ahora hay murillos en Florencia, Londres, Ottawa, Washington".

Un murillo de Santa María la Blanca fue a parar al Louvre, otro a un museo cerca de Londres. El mayor escarnio es que una de sus Inmaculadas, la de los Venerables -donde Focus hizo la exposición de Murillo y Velázquez- llegó a ser conocida como "la Inmaculada de Soult". "Ese cuadro volvió a España, pero no a Sevilla, se quedó en el Museo del Prado. Fui alumno de Pérez Sánchez, que dirigió el Prado. Le dije que esa obra debería regresar a Sevilla y sus carcajadas todavía resuenan en mis oídos".

Ha visitado esa presencia paralela de los dos grandes nombres de la pintura sevillana. "Sólo por ver las Santas Justa y Rufina de Dallas vale la pena pagar los ocho euros". Velázquez era veinte años mayor que Murillo, que tenía cinco años cuando el yerno de Pacheco se va a Madrid. "Murillo visita Madrid en 1660, Velázquez era aposentador y es posible que fuera su anfitrión. Sólo estuvo seis meses allí. Rechazó una oferta del rey para ser pintor de la Corte". Dos monstruos de la pintora separados por dos décadas, como Maradona y Messi.

Rafael Valencia, Enriqueta Vila, Manuel Sánchez Arcenegui o Isidoro Moreno se interesaron por asuntos puntuales sobre Murillo y su legado. Valdivieso satisfizo con creces sus dudas y su curiosidad. "Velázquez representa a una Sevilla contrarreformista y severa. Murillo es el pintor de la peste de 1649. Ese año, Sevilla tiene 120.000 habitantes. En 1650 se quedó con 60.000".

Una de las secuelas pictóricas de esa tragedia es una serie "excepcional en el arte europeo". Se refiere Valdivieso a los niños de Murillo. "Deben ser huérfanos de los estragos de aquella peste. Los pinta en las afueras de la ciudad, en absoluta libertad. Por las cestas con la fruta se sabe la estación. Son cestas llenas de delitos de niños al borde de la delincuencia que horrorizaban a los lores ingleses. Los veían y decían: qué niños tan sucios".

Si Velázquez inventa el impresionismo, en palabras de este catedrático de Historia del Arte, Murillo es el pintor que sublima e idealiza la realidad. Es el artista que retrata "la aristocracia de la realidad". En su declaración, el Senado reconoce en Murillo al "creador del modelo de la Inmaculada, cumbre de la pintura religiosa universal". Valdivieso corrobora esa afirmación. "En las Inmaculadas de Murillo no hay más que verlas para saber que no hay pecado, no hay mancha".

Las rutas de Murillo pasarán por la plaza de San Francisco y la Casa de Murillo podría acoger conciertos y conferencias. Murillo sublimó la realidad y la realidad, cuatro siglos después de su nacimiento, ha sublimado a Murillo con una de las iniciativas del cuarto centenario. Enrique Valdivieso espera mucho del proyecto de Luis Montiel de recuperar la presencia de Bartolomé Esteban Murillo en "postales, cromos, cajas de chocolatinas y de membrillo, sellos de correos, estampitas de primera comunión".

El pintor que nació el año 17 y fue bautizado el 18 para darles un respiro a los políticos hizo teología costumbrista con el pincel. "Llevó la ciela al tierro y el cielo a la tierra". Ahora han vuelto a separarse. "Nunca la gente de la calle había estado tan lejos de la cultura". A Valdivieso le concierne en primera persona el latrocinio de Soult en el hospital de la Caridad, de la que es hermano. El coloquio con el historiador del arte fue moderado por el periodista Juan Miguel Vega.

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