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El crimen de Matahacas, una venganza sin castigo

El asesinato de un hombre en el centro de Sevilla prescribe tras 20 años sin que se haya encontrado a los autores

Una familia golpeada por la tragedia

Levantamiento del cadáver en la calle Matahacas, el 5 de octubre de 2004. / Antonio Pizarro

Una venganza sin castigo. El pasado 5 de octubre se cumplieron veinte años del asesinato de Francisco B. G., un hombre que fue tiroteado en la puerta de su casa en la calle Matahacas, en el centro de Sevilla. El crimen fue una venganza por un homicidio ocurrido tres meses antes en Los Bermejales, en el que el hermano de Francisco, Juan Pedro, mató de un disparo de escopeta a un miembro de un clan de traficantes de droga a los que su hija debía dinero. La Policía Nacional llegó a detener a dos ciudadanos colombianos que podrían haber estado relacionado con el asesinato, pero quedaron en libertad por falta de pruebas. Uno de ellos pudo acreditar que estaba en prisión el día de los hechos y el otro que se encontraba fuera de Sevilla. El juzgado de Instrucción 18 de Sevilla está preparando el auto de prescripción, que emitirá en unos días. A partir de ahora, en caso de que se conozca quiénes son los asesinos, éstos quedarían impunes.

Los hechos ocurrieron sobre las diez de la noche del 5 de octubre de 2004 en la calle Matahacas. Los asesinos cortaron la luz del piso en el que vivía Francisco B. G., de 37 años y mensajero de profesión. Le obligaron así a bajar al cuarto de contadores para averiguar qué sucedía. Desde el portal, le dispararon dos tiros en la cabeza y por la espalda. La víctima murió inmediatamente y cayó boca abajo en el rellano del edificio. Los autores del crimen se dieron a la fuga en una moto, como pudo ver un testigo. Cuando levantaron el cadáver, los agentes del Grupo de Homicidios averiguaron que se trataba de Francisco B.G., que apenas tres meses antes había estado presente en la escena del homicidio ocurrido en el bar La Victoria, en Los Bermejales.

El drama de esta familia había comenzado casi seis años antes, el 31 de diciembre de 1998. Una sobrina de Francisco, Ana María, de 17 años, fue una de las cinco víctimas mortales del derrumbe del muro del Bazar España. La joven era la única de las personas que murieron que no estaba esperando el autobús en la parada, sino que pasaba por allí camino de casa de una amiga, a la que iba a peinar para ir a una fiesta de Nochevieja. Fue rescatada con vida, pero murió poco después en el hospital. Tras varios años de litigio contra el Ayuntamiento por negligencia a la hora de no apuntalar el muro, las familias de las víctimas aceptaron una indemnización de 270.500 euros cada una. 

La familia de la chica montaría después el bar La Victoria, en la avenida de Europa, en Los Bermejales. El 6 de julio de 2004, este negocio sería escenario de un desgraciado suceso. Aquella noche, tres personas entraron en el bar armados con navajas y barras de hierro. Venían a reclamar una deuda contraída por otra de las hijas de la familia, que había caído en la droga. Le pedían 720 euros, que ya había pagado el novio de la joven, pero insistían en cobrárselo al padre. Ya habían estado la noche antes en el bar y habían llamado por teléfono al padre de la joven, Juan Pedro, en varias ocasiones en tono amenazante. Volvieron al día siguiente y hubo un enfrentamiento dentro del bar con Francisco, el hermano de Juan Pedro, que fue el primero en hacerles frente y recibió un cabezazo en la cabeza que le provocó una fractura de los huesos propios de la nariz. 

El dueño del bar, asustado, fue a la trastienda y sacó una escopeta y disparó, alcanzando a uno de los asaltantes y matándolo en el acto. Luego sería condenado a un año de cárcel por homicidio imprudente, tras pedir perdón y admitir que había disparado presa de un miedo insuperable porque temía por su vida y la de sus familiares. El fallecido era Francisco I. S., que acompañaba al supuesto camello que iba a cobrar la deuda. Murió en el acto. Juan Pedro fue detenido e ingresó en prisión.

Tres meses más tarde, su hermano fue tiroteado a sangre fría y sin mediar discusión a la puerta de su casa. El Grupo de Homicidios investigó este asesinato durante años, sin suerte, siendo éste uno de los pocos casos que quedan en Sevilla sin esclarecer. Desde el principio, los investigadores trabajaron con la hipótesis de un ajuste de cuentas relacionado con el homicidio anterior en Los Bermejales y que los autores podían ser dos sicarios. Los agentes revisaron todas las llamadas registradas por las tres antenas de telefonía móvil que daban servicio a la calle Matahacas y su entorno, tanto las del día 5 de octubre de 2004 como las de días atrás, pensando que los asesinos habían estado antes inspeccionando la zona y podrían haber hecho una llamada desde allí. Pero no cometieron ese error.

En el curso de la investigación, el 7 de mayo de 2005, en un control policial fueron detenidos dos ciudadanos colombianos que llevaban una pistola del calibre 9 milímetros en la guantera de un ciclomotor. Se les tomaron a ambos muestras de ADN para cotejarlos con una colilla hallada en el lugar del crimen. Pero ninguno de ellos pudo ser el asesino. Carlos Fernando A. M. pudo acreditar que estaba en prisión en el momento de los hechos. El 20 de septiembre, 15 días antes del asesinato, había sido detenido por un semaforazo cerca del Carrefour Macarena. Por esas fechas, este hombre también fue condenado a cinco años de cárcel por apuñalar a un hombre al que sorprendió en el apartamento de su ex novia, en Sevilla Este. El otro, Gustavo Adolfo S. B., no había llegado a España todavía. Tres años después fue detenido por un tirón. 

La investigación siguió abierta pero cayó en punto muerto. Un año después del crimen, el juzgado de Instrucción 18 de Sevilla decretó el archivo provisional de la causa al no poder identificar a los supuestos autores. En esa misma situación se ha mantenido hasta el día de hoy.

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