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"No creo que esté en los libros de historia"

Cayetana Fitz-James Stuart, Duquesa de Alba

Por su interés, reproducimos la entrevista realizada por Francisco Correal a Cayetana de Alba con motivo de su homenaje por el Rastrillo de Sevilla en 2001 como presidenta de honor de 'Nuevo Futuro'.

"No creo que esté en los libros de historia"
Francisco Correal

20 de noviembre 2014 - 11:50

(Publicado en Diario de Sevilla el 18 de octubre de 2001)

En el alambique de sus títulos nobiliarios, la duquesa de Alba sólo lucirá el que la acredita como presidenta de honor de la asociación sevillana ‘Nuevo Futuro’. Cayetana de Alba, décimoctava duquesa de Alba, recibirá en el Palenque una cena-homenaje por la XV edición del Rastrillo en Sevilla, el primero desde que enviudó de Jesús Aguirre, tan unido a ese escenario.

Es culta, divertida, discreta y enamorada. A la que imitan y parodian es a otra mujer. El palacio de Dueñas, donde habló con Diario de Sevilla, se le hace un mundo desde que enviudó por segunda vez.

–A punto de conmemorarse los diez años de la Expo 92, en la que su marido fue comisario del pabellón de Sevilla, ¿fue mucho a la Expo?

–Muchísimas veces. Ese año apenas veraneé. Estuvimos aquí casi todo el tiempo. Fue precioso. Vimos muchas cosas, fuimos a muchas cenas, a muchos teatros. De los pabellones, me encantó el de Marruecos por lo bonito. Los orientales me gustaron mucho. El de Brasil, el de Argentina, donde bailaron un tango.

–¿Cuál es su primer recuerdo de Sevilla?

–Yo era muy pequeña. Estaba terminando la guerra. Un momentobastante serio, pero ése es mi primer recuerdo: la Guerra Civil aquí. Vivíamos en Dueñas toda la familia: mis primos, mis tíos, todos nosotros.

–¿Aguirre era el norte y Cayetana el sur?

–Puede ser. Y usted sabe que todos los polos opuestos combinan muy bien. A Jesús le gustaba mucho Andalucía, Sevilla le fascinaba. Cuando me casé con él estábamos

mucho más tiempo en Sevilla y a Madrid íbamos mucho menos. Ahora prácticamente no voy nada, no tengo nada allí que me ate.

–¿Qué le resulta más exótico, un yerno torero o una nuera mexicana?

–Los dos son muy simpáticos. Me parece muy buena idea.

–Dicen que sólo la emoción de ser abuela supera la de ser madre...

–No supera la experiencia de haber sido madre, pero es muy importante y muy bonito ser abuela.

–¿Dónde se siente más cómoda, en los libros de historia o en la prensa del corazón?

–En los libros de historia no creo que esté. No sé si estaré algún día, creo que no. Lo del corazón lo llevo regular. Se inventan muchas cosas, salvo Semana. Semana es

muy seria.

–Mejor no salir en los libros de historia que aparecer con la leyenda negra que todavía acompaña (en Domínguez Ortiz, sin ir más lejos) a su antepasado que gobernó en Flandes...

–En aquella época, el duque de Alba fue un señor muy importante. Era cuando España tenía un gran imperio, igual que Inglaterra lo tuvo luego y lo sigue teniendo. Eso no quiere decir que fuera malo. Todo lo hizo por España y por su rey. Si les preguntas a los holandeses y a los flamencos dirán otra cosas, pero eso siempre pasa. Hay unos que ganan, que son los malos para los que pierden.

–¿Cómo encajaban la formación alemana de Jesús Aguirre y su espíritu latino, casi mediterráneo?

–Yo estudié alemán de joven y sé hablarlo. En determinados sitios, cuando no queríamos que nos entendiera nadie, Jesús y yo nos poníamos a hablar en alemán.

–Elliott se hizo hispanista el día que vio en el Prado el retrato ecuestre del conde-duque de Olivares pintado por Velázquez. ¿Cómo condicionó Goya la imagen de la duquesa de Alba?

–Era una mujer muy importante en su época, muy popular. Le gustaba todo lo español, como lo demostró lo antifrancesa que era. Yo creo que Goya estaba muy enamorado de ella; saca su cabeza en muchos de sus Caprichos y en muchas otras cosas que pintó. Era una gran mecenas de los artistas en general. Le gustaban los toros. Tuvo muy mala suerte porque se casó con un señor que no era muy interesante y con el que no tuvo hijos. Ésa fue su gran tragedia.

–¿Cuántos Rastrillos harían falta para acabar con el drama humano de Afganistán?

–¡Uy, por Dios! No habría bastantes. Eso no lo puede arreglar más que los Estados Unidos.

–Un rincón de Sevilla que no sea Dueñas...

–Ese jardín del Alcázar, creo que se llama de las Doncellas, por el que corre el agua. El barrio de Santa Cruz o la Alameda de Hércules, pero la Alameda con árboles. Dicen que los talan porque están podridos y aquí en casa hay árboles que tienen más de doscientos años.

–Como comisario, ¿Aguirre gozó o padeció la Expo?

–Para él fue muy complicado. Lo nombró Manuel del Valle, pero el cambio en la Alcaldía lo perjudicó mucho.

–¿Cuántas veces tendría que vivir Enrique el Cojo para enseñarle sevillanas a su marido?

–No dio un paso en su vida. Me lo dijo muy pronto: que no se subiría a un caballo ni pensaba bailar flamenco por el hecho de que yo lo hiciera. Igual que yo no me iba a

ponerme a escribir porque él fuera académico.

–¿Usted nunca escribió nada?

–No. Jesús sí escribía poesía. Me dedicó un libro. Más que un libro, era un panfleto.

–¿Compartía su devoción de Madrugá a los Gitanos?

–Le gustaba mucho la Semana Santa, y corretear por las calles, cosa que ahora es imposible porque o te da un varetazo un nazareno o tienes que cruzar en fila por

Sierpes para no ver nada.

–¿Dónde se mueve mejor, entre los caballos de su hijo Cayetano o los libros de Jacobo?

–No escribo, pero leo mucho. Y el caballo me gusta porque lo he practicado toda mi vida, tanto en el campo por Andalucía como en saltos cuando era joven. Las dos cosas me gustan. Igual que el arte, la pintura, la música.

–¿Qué tal se le da la cocina?

–Me gusta mucho comer, pero no tengo ni idea de guisar. Pero se come muy bien en esta casa. No me gusta guisar. Soy más deportista y artista, aunque la cocina es un arte también. Hago deporte, pinto un poco, bailo flamenco y me gusta la decoración.

–O sea, que no escribe pero lee y no guisa pero come...

–Pero otras cosas sí las hago o las he hecho. Pintar, bailar y los deportes: tenis, esquí, caballo.

–¿Tiene más imitadores que admiradores o detractores?

–Es algo que me parece de muy mal gusto. Ridículo, fuera de tono y monótono. Lo hacen sobre todo en una cadena italiana que tiene un canal en España; me deben considerar una enemiga mortal.

–¿Qué tiempo tardaría en decir de corrido todos sus títulos?

–No pienso en ellos. Es una cosa que me ha venido y la tomo con total naturalidad.

–¿Qué siente al ver su nombre en una glorieta de Sevilla?

–Me da mucha alegría, porque me vincula más a Sevilla.

–¿Conoció los sermones que daba Jesús Aguirre?

–No lo conocía entonces, pero he oído hablar de ellos, de la revolución que armaba con los sermones. Me contaban que las chicas le arrancaban con un poco de histeria los botones de la chaqueta cuando salía de dar los sermones.

–¿Qué valoración hace de sus dos matrimonios?

–La primera vez me casé muy joven, con 20 años, con el hombre de una familia del norte. Poco después de aquella boda fuimos de viaje a Nueva York. He ido tres veces, pero todavía no habían construido las Torres Gemelas. Estuve casada con él 23 años, los mismos que con Jesús. La primera, en el altar mayor de la Catedral; la segunda, en la intimidad de la capilla de casa. A Jesús lo echo muchísimo en falta.

–¿Qué siente ante el homenaje?

–Estoy muy agradecida y un poco nerviosa.

Un poeta de alquiler en palacio

El 28 de marzo de 1926 nació María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa y Victoria Eugenia Fitz-James Stuart y Silvia Falcó y Guturbay, XVIII duquesa de Alba. Se casó

en dos ocasiones: la primera ceremonia la celebró en el altar mayor de la Catedral el obispo de Zaragoza porque era 12 de octubre. El mismo escenario donde medio siglo más tarde se casó su hija María Eugenia con el torero Francisco Rivera Ordóñez, reeditando esa España devota de Frascuelo y de María evocada en un poema por Antonio

Machado, el poeta nacido en el mismo palacio de Dueñas donde ahora la duquesa pasa la mayor parte del tiempo.

Antonio Machado y Álvarez, más conocido como Demófilo, fue contratado por los duques de Alba para administrar a la comunidad de inquilinos que se asentaron en las casas anexas al palacio. “Como en todas las familias, unas veces van las cosas mejor y otras peor”, dice la duquesa de Alba para recordar ese periodo, al que puso término su abuela recuperando todo el patrimonio palaciego repuesta de las penúltimas apreturas. Los sevillanos de la quinta de la duquesa todavía recuerdan los fastos de su puesta de largo, el camión de nardos. Un año antes de la visita de Evita Perón a Sevilla.

La segunda boda fue una ceremonia mucho más íntima. Un amigo del novio, el sacerdote José María Martín Patino, hermano del cineasta Basilio y mano derecha del cardenal Tarancón en los años difíciles de la Transición, selló la alianza matrimonial de la duquesa de Alba con Jesús Aguirre, lector de Hölderlin y traductor de Adorno. El propio Martín Patino, como todavía recuerda agradecida la duquesa de Alba, se encargó de agilizar con el Vaticano los últimos flecos para la liberación de Jesús Aguirre de sus votos sacerdotales.

A Cayetana de Alba le van los libros de historia y las biografías. Está leyendo un libro sobre Sissí emperatriz que no le entusiasma. Más interés muestra por el poema titulado Sevilla del brasileño Joao Cabral de Melo Neto, que fue cónsul en la ciudad. “No se recomienda el modelo a ningún nórdico”, escribe Cabral. “Eso desde luego”, apostilla la duquesa, que tuvo ocasión de conocer en palacio a Borges cuando dictó en Sevilla un seminario de literatura fantástica. “Era amigo de mi hijo Jacobo”.

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